Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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y hasta aquel momento lo había conseguido...

      Hasta aquel momento. Porque sabía que algo invisible llevaba ya tiempo acechando la casa, que no tardaría en atacar... y ella debía estar preparada para cuando eso sucediera.

      Sus ojos relucieron, coléricos, y por un momento aparecieron completamente negros, dos inmensas pupilas como pozos sin fondo; sin embargo, pronto adquirieron su aspecto habitual, ojos pardos, severos pero sabios. Sobreponiéndose al acceso de ira, Allegra d’Ascoli salió de la habitación y se dispuso a organizar las defensas mágicas de la mansión.

      —Gerde –dijo entonces Ashran con interés.

      En medio de su tormento, Christian consiguió abrir los ojos. Vio al hada allí, en la puerta, contemplando la escena con una mezcla de curiosidad, miedo y fascinación. El Nigromante se acercó a ella, la cogió del brazo y la obligó a acercarse y a mirar al shek, indefenso, a sus pies.

      —¿Ves lo que tengo que hacerle a mi hijo, Gerde, por no serme leal? –le susurró al oído–. ¿Qué crees que te haría a ti si me fallases?

      Gerde temblaba con violencia, pero no fue capaz de hablar.

      —¿Por qué no me has traído el cadáver de la muchacha? –preguntó Ashran.

      —Está... protegida por una magia antigua y poderosa, mi señor. Una magia que, no obstante, conozco muy bien, porque es semejante a la mía.

      Los ojos de Ashran centellearon un breve instante.

      —Mira, Gerde –dijo, señalando a Christian–: Este es mi hijo, Kirtash, tu señor, príncipe de nuestro imperio. Mira en qué lo ha convertido esa criatura que se hace llamar Victoria. Míralo, débil, indefenso, humillado a mis pies. ¿Todavía te interesa? ¿Todavía lo encuentras atractivo?

      —Sigue siendo mi príncipe, mi señor –musitó ella, desviando la mirada.

      —Y volverá a ser el príncipe orgulloso e invencible que todos recordamos. Entonces será tuyo. A cambio, solo quiero que me traigas a esa muchacha... muerta –cogió al hada por los hombros y la obligó a mirarlo a los ojos; Gerde no pudo sostener aquella mirada, y bajó la cabeza, intimidada–. No me importa cuántos hechizos la protejan. Estás aquí porque eres una maga poderosa. Demuéstrame que no me has hecho perder el tiempo, Gerde. Demuéstrame que puedes serme útil. Y, cuando Victoria esté muerta, Kirtash será tuyo.

      Gerde inclinó la cabeza.

      —Se hará como deseas, mi señor –respondió, con una ambigua sonrisa.

      Ashran le indicó que podía retirarse, y el hada se alejó hacia la puerta. Se quedó allí un momento, sin embargo, para ver qué sucedía a continuación.

      Ashran se había vuelto de nuevo hacia Christian, que trataba de ponerse en pie.

      —Dime quién eres.

      El muchacho consiguió levantar la cabeza, y miró a su padre por debajo de los mechones de cabello castaño, húmedos de sudor, que le caían sobre los ojos.

      —Me llamo... Christian –repitió, con un tremendo esfuerzo.

      Ashran cerró el puño. El dolor volvió, intenso, lacerante. Christian no pudo soportarlo más: echó la cabeza atrás y gritó, torturado por aquella magia oscura y retorcida que lo estaba destrozando por dentro. En esta ocasión, el tormento duró mucho más.

      Gerde sonrió, complacida, y salió en silencio de la sala, para cumplir la misión que le habían encomendado.

      Victoria cruzó el pasillo de Limbhad como una bala y tropezó con Alexander.

      —¿Qué...? –pudo decir el joven, perplejo–. Victoria, ¿qué te pasa?

      —... Christian... báculo... –pudo decir ella.

      Y echó a correr sin más explicaciones. Alexander no entendía nada, pero intuyó que era algo grave, y salió corriendo tras ella.

      —¡Victoria! –la llamó.

      Se encontró con Jack en el pasillo.

      —¿Qué pasa, Alexander?

      —No lo sé. Victoria se ha vuelto loca. Creo que ha ido abajo, a por el Báculo de Ayshel.

      Jack lo miró, alarmado.

      —Tenemos que detenerla –dijo–. No sé qué le pasa, pero no debe ir a ninguna parte, ¿me oyes? Hay alguien que intenta matarla.

      —¿Qué? ¿A qué te refieres?

      —Te lo contaré más tarde. ¡Vamos!

      Alcanzaron a Victoria en la sala de armas. La muchacha ya había cogido el báculo e iba a salir corriendo. Jack trató de retenerla, pero no lo consiguió. La chica lo miró un momento, con una profunda desesperación pintada en sus ojos. Se entendieron sin palabras.

      Victoria dio media vuelta y salió corriendo pasillo abajo.

      —¡Victoria! –la llamó Alexander, dispuesto a salir tras ella.

      —Espera –lo detuvo Jack–. No vas a poder pararla.

      —¿La vas a dejar marchar así? –preguntó Alexander, estupefacto.

      Jack negó con la cabeza.

      —No, amigo. Coge a Sumlaris: vaya donde vaya, nosotros nos vamos con ella.

      Victoria cayó de rodillas ante la esfera del Alma, sollozando. Christian seguía sufriendo, ella lo sabía con espantosa certeza, y no podía hacer nada para ayudarlo. Estaba en un mundo al que el Alma no podía llegar.

      —Por favor... por favor... –musitó–. Por favor...

      Pero no había manera. La Puerta interdimensional estaba cerrada. La había cerrado el Nigromante poco después de que Alsan y Shail la cruzaran, tiempo atrás, en su viaje a la Tierra, y ahora estaba controlada por él y los sheks, y pocas personas podían atravesarla a su antojo.

      Una de estas personas era, precisamente, Christian.

      Victoria se llevó a los labios el Ojo de la Serpiente, que palpitaba en un tono rojizo, y sintió como si cada pulsación de la joya fuera un grito de auxilio al que ella no podía responder.

      —Aguanta, Christian, por favor, aguanta –susurró al anillo–. Iré a buscarte, te sacaré de allí, en cuanto sepa cómo llegar hasta ti.

      —Está en Idhún, ¿verdad? –dijo una voz tras ella.

      Victoria se volvió. Vio en la puerta a Jack y Alexander. Este se había ceñido Sumlaris al cinto, mientras que Jack se había ajustado a la espalda una vaina que contenía su preciada Domivat. Ella comprendió sus intenciones y les dirigió una mirada de agradecimiento.

      —Sí –musitó–. El Alma no puede mostrarme su imagen, pero...

      —Lo han descubierto, ¿no es así?

      Victoria

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