Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Memorias de Idhún. Saga - Laura Gallego страница 61

Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

Скачать книгу

que no había llegado a pronunciar. Interiormente, le había pedido perdón de mil formas distintas. Se había visto abrazándola y prometiéndole que seguirían juntos... pasara lo que pasase.

      Pero eso no había ocurrido. Y ya no había vuelta atrás. Nada iba a devolverle los dos años que había pasado lejos de su mejor amiga. Incluso había llegado a pensar que ya nunca tendría ocasión de decirle en persona todo lo que sentía.

      Alsan lo observó durante unos breves instantes.

      —¿Cuántos años tienes, Jack? –le preguntó.

      —Quince –respondió el chico, un poco sorprendido por la pregunta–. Cumpliré dieciséis en abril. Pero parezco mayor, y con dieciséis ya se puede trabajar, así que últimamente estoy encontrando las cosas un poco más fáciles.

      —Quince –repitió Alsan–. Y parece que fue ayer cuando te salvé de Kirtash y te llevé a Limbhad. Entonces eras solo un chiquillo asustado. Ahora eres todo un hombre.

      Jack sonrió, incómodo.

      —No soy un hombre aún. Tal vez en tu mundo los chicos de quince años sean hombres, pero aquí seguimos siendo chavales.

      —Tú, no. Mírate, Jack. Has crecido, y no me refiero a la altura. Eres mucho más maduro, y no me cabe duda de que sabrías arreglártelas en casi cualquier situación. Estoy orgulloso de ti.

      Jack desvió la mirada.

      —Todavía no me has dicho por qué te fuiste –dijo en voz baja.

      —Porque la mía era una lucha que debía librar yo solo –Alsan clavó en él la mirada de sus inquietantes ojos–. Pero desde el principio supe que había muchas posibilidades de que no saliera vencedor, y por eso debía alejarme de vosotros cuanto antes.

      »Y tenía razón. El espíritu de la bestia era mucho más fuerte, mucho más salvaje que mi alma humana. En uno de mis escasos momentos de lucidez, decidí quitarme la vida.

      »Un hombre me salvó. No recuerdo su nombre ni su rostro, pero estuvo hablándome durante mucho rato, mientras yo me recuperaba de mis heridas en un pueblo del que ni siquiera recuerdo el nombre.

      »Es extraño, porque, a pesar de no conocer su idioma, lo comprendí a la perfección. Y cuando aquel hombre desapareció de mi vida y volví a quedarme solo, supe con exactitud qué era lo que debía hacer, y adónde debía dirigirme.

      Miró a Jack, sonriendo.

      —He pasado estos últimos meses en el Tíbet, en un monasterio budista.

      —¡Venga ya! –soltó Jack, riendo–. ¿Te rapaste el pelo?

      —No voy a contestar a eso –rió Alsan; se puso repentinamente serio–. He aprendido muchas cosas en todo este tiempo. Disciplina, autocontrol... pero, sobre todo, he encontrado la paz que necesitaba para mantener a raya a la bestia.

      —Entonces, lo has conseguido...

      —No del todo. No soy el mismo de antes, y ya nunca lo seré. Todavía me transformo a veces, cuando una fuerza superior a la mía controla mis instintos de lobo. Pero, al menos... puedo volver a ser un hombre la mayor parte del tiempo.

      Jack comprendió. Abrió la boca para preguntar algo, pero no se atrevió.

      —En cualquier caso –prosiguió su amigo–, he dejado de ser Alsan, príncipe de Vanissar. Eso se acabó para mí. Y, como mi nueva condición ya no me hace digno de seguir ostentando ese nombre y esa estirpe, he tenido que buscarme un nombre nuevo, un nombre de aquí, de la Tierra. Ahora... ahora me llamo Alexander.

      —Alexander –repitió Jack–. No suena mal, y, además, no sé por qué, te sienta bien. Te llamaré así, si lo prefieres, aunque no entiendo muy bien por qué crees que no eres digno de ser lo que eres.

      Alexander esbozó una sonrisa.

      —Porque ya no soy lo que era, Jack.

      Había amargura en sus palabras, y el muchacho decidió cambiar de tema.

      —Y... ¿cómo has conseguido encontrarme? –quiso saber.

      —Tuve un sueño... soñé contigo, soñé que estabas aquí, en Italia. Me di cuenta de que debía de ser una señal que me indicaba que ya estaba preparado para reencontrarme con vosotros otra vez. Así que vine a buscarte... y, una vez aquí, seguí mi instinto.

      —Ojalá me hubiera pasado a mí algo así mientras te buscaba –gruñó Jack, impresionado a su pesar–. Y... ¿qué piensas hacer ahora que me has encontrado?

      —Por lo pronto, reunir de nuevo a la Resistencia en Limbhad.

      —¿Para seguir buscando al dragón y al unicornio?

      ¿Cómo sabes que no es demasiado tarde?

      —Porque Kirtash sigue aquí, en la Tierra, y eso quiere decir que no los ha encontrado todavía.

      Los puños de Jack se crisparon ante la mención de su enemigo.

      —¿Cómo sabes eso?

      —Lo sé. Yo estoy preparado para volver a la acción, Jack. ¿Lo estás tú?

      Jack vaciló.

      —Eso pensaba, pero ahora ya no estoy tan seguro. Quiero decir... que antes teníamos más medios, estaba Shail, y mira cómo acabamos. ¿Qué crees que vamos a conseguir ahora? ¿Por qué piensas que será diferente?

      —Por muchos motivos. Primero, porque vamos a cambiar de estrategia. Segundo, porque, aunque hemos perdido a Shail, te hemos ganado a ti –lo miró con fijeza–, un nuevo guerrero para la causa, un guerrero que es capaz de empuñar una espada legendaria, que puede blandir a Domivat sin abrasarse en llamas, que ha triunfado donde cayeron otros más fuertes, más viejos y más hábiles.

      Jack enrojeció. No había tenido ocasión de hablar con su amigo sobre ello, pero era cierto: Domivat, la espada forjada con fuego de dragón que nadie había logrado empuñar hasta entonces, estaba ahora a su servicio, y, pensándolo bien, no entendía cómo ni por qué.

      —Y hay otra razón, Jack –prosiguió Alexander–. Sí, hemos perdido a Shail. Tú me contaste cómo sucedió mientras estaba encerrado en Limbhad. Y ahora te pregunto: ¿crees que debemos dejar las cosas así? Shail murió por rescatarme a mí y por salvar la vida de Victoria. Sería un insulto a su memoria que abandonáramos ahora.

      Multitud de imágenes cruzaron por la mente de Jack; imágenes de Shail, el joven mago de la Resistencia, siempre agradable y jovial, siempre dispuesto a aprender cosas nuevas y a echar una mano donde hiciera falta. Shail, que había liderado el rescate de Alsan en Alemania y que había muerto protegiendo a Victoria en aquella desastrosa expedición. Y el fuego de la venganza, que se había debilitado en aquellos meses, ardió de nuevo con fuerza en su corazón.

      —Sí –dijo en voz baja–. Sería un insulto a su memoria.

      Alexander asintió.

      —Entonces, recoge tus cosas. Saldremos para Madrid en cuanto estés listo.

      El

Скачать книгу