Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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yo no sé dónde vive –objetó el chico–, ni cómo contactar con ella.

      Alexander le dirigió una breve mirada.

      —Me he dado cuenta –dijo–. Espero por tu bien que la encontremos sana y salva, porque te recuerdo que Kirtash tenía una ligera idea de dónde vivía, su casa no era del todo segura y a ti no se te ocurrió otra cosa que dejarla sola para venir a buscarme.

      El sentimiento de culpa se hizo aún más intenso. Por un momento, Jack imaginó a Kirtash encontrando a Victoria, Kirtash secuestrando a Victoria, Kirtash... haciéndole daño a Victoria. El chico sintió que le hervía la sangre en las venas.

      Alexander malinterpretó su gesto sombrío.

      —En fin, hablaremos de ello en otro momento. Por suerte para ti, yo sí sé dónde vive Victoria. Hasta ahora yo no he estado en condiciones de ir a buscarla pero, ahora que vuelvo a ser humano la mayor parte del tiempo, no voy a perder un minuto más. Y te arrastraré de la oreja si es necesario para que vayas a disculparte.

      —No hará falta ser tan agresivo, tranquilo –replicó Jack, molesto–. Sabré disculparme yo solo.

      En el fondo, llevaba mucho tiempo deseando hacerlo.

      El timbre sonó, como todas las tardes, indicando el final de las clases. Hubo revuelo en las aulas, mientras las alumnas recogían sus cosas y salían de las clases con las mochilas al hombro.

      Victoria salió sola, como de costumbre. Cuando franqueó la puerta del edificio y cruzó el patio hacia la salida, se detuvo un momento y dejó que el sol acariciara su rostro. Era un sol suave, de mediados de septiembre, y su moribunda calidez era muy agradable. Pero a Victoria no le gustaba ver cómo, un año más, acababa el verano y llegaba el otoño... y, con él, el aniversario de la muerte de Shail.

      Sacudió la cabeza para apartar de ella aquellos pensamientos, y se agachó cerca de la salida para atarse el cordón del zapato. Próximas a ella, un grupo de chicas de su clase hablaban en susurros y soltaban risitas mal disimuladas.

      —¿Lo has visto?

      —Sí, tía, tienes razón, ¡está como un queso!

      —¿A quién esperará?

      —No lo sé, pero, desde luego, esa tiene una suerte... Victoria no les prestó atención. Los chicos no eran algo que le quitara el sueño. Tenía cosas más importantes en qué pensar, mucho trabajo por hacer y, ante todo, una misión que cumplir.

      Por eso, cuando se incorporó y cruzó el portón del colegio, estuvo a punto de pasar de largo ante el muchacho que la esperaba, un chico rubio que vestía vaqueros y una camisa a cuadros, por fuera de los pantalones, y que aguardaba en actitud despreocupada, con las manos en los bolsillos y la espalda apoyada en un árbol, sin ser consciente de los cuchicheos, las miradas mal disimuladas y las risitas que provocaba su presencia allí.

      Victoria habría pasado de largo, de no ser porque, por alguna razón, el corazón le dio un vuelco, y no pudo evitar volverse para mirarlo. El muchacho se enderezó y la miró también. El corazón de Victoria se olvidó de latir por un breve instante. Sus labios formaron el nombre de él, pero no llegó a pronunciarlo. El chico sonrió, algo incómodo.

      —Hola, Victoria –dijo.

      Ella casi no lo oyó. De pronto, su corazón volvía a latir, y lo hacía con demasiada fuerza. Tragó saliva. Había soñado tantas veces con aquel momento que tenía la sensación de que aquello no era real, que en cualquier momento despertaría... y que allí, frente a ella, no habría nadie.

      Pero el muchacho seguía allí, mirándola. No se había desvanecido en el aire, como una ilusión, como un espejismo, como un hermoso sueño. Era de verdad.

      —Jack –pudo decir ella.

      Jack ladeó la cabeza y desvió la mirada, sin saber qué decir. Tampoco Victoria se sentía especialmente lúcida. Ambos habían ensayado miles de veces las palabras que dirían si aquel encuentro llegaba a producirse, pero había llegado el momento y los dos se habían quedado completamente en blanco.

      Jack sabía desde hacía semanas que iban a volver a encontrarse, y había tenido más tiempo para hacerse a la idea, de modo que tenía ventaja. Alzó la cabeza, resuelto, y la miró a los ojos.

      —Me alegro de volver a verte.

      —Yo también... me alegro de verte a ti –dijo ella, y se dio cuenta de que era verdad.

      —Has cambiado –dijo Jack.

      No le pareció algo muy ocurrente, pero era lo que estaba pensando. Victoria tenía ya catorce años, casi quince, y no era la niña que había conocido. Había crecido... en todos los sentidos. Pero, obviamente, no pensaba decírselo, así que solo comentó:

      —Ya no llevas el pelo tan largo.

      Victoria jugueteó con uno de sus mechones de pelo castaño oscuro, azorada.

      —Me lo corté hace unos meses, pero ya me ha crecido un poco. Y mira, me ha quedado así, como con bucles. Ya no lo tengo tan liso.

      —Te queda bien –dijo él, y se sintió estúpido; después de tanto tiempo sin verse, solo se le ocurría hablar del pelo de Victoria.

      Y el caso era que tenía muchísimas cosas que decirle. Podría contarle cómo había hablado con ella en sus noches a solas, podría decirle que su bloc de dibujo estaba lleno de bocetos de ella, de su rostro, de sus grandes ojos castaños, que lo habían contemplado tantas noches desde las estrellas; podría confesarle que había escuchado su voz en el viento cientos de veces, que la había recordado en todos y cada uno de los lugares más hermosos que había visitado... que la había echado de menos, intensa, dolorosa y desesperadamente.

      Pero la chica que estaba ante él no era la niña que él recordaba, aunque tuviera sus mismos ojos, que todavía irradiaban aquella luz que a Jack le parecía tan especial. El tiempo parecía haber creado una distancia insalvable entre los dos. El chico comprendió que la memoria que tenía de ella tal vez ya no se correspondiera a lo que Victoria era ahora; y también supo que aquellos dos años podían haber enfriado los sentimientos de su amiga. Tal vez ella no lo había perdonado, tal vez lo había olvidado. Quizá incluso tuviera ya novio. ¿Por qué no?

      —Tú también has cambiado –dijo entonces Victoria, enrojeciendo un poco.

      —¿Sí? –Jack sonrió; tal vez su comentario no había sido tan estúpido, al fin y al cabo–. ¿En qué sentido?

      —Bueno, has crecido, y estás más moreno... y... y...

      «... y más guapo», pensó, pero no lo dijo.

      Reprimió un suspiro. Tiempo atrás había estado enamorada de aquel chico, pero pronto había comprendido que, obviamente, él no la correspondía; de lo contrario, no se habría marchado con tantas prisas. Apenas había empezado a descubrir aquel sentimiento cuando Jack había abandonado Limbhad para ir a buscar a Alsan. Había sido doloroso entender lo que sentía por él justo cuando Jack ya no estaba, y durante mucho tiempo su corazón había latido con fuerza cada vez que veía una cabeza rubia entre la multitud. Pero nunca se trataba de él. Y ahora, cuando ya creía que lo había superado, Jack entraba de nuevo en su vida...

      Pero

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