Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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le hicieran daño otra vez. No había vuelto a enamorarse. Dolía demasiado.

      Se preguntó, sin embargo, si aquella muralla estaba hecha a prueba de Jack. Procuró no pensar en ello. Había pasado demasiado tiempo; si él había sentido algo por ella, seguramente ya lo habría olvidado. Y Victoria no pensaba tropezar dos veces con la misma piedra.

      Percibió que, algo más lejos, algunas chicas los espiaban con mal disimulada envidia, y sonrió para sus adentros. Miró a Jack y se dio cuenta de que él no se había percatado del revuelo que había ocasionado entre sus compañeras. Bueno, si él no era consciente de que era guapo, ella, desde luego, no se lo iba a decir.

      —... y te has dejado el pelo un poco más largo –concluyó casi riéndose.

      Alzó la mano para apartarle un mechón rubio de la frente. Sabía que sus compañeras se morían de envidia, y disfrutó del momento con un siniestro placer.

      —¿Lo ves? Necesitas un buen corte de pelo.

      —Tu pelo es más corto, y mi pelo es más largo. Brillante conclusión.

      Los dos se echaron a reír. Por un momento, la distancia que los separaba ya no pareció tan grande.

      —Bueno –dijo él, poniéndose serio–. Sé que soy un estúpido y que no merezco que me escuches después de lo que pasó, pero... en fin, he venido a pedirte... por decirlo de alguna manera... que me des «asilo político».

      Victoria descubrió entonces la bolsa de viaje que descansaba en el suelo, a sus pies.

      —¿No tienes adónde ir? Jack desvió la mirada.

      —Nunca he tenido adónde ir, en realidad. No he vuelto a Dinamarca, aunque me queda familia allí. Pero Kirtash... él debe de ser ya consciente de eso. Así que decidí no volver a Silkeborg, para no ponerlos en peligro.

      A Victoria se le hacía raro volver a hablar de Kirtash, volver a hablar con Jack, después de todo aquel tiempo.

      —¿Dónde has estado hasta ahora, entonces? ¿Encontraste a Alsan?

      —En realidad, fue él quien me encontró a mí. Es una larga historia.

      —¿Ha venido contigo?

      —Sí, pero se ha quedado en la ciudad porque tenía que hacer un par de cosas. Dijo que te llamaría esta tarde por teléfono para quedar contigo y que lo llevaras a Limbhad. Pero me ha enviado a mí por delante.

      No le contó que él mismo le había pedido a Alexander que le permitiera encontrarse a solas con Victoria, antes de que se reunieran los tres. Tenía muchas cosas que hablar con ella.

      —¿Quieres... volver a Limbhad? –preguntó la chica.

      —Por favor –dijo Jack, y Victoria lo miró a los ojos, y vio que había sufrido, y que también había madurado. Estuvo tentada de recordarle «Te lo dije», pero ni siquiera ella era tan cruel–. Si me llevases... te lo agradecería mucho.

      Los dos se quedaron callados un momento. Fue una mirada intensa, en la que se dijeron mucho de lo que no se atrevían a decir de palabra. Fue un instante mágico, que ninguno de los dos se habría atrevido a romper, por nada del mundo.

      Pero ninguno de los dos se arriesgó tampoco a dar el primer paso, a hablar, a abrazarse con fuerza, pese a que lo estaban deseando con tanta intensidad que les dolía el corazón solo de pensarlo.

      Había pasado demasiado tiempo. Y ellos ya no eran unos niños. Las cosas ya no eran tan sencillas.

      —¿Te parece que nos vayamos ya? –propuso ella entonces.

      El rostro de su amigo se iluminó con una amplia sonrisa.

      —Tengo ganas de volver a ver la Casa en la Frontera –confesó con sencillez.

      Victoria sonrió también.

      —Entonces, ¿por qué esperar?

      Se alejaron de la entrada del colegio, y del autobús escolar, y doblaron la esquina para quedar fuera del campo de visión de las otras chicas. Una vez a solas, se cogieron de las manos. Al menos, ahora tenían una excusa para hacerlo. Jack quiso estrechar con fuerza las manos de Victoria, pero no se atrevió. Y la muchacha, por su parte, descubrió, con pánico, una grieta en su muralla que, por lo visto, no estaba hecha a prueba de Jack. De manera que se apresuró a cerrar los ojos un momento y a llamar al Alma; y la conciencia de Limbhad acudió, feliz de reencontrarse con una vieja amiga. Y, aún tomados de las manos, los dos desaparecieron de allí, de vuelta a la Casa en la Frontera.

      —No está muy acogedor –se disculpó Victoria–, porque ya no vengo mucho por aquí. Estaba todo tan solitario...

      Jack no contestó enseguida. Pasó una mano por una de las estanterías de su cuarto, sin importarle que estuviera cubierta de polvo. Había dejado su bolsa sobre la cama y había recuperado su guitarra del interior del armario. Pulsó algunas cuerdas y se dio cuenta de que estaba desafinada. Sonrió.

      —No pasa nada –dijo–. Estoy de vuelta, y eso es lo que importa.

      Ella sonrió también.

      —Sí –dijo en voz baja–. Eso es lo que importa.

      Dio media vuelta para marcharse y dejar a Jack a solas en su recién recuperada habitación. Jack alzó la cabeza, dejó la guitarra y salió tras ella.

      No iba a dejar pasar la oportunidad. Esta vez, no.

      —Espera –dijo, cogiéndola del brazo.

      Victoria se detuvo y se volvió hacia él. Jack la miró a los ojos, respiró hondo y le dijo algo que llevaba mucho tiempo queriendo decirle:

      —Lo siento. Siento haberte dejado sola, siento todo lo que te dije. No debería haberlo hecho.

      Victoria titubeó. La muralla seguía resquebrajándose.

      —También yo lo siento –dijo por fin–. Sabes... cuando te dije que no volvieras nunca más... no lo decía en serio.

      Jack sonrió. Su corazón se aligeró un poco más.

      —Lo suponía –le tendió una mano–. ¿Amigos?

      No era eso lo que quería decirle, en realidad. Pero antes de empezar a construir algo nuevo, pensó, habría que reconstruir la amistad que habían roto tiempo atrás.

      Sin embargo, Victoria se lo pensó. Ladeó la cabeza y lo miró, con cierta dureza.

      —Volverás a marcharte, ¿verdad? A la primera de cambio. En cuanto te canses de estar aquí.

      No lo sentía en realidad. Solo estaba intentando reparar su muralla. Pero Jack no podía saberlo.

      —¿Qué? ¡Claro que no! Ya te he dicho que Alsan... quiero decir, Alexander...

      —Sí, ya me has dicho que ha vuelto. Y tú vas donde él va. Me he dado cuenta.

      —¿Pero qué te pasa ahora? –protestó Jack, molesto–. ¡Ya te he pedido perdón!

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