Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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      Jack la agarró del brazo, pero ella se liberó con una fuerza y una habilidad que sorprendieron al muchacho.

      —No creas que vas a poder hacer conmigo lo que quieras, Jack –le advirtió–. Ya no soy la misma de antes. He aprendido cosas, ¿sabes? Me he estado entrenando. Sé pelear. No estoy indefensa. Y no te necesito. Ya no.

      Jack fue a responder, ofendido, pero se lo pensó mejor y se tragó las palabras hirientes. No iba a rendirse tan pronto. No, después de todas las veces que había soñado con aquel reencuentro.

      Y le dijo aquello que tenía que haberle dicho dos años atrás y no había dicho:

      —Yo sí te necesito, Victoria.

      La muchacha se volvió hacia él, sorprendida. Jack respiró hondo, sintiéndose muy ridículo. Pero ya estaba dicho. La cosa ya no tenía remedio.

      —¿Quieres que me vaya otra vez? –le preguntó, muy serio.

      Victoria abrió la boca, pero no fue capaz de decir nada. Se había puesto a la defensiva y había estado preparada para devolverle una réplica cortante, pero no para responder a aquella pregunta. Los ojos verdes de Jack estaban llenos de emoción contenida, y Victoria supo que, con aquella mirada, su amigo había asestado un golpe mortal a la muralla que ella seguía tratando de levantar entre los dos.

      «Pero para él soy solo una amiga», se recordó a sí misma, por enésima vez.

      Para no tropezar dos veces con la misma piedra.

      Y, sin embargo, no podía negar lo evidente, de forma que dijo, en voz baja:

      —No. No quiero que te vayas. Se miraron otra vez.

      Y esta vez, los sentimientos los desbordaron, por encima de la timidez, de las dudas, de la distancia. Se abrazaron con fuerza. Jack era consciente de que la había echado muchísimo de menos; cerró los ojos y, simplemente, disfrutó del momento. Victoria, por su parte, deseó que aquel abrazo no terminara nunca. De nuevo, la calidez de Jack derretía el hielo de su corazón. Y descubrió, con horror, que de su alta muralla ya no quedaban más que unas tristes ruinas. Se estremeció en brazos de Jack y soñó, por un glorioso instante... que él la quería, y que la había querido siempre.

      Pero sabía que eso no era verdad.

      —No quiero que te vayas –repitió.

      —No me iré –prometió él–. Y... bueno, nunca debí marcharme. Llevo mucho tiempo queriendo decirte que, en el fondo... no quería marcharme. Perdóname por haberte dejado sola.

      Se sintió mucho mejor después de haberlo dicho.

      —No, perdóname tú a mí –susurró ella–. No lo dije en serio entonces, ¿sabes? Sí que te necesitaba. Eras mi mejor amigo. Mi mundo no ha sido el mismo desde que te marchaste.

      Jack tragó saliva. Sus sentimientos se estaban descontrolando, e intentó ponerlos en orden. Habían sido muy buenos amigos, pero nada más, que él supiera. Debía mantener la cabeza fría, Alexander siempre le había dicho que no era bueno precipitarse.

      Era imposible que su amistad se hubiera convertido en algo más en aquel tiempo que llevaban separados. Aquellas cosas surgían del roce, y no de la distancia.

      Además, Victoria había hablado en pasado. Nada indicaba que siguiera necesitándolo como entonces.

      Y había hablado de amistad. Solo de amistad.

      Jack se dio cuenta de que necesitaría tiempo para intentar entender sus propios sentimientos... y los de Victoria. Y no quería asustarla tan pronto. Hacía mucho que no se veían; no era el mejor momento para hablarle de lo que sentía por ella porque, entre otras cosas, tampoco estaba seguro de tenerlo claro.

      Ni estaba preparado para leer el rechazo en los ojos de ella.

      —Me gustaría volver a ser tu mejor amigo, entonces –le dijo–. Si... todavía te interesa, claro.

      Como aún seguían abrazados, Jack no vio la sombra de dolor que pasaba por los ojos de Victoria. Y tampoco percibió que la chica volvía a reconstruir su muralla en torno a su corazón.

      A toda velocidad.

      —Claro –dijo Victoria, separándose de él, con decisión–. Pero no quiero entretenerte más. Querrás descansar, ¿no? Ponte cómodo, date una ducha si quieres. Renovaré la magia de Limbhad, podré hacerlo si uso el báculo, y funcionarán las luces y el agua caliente...

      —No uso agua caliente –le recordó él, y enseguida se sintió estúpido por haberlo dicho. No era importante. Nada era importante, comparado con ellos dos.

      Pero Victoria siguió hablando, y Jack comprendió que el momento había pasado.

      —Ah, sí, lo olvidaba. Siempre te duchas con agua fría. Bueno, ya sabes que dentro de un rato funcionará todo. Relájate, descansa hasta la hora de la cena. Yo tengo que volver a casa con mi abuela, se preocupará si tardo. Además, probablemente ya haya llamado Alsan. Cuando todos se hayan ido a dormir en mi casa podré volver aquí, y entonces nos reuniremos y decidiremos qué hacer.

      —¿Qué hacer? ¿Sobre qué?

      Victoria le dirigió una breve mirada.

      —Sobre la Resistencia. Sobre nuestra misión. Porque supongo que Alsan y tú no habréis venido solamente para hacer una visita de cortesía, ¿no?

      Jack abrió la boca para responder, pero no se le ocurrió nada inteligente que decir. Habría ido a verla mucho antes, con o sin Resistencia, si hubiera sabido cómo llegar hasta ella. Pero sabía que eso no era excusa. Al fin y al cabo, se había marchado sin pedirle ni siquiera su número de teléfono. Era lógico que ella pensara que no le importaba. Jack respiró hondo y se dio cuenta de que cualquier cosa que pudiera decir estaba fuera de lugar. Tendría que demostrarle a Victoria que sí era importante para él... pero tendría que demostrárselo con hechos, y no con palabras.

      De modo que permaneció callado.

      —Me lo imaginaba –dijo ella con cierta brusquedad–. Nos vemos luego, pues.

      Jack asintió y dio media vuelta en dirección a su cuarto. Pero Victoria lo llamó de nuevo. El chico se volvió hacia ella, interrogante. Ella sonrió.

      —Bienvenido a casa –dijo solamente.

      Había cariño en sus ojos, pero no amor. Cualquier tipo de sentimiento más allá de la amistad había quedado oculto tras la muralla con la que Victoria protegía su corazón.

      Pero eso Jack no podía saberlo.

      II

      UNA NUEVA ESTRATEGIA

      D

      EEVA estaba sentada sobre el muelle, con los pies descalzos metidos en el agua, cuando su sexto sentido le dijo que había problemas.

      Se volvió rápidamente hacia todos los lados. El muelle estaba vacío. Solo se oía el susurro del viento y de las olas, y los silbidos de Tom, el viejo pescador, desde el malecón. Deeva distinguió su figura un poco

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