Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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es difícil de localizar –informó Alexander–. Jack lo hizo una vez, y yo acabo de volver a hacerlo, a través del Alma.

      —¿Qué? –saltó Jack–. ¿Después de la bronca que me echaste entonces, vas y haces tú lo mismo ahora?

      —Con precaución –especificó Alexander–. Sin acercarme demasiado. Sin que llegue a percibirme. Así es como se hacen las cosas, chico.

      —Sí, vale –replicó Jack, enfurruñado–. Resumiendo, que lo has visto a través del Alma. ¿Y qué hace, si puede saberse?

      Alexander ignoró el tono impertinente del muchacho.

      —Sigue buscando idhunitas exiliados –dijo a media voz–. Y cazándolos uno a uno, como ha hecho siempre. Solo que ahora trabaja en solitario. Que es lo que siempre ha querido, supongo.

      Victoria recordó, como si acabara de vivirlo, el momento en el que Kirtash había asesinado a su aliado, el mago Elrion, inmediatamente después de la muerte de Shail. ¿Lo habría hecho para castigarlo por haber matado a Shail? ¿O solo porque estaba deseando hacerlo, y Elrion le había proporcionado la excusa perfecta?

      —Pero parece haberse adaptado bastante bien a la vida en la Tierra –prosiguió Alexander–. Vive en una gran ciudad, en Estados Unidos, y se hace pasar por un terráqueo más. Tiene trabajo y parece ser que hasta gana bastante dinero.

      —No me sorprende –dijo Jack, asqueado–. No sé cómo se las arregla, pero haga lo que haga, todo le sale bien.

      Victoria no hizo ningún comentario, pero se mordió el labio inferior, pensativa. Se preguntó cómo sería Kirtash ahora, y si habría cambiado mucho.

      Por lo visto, Jack estaba pensando lo mismo.

      —Habrá crecido, como nosotros –dijo a media voz.

      —Los años también pasan por él –asintió Alexander–. Tendrá ahora dieciséis o diecisiete, si no me equivoco.

      «Siempre será mayor que yo», pensó Jack, desalentado. No importaba cuánto entrenase con la espada, Kirtash siempre lo ganaría en experiencia.

      Hubo un tenso silencio en la biblioteca.

      —Bueno, y entonces, ¿cuál es tu plan? –preguntó entonces Victoria.

      —He pensado que, si vamos por él cuando esté trabajando, lo pillaremos desprevenido. Por otro lado, si hay mucha más gente alrededor, le costará más detectarnos. He visto lo que sabéis hacer, y creo que ya estamos preparados para entrar en acción.

      —¿Qué? –se le escapó a Victoria–. ¿Ahora?

      —No, ahora no. Sé dónde va a estar Kirtash dentro de ocho horas. Será el momento perfecto para atacar.

      Victoria miró su reloj. En su casa eran solo las ocho y media de la tarde. Hizo un rápido cálculo mental.

      —Es decir, a las cuatro y media de la madrugada, hora de Madrid.

      —Las siete y media de la tarde, hora de Seattle –respondió Alexander, sonriendo.

      —¿Nos vas a llevar a Seattle? –preguntó Jack, animado.

      —Sea lo que sea –suspiró Victoria–, espero que no dure más de dos horas, porque yo empiezo el colegio a las ocho, y a las siete como muy tarde he de estar de vuelta en mi cama...

      Se interrumpió al sentir las miradas de reproche que le dirigieron sus amigos.

      —Bueno, vale, no iré a clase si la misión se alarga. Pero ya veréis como se entere mi abuela. Me la voy a cargar.

      III

      MÁS ALLÁ

      E

      XPLÍCAME otra vez qué demonios hacemos aquí –dijo Jack, irritado.

      —Cazar a Kirtash –fue la respuesta de Alexander.

      —¿Y cómo vamos a verlo en medio de tanta gente? –protestó el muchacho.

      El pabellón Key Arena de Seattle estaba a rebosar de jóvenes y adolescentes que gritaban, cantaban y alborotaban en general. Los dos se sentían incómodos, pero el único que no lo disimulaba era Jack.

      No les había costado trabajo entrar allí. Era cierto que no tenían entradas, pero Victoria había aprendido a utilizar el camuflaje mágico en cualquier situación, y los hechizos que años antes era incapaz de realizar resultaban ahora mucho más sencillos gracias al poder del báculo. Jack no las tenía todas consigo cuando ella entregó tres papeles en blanco en la entrada del pabellón, sonriendo al revisor con aplomo. El hombre había mirado los papeles y la magia había hecho el resto.

      —¿Cómo lo has hecho? –había preguntado Jack, perplejo, una vez dentro del recinto.

      —Era solo una ilusión. Igual que la que nos oculta ahora mismo.

      Él asintió, comprendiendo. Victoria llevaba ropa deportiva y el báculo sujeto a la espalda, y tanto Jack como Alexander portaban al cinto sus respectivas espadas legendarias, pero cualquiera que los mirara no vería en ellos otra cosa que tres jóvenes que iban a disfrutar de un concierto.

      A pesar de las facilidades que habían encontrado para entrar, Jack no estaba seguro de que aquello hubiera sido una buena idea, y Alexander parecía bastante perplejo también. Suya había sido la idea de tender una emboscada a Kirtash en aquel lugar, pero solo ahora empezaba a comprender todos los significados e implicaciones del concepto terráqueo «concierto de rock».

      Jack se sentía especialmente molesto. Se preguntaba, una y otra vez, por qué ese tal Chris Tara había elegido como símbolo, de entre todos los animales posibles, precisamente una serpiente. Ahora las veía por todas partes: todo el mundo llevaba camisetas, sudaderas, brazaletes, pendientes o tatuajes con forma de serpiente en honor a su ídolo. El muchacho estaba empezando a marearse. Para él, que tenía fobia a aquellos reptiles, aquel era un ambiente claramente hostil.

      Solo Victoria sonreía de oreja a oreja y parecía estar flotando sobre una nube.

      —¿Seguro que hemos venido en una misión? –preguntó por enésima vez–. ¿No me habéis traído aquí para darme una sorpresa?

      Pero Alexander no ponía cara de haber ido al Key Arena a divertirse, y Jack supuso que aquello, por absurdo que pareciera, iba en serio.

      —Créetelo, Victoria: a Kirtash le gusta la misma música que a ti. A no ser, claro, que haya venido aquí buscando a alguien. Así que deja de sonreír de esa forma y abre los ojos, a ver si lo ves, ¿vale?

      —Bueno, pero no hace falta ser grosero –se defendió ella–. Me traéis a un concierto en directo de mi cantante favorito, ¿qué queréis que piense?

      Jack respiró hondo e intentó olvidar a las serpientes. Pensó en Victoria, en lo mucho que le importaba recuperar lo que le había unido a ella, y trató de arreglarlo:

      —Supongo que no hay nada malo en que disfrutes de la música –dijo, sonriendo y oprimiéndole el brazo

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