Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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–intentó explicarle Jack–, está el hecho de que aquí la serpiente parece ser el emblema oficial. Mire a donde mire veo serpientes, por todas partes. Comprende que no me sienta cómodo.

      —Lo entiendo –dijo Victoria tras un breve silencio–. Es verdad que te vuelves más agresivo cuando ves serpientes.

      —¿Agresivo? No, en realidad, yo...

      —Estad alerta –avisó entonces Alexander–. Esto está a punto de empezar.

      Estaban en uno de los pasillos superiores, a la derecha del escenario; habían subido allí para poder tener una visión general del pabellón, pero había demasiada gente, y Jack se preguntó, una vez más, cómo esperaba Alexander encontrar a Kirtash en medio de aquel maremágnum. Se volvió hacia Victoria para comentárselo, pero ella se había sujetado a la barandilla y tenía la mirada clavada en el escenario. Los ojos le brillaban con ilusión, y sus mejillas se habían teñido de color. Jack la miró con cariño y pensó que, al fin y al cabo, no había nada de malo en que la muchacha se divirtiera un poco. Después de todo era joven, y la responsabilidad que Shail había descargado sobre sus hombros, aun de forma involuntaria, era demasiado pesada.

      —¡Alexander! –exclamó, para hacerse oír por encima de los fans que voceaban el nombre de Chris Tara–.

      ¿Cómo sabes que Kirtash estará aquí?

      —Estaba en el programa del concierto –respondió Alexander en el mismo tono–. Bajo su otro nombre, claro.

      —¿Bajo su otro nombre? –repitió Jack–. ¿Qué quieres decir?

      Pero empezaba a sospecharlo, y volvió la cabeza, como movido por un resorte, hacia el escenario, que se había iluminado con una fría luz verde-azulada, mientras el resto de luces que bañaban el interior del Key Arena se amortiguaban hasta apagarse por completo.

      Chris Tara salió al escenario, aclamado por miles de fans. Tendría unos diecisiete años, vestía de negro, era ligero y esbelto, y se movía con la sutilidad de un felino. Y algo parecido a un soplo de hielo oprimió el corazón de Jack cuando lo reconoció.

      El joven se plantó en mitad del escenario, ante sus seguidores, y levantó un brazo en alto. El pabellón entero pareció venirse abajo. Miles de personas corearon el nombre de Chris Tara, enfervorecidos, y las serpientes que adornaban sus ropas y sus cuerpos parecieron ondularse bajo la fría luz de los focos. Jack se sintió por un momento como si estuviera en mitad de un oscuro ritual de adoración a una especie de dios de las serpientes, y tuvo que cogerse con fuerza a la barandilla porque le temblaban las piernas. No había imaginado nada así ni en sus peores pesadillas.

      —Decidme que estoy soñando –murmuró, pero las voces enardecidas de los fans, que aclamaban a su ídolo, ahogaron sus palabras, y nadie le oyó. Vio que Victoria se había puesto pálida y susurraba algo, pero tampoco pudo oír lo que decía.

      Poco a poco, la música fue adueñándose del pabellón, por encima de las ovaciones. Y Chris Tara empezó a cantar. Su música era magnética, hipnótica, fascinante, como venida de otro mundo. Su voz, suave, acariciadora, sugerente.

      Jack sintió que se le ponía la piel de gallina. Se inclinó junto a Victoria, todavía desconcertado, y le dijo al oído:

      —¿Ves lo mismo que yo veo? ¿Ese es Chris Tara? Victoria lo miró y asintió, con los ojos muy abiertos.

      —¿No lo oyes cantar? Es él.

      Jack sacudió la cabeza, atónito. Aquella situación era cada vez más extraña y él se sentía cada vez más agobiado por aquel ambiente opresivo, de modo que habló con más dureza de la que habría pretendido:

      —¿Me estás diciendo que tu cantante favorito es Kirtash? ¿Te has vuelto loca?

      —¡Yo no sabía que era él! –se defendió ella–. ¡Ya te he dicho que no le he visto nunca! No sale en las revistas de música ni concede entrevistas, solo se le puede ver en los conciertos.

      —¡No me lo puedo creer! –estalló Jack–. ¡Con razón no me gustaba su música!

      Alexander se inclinó hacia ellos y les dijo, mirando al escenario:

      —Explicadme qué está haciendo exactamente.

      —Lo que está haciendo no tiene ni pies ni cabeza –pudo decir Jack, todavía enfadado–. Es un cantante de pop-rock, ¿entiendes? Simplemente canta, y la gente viene a oírle cantar. Y, como ves, tiene mucho éxito. Se ha vuelto famoso. No puedo creerlo –repitió, irritado, sacudiendo la cabeza.

      —¡Ya te he dicho que yo no lo sabía! –insistió Victoria, entre confusa, avergonzada y enfadada.

      —No, no, tiene que haber una explicación –dijo Jack, cada vez más mareado–. Seguro que los está hipnotizando, o algo parecido... tiene poderes telepáticos, ¿no?

      —¡Yo no estoy hipnotizada! –se rebeló Victoria–. Sé muy bien lo que estoy haciendo.

      —¿Escuchando la música de Kirtash?

      Victoria enrojeció, pero no bajó la mirada cuando le dijo:

      —¿Y qué pasa si me gusta? ¿Eh?

      —Escuchad –dijo Alexander–. Sean cuales sean sus motivos, ahora está distraído. Es el momento de acabar con él.

      —¿Qué? –saltó Victoria–. ¿Delante de toda esta gente?

      ¿No podemos esperar a que termine el concierto?

      —¿Y qué vas a hacer entonces? –hizo notar Jack–. Si ya es prácticamente imposible llegar hasta cualquier estrella después de un concierto, ¿cómo piensas sorprender a Kirtash?

      —Pero no desde aquí, no hay un buen ángulo –dijo Alexander–.

      Deberíamos acercarnos más.

      —¿Me estáis pidiendo que le lance un rayo mágico desde aquí, a traición? –protestó Victoria.

      —¿Por qué no? –replicó Jack, molesto–. ¿Acaso se merece algo mejor?

      —¿Cuánto durará esto? –intervino Alexander.

      —Unas dos horas, supongo.

      —Perfecto. Tenemos tiempo para buscar un lugar mejor desde el que intentar acertarle. Victoria, espera aquí –le dijo a la chica–, y ve concentrando energía, o lo que quiera que hagas cuando usas el báculo. Nosotros intentaremos acercarnos más y encontrar un lugar desde el que puedas acertarle con más facilidad, pero lo bastante alejado como para que no llegue a descubrirnos. Si lo encontramos, enviaré a Jack a buscarte. Si no, en menos de quince minutos nos tendrás aquí otra vez.

      —Pero... –quiso protestar Victoria; pero los dos chicos ya se habían puesto en pie, y Jack le dirigió una torva mirada.

      —Que disfrutes del concierto –dijo con cierto sarcasmo.

      Los dos se perdieron entre la multitud, y Victoria se quedó sola.

      Se sentía muy confusa. Jack estaba

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