Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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      Kirtash había retrocedido un par de pasos. El débil resplandor blanco-azulado de Haiass iluminaba su rostro, y Victoria pudo ver que la miraba a los ojos... y sonreía.

      Y entonces, de nuevo, Kirtash desapareció. Victoria se mantuvo en guardia, esperando verlo emerger de entre las sombras en cualquier momento. Jack también se incorporó de un salto, se situó junto a su amiga, enarbolando a Domivat, y escudriñó la oscuridad. Pero Kirtash no apareció, y Victoria supo, de alguna manera, que se había ido.

      Jack se volvió hacia todos lados, desconcertado.

      —¡Por ahí! –exclamó entonces Victoria, señalando una sombra que se deslizaba entre los árboles.

      Echó a correr tras él, con el báculo preparado, y su extremo encendido como un faro.

      —¡Victoria! –la llamó Jack–. ¡Victoria, espera!

      Se volvió hacia Alexander, indeciso, sin saber qué hacer. Su amigo seguía tendido en el suelo, tiritando de frío, y Jack supo que debía entrar en calor cuanto antes, o todo su cuerpo se congelaría por completo. Tenía que recibir atención médica con urgencia. Pero Jack no podía dejar sola a Victoria, no con Kirtash acechando en la oscuridad.

      Alexander entendió su dilema.

      —Ve a buscar a Victoria, Jack –le dijo–. Hay que detenerla. Va directa a una trampa.

      El chico no necesitó más. Asintió y echó a correr tras su amiga.

      Victoria había llegado junto al Memorial Stadium, y se volvió hacia todos lados, indecisa. Se dio cuenta entonces de que había perdido a sus amigos, y se preguntó cómo había sido. Recordó que Alexander había resultado herido, y supuso que Jack se habría quedado con él. En cualquier caso, ahora estaba sola.

      Sintió aquel aliento gélido tras ella, y oyó la voz de Kirtash desde la oscuridad.

      —¿Has considerado ya mi propuesta, Victoria?

      —¿Propuesta? –repitió ella, mirando en torno a sí, preparada para luchar.

      —Te tendí la mano –la voz de Kirtash sonó junto a su oído, sobresaltándola, pero tan suave y sugerente que la hizo estremecer–. La oferta sigue en pie.

      Victoria se obligó a sí misma a reprimir su turbación y se giró con rapidez, enarbolando el Báculo de Ayshel.

      —No me interesan tus ofertas –replicó ceñuda–. Voy a matarte, así que da la cara y pelea de una vez.

      —Como quieras –dijo él.

      Y el filo de Haiass cayó sobre ella. Victoria reaccionó y alzó el báculo. Una vez más, ambas armas se encontraron y se produjo un chisporroteo que iluminó los rostros de los dos jóvenes. Victoria aguantó un poco más, giró la cadera y lanzó una patada lateral. Kirtash la esquivó, pero tuvo que retirar la espada. Victoria recuperó el equilibrio, bajó el báculo y se puso de nuevo en guardia. Los dos se miraron un breve instante, pero Victoria no dejó que los sentimientos contradictorios que le inspiraba aquel muchacho aflorasen por encima de su determinación de acabar con él. Volteó el báculo contra él, y Kirtash lo detuvo con su espada. Victoria volvió a moverlo, con rapidez, y logró rozar el brazo de su enemigo. Hubo un centelleo y olor a quemado; Kirtash hizo una mueca de dolor, pero no se quejó. Se movió hacia un lado, rápido como el pensamiento, y, antes de que Victoria pudiera darse cuenta, lo tenía tras ella, y el filo de Haiass reposaba sobre su cuello.

      —Me parece que ya hemos jugado bastante, Victoria –dijo él, con un cierto tono de irritación contenida.

      Ella no quiso rendirse tan pronto. Aun sabiendo que se jugaba la vida, se agachó y giró para dispararle una patada en el estómago.

      Kirtash pudo haberla matado con un solo giro de muñeca, pero no lo hizo; se limitó a esquivar la patada. Victoria se volvió y golpeó con el canto de la mano, con todas sus fuerzas. Notó que alcanzaba a Kirtash en la cara pero, antes de que la chica supiese siquiera cómo había pasado, él ya la había cogido por las muñecas y la tenía acorralada contra la pared. Se miraron un breve instante; estaban físicamente muy cerca, y Victoria sintió que se olvidaba de respirar por un momento. Había en él algo tan misterioso y fascinante que le impedía pensar con claridad.

      Pero los ojos de Kirtash mostraban un brillo peligroso.

      —Es una pena que tenga que ser por las malas –comentó él.

      La miró a los ojos, y Victoria percibió que la conciencia de Kirtash se introducía en la suya, manipulando los hilos que la ataban a la vida, y supo que iba a morir. Gritó, intentó debatirse, pero se dio cuenta de que en realidad no se había movido ni había salido el menor sonido de su boca, porque estaba paralizada de terror.

      Su último pensamiento fue para Jack. No volvería a verlo, y ni siquiera había podido despedirse.

      Y fue su rostro lo primero que vio cuando abrió los ojos.

      —Jack... –murmuró; se incorporó y trató de mover la cabeza, pero le dolía muchísimo–. ¿Qué...?

      No pudo decir nada más, porque de pronto su amigo la abrazó con fuerza, sin una sola palabra, y Victoria sintió que se quedaba sin respiración.

      —¿Jack?

      —Pensé que te había perdido –dijo él con voz ronca–. Cuando llegué y te vi ahí en el suelo... pensé que había llegado demasiado tarde, que Kirtash te había... Victoria, Victoria, no me lo habría perdonado nunca.

      La chica cerró los ojos, mareada, y recostó la cabeza sobre el hombro de Jack. No entendía muy bien lo que había ocurrido, pero sí sabía que le gustaba aquel abrazo.

      —Estoy viva –dijo–. Estoy... estoy bien. Creo. ¿Qué ha pasado?

      Jack se separó de ella para mirarla a los ojos.

      —Estás en un hospital. Kirtash te atacó, y te dejó inconsciente. Te recuperarás, pero necesitas descansar.

      Victoria intentó ordenar sus pensamientos.

      —Pensé... que iba a matarme –musitó.

      —Pues no lo hizo –dijo Jack; parecía tan desconcertado como ella, y añadió, no sin cierto esfuerzo–: Y tuvo ocasión. Pudo haberte matado, pudo haberte llevado consigo... pero te dejó allí, inconsciente.

      —No quería pelear contra mí –murmuró ella.

      «¿Por qué?», se preguntó, desconcertada. «¿Por qué no quiere matarme?».

      Jack le acarició el pelo con ternura.

      —Lo importante es que estás bien –vaciló antes de continuar–: Siento mucho haberme enfadado contigo en el concierto.

      —Por... –a Victoria le costaba recordar los detalles–. Ah, ya. No pasa nada.

      —No, sí que pasa –insistió él; le cogió el rostro con las manos, con dulzura, y la miró a los ojos–. Me estoy peleando contigo cada dos por tres, y he estado a punto de perderte esta vez, y... bueno, si te

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