Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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peleas tontas, porque... bueno, porque, ahora que hemos vuelto a la lucha... no puedo evitar pensar que cada vez que nos vemos puede ser la última. ¿Me entiendes?

      La miró intensamente, tratando de transmitirle todo lo que sentía. Victoria le devolvió la mirada, un poco perdida. Sentía que Jack estaba intentando decirle algo importante, intuía que había algo más detrás de aquellas palabras, pero le costaba mucho centrarse en la situación. Por alguna razón, no podía dejar de recordar la mirada de los ojos de hielo de Kirtash. Y ahora estaba mirando a Jack, pero apenas lo veía. Su mente y su corazón se encontraban muy lejos de allí.

      —Quieres decir... que has pasado miedo por mí –logró decir.

      —Sí, eso quería decir –respondió Jack, tras un breve silencio; abrió la boca para añadir algo más, pero se dio cuenta de que Victoria apenas lo estaba escuchando, y permaneció callado.

      —Pero... no debes hacerlo –murmuró ella, mareada–. Kirtash no va a matarme. No va a hacerme daño.

      No sabía por qué estaba tan segura de ello, pero sí estaba convencida de que no se equivocaba. Pero todo era tan confuso... Gimió, y se llevó una mano a la cabeza.

      —Estás hecha un lío –dijo él–, es natural. Llevas un par de horas inconsciente, y necesitarás recuperar fuerzas, pero yo creo que mañana ya estarás en condiciones de volver a casa.

      —¿Seguimos en Seattle? Jack asintió.

      —Sin ti, no podemos volver a Limbhad.

      —Yo debería estar en clase ahora mismo –murmuró ella, llena de remordimientos–. Avisarán a mi abuela diciéndole que he faltado. ¿Qué voy a decirle?

      —Ya lo pensarás mañana.

      Victoria recordó una cosa, y se volvió hacia Jack, preocupada.

      —¿Cómo está Alexander?

      —También, hospitalizado, pero recuperándose. Los médicos están un poco desconcertados porque nunca habían visto una herida como esa. Le ha congelado parte del vientre.

      —Haiass –murmuró Victoria–. Debo intentar curarle con mi magia. Se recuperará más deprisa.

      —Pero ahora no, Victoria. Ahora, duerme, ¿vale?

      —No –cortó ella con energía–. Tengo que ver cómo está Alexander.

      Se levantó de la cama de un salto, pero se mareó, y tuvo que apoyarse en Jack. El chico la ayudó a salir de la habitación. Miraron a uno y otro lado del pasillo, pero no vieron a nadie. El hospital estaba en silencio, y solo se oía el murmullo de la conversación de dos enfermeras un poco más lejos.

      Jack guió a Victoria hacia la habitación de Alexander. Pronto, el paso de la chica se hizo más seguro, pero ella no dejó de apoyarse en Jack. Después de todo lo que había pasado, su contacto la hacía sentir mucho más segura.

      Además, la mantenía con los pies en la tierra. Porque, si se descuidaba, volvía a recordar a Kirtash y, por alguna razón, su voz volvía a resonar en su mente, suave y seductora, confundiéndola, pero también transportándola a lugares lejanos, donde todo era posible.

      Entraron en la habitación de Alexander. Estaba dormido, pero los oyó entrar y abrió los ojos de inmediato; se volvió hacia ellos y los miró, y sus ojos relucieron en la oscuridad con un brillo amenazador.

      —Alexander, somos nosotros –murmuró Jack, algo inquieto.

      —Ah. Pasa, Jack. No encendáis la luz.

      Se acercaron a él, con precaución. Victoria se sentó en la cama, junto a Alexander, que entendió cuáles eran sus intenciones. Retiró las sábanas y dejó que ella examinara su costado, bajo la suave luz que entraba por la ventana.

      —Me han vendado la herida –dijo–. ¿Necesitas...?

      —No hace falta –cortó ella–. Mi magia puede pasar a través de las vendas.

      Colocó las manos sobre la zona dañada, sin llegar a rozar a Alexander, y dejó que su energía fluyera hacia él.

      Tuvo que esforzarse mucho. El hielo de Kirtash se resistía a retirarse y, por otro lado, ella seguía débil y distraída. Pero se obligó a sí misma a seguir transmitiendo energía y, poco a poco, el calor de su magia derritió la escarcha que se había adueñado de la piel de Alexander.

      Sin embargo, pronto se dio cuenta, asustada, de que había puesto tanto empeño en curar a Alexander que ella misma se estaba quedando sin fuerzas. Apretó los dientes. Si lo dejaba ahora, tal vez el hielo volviera a extenderse, y ella estaría demasiado débil para intentar otra curación. No, debía terminar lo que había empezado.

      Solo un esfuerzo más...

      Sintió de pronto la mano de Jack aferrándole el brazo.

      —Déjalo ya, Victoria –dijo él, muy serio–. No puedes más.

      Por alguna razón, el contacto de Jack le dio las fuerzas que necesitaba. Victoria transmitió un último torrente de energía, y el hielo desapareció por completo.

      Alexander lo notó.

      —Creo que ya está –dijo–. Ya no tengo frío.

      —Bien –murmuró Victoria, sonriendo. Intentó levantarse... pero todo le daba vueltas...

      Por suerte, Jack estaba allí para recogerla. La sujetó entre sus brazos, preocupado. La chica se había desmayado.

      —¡Victoria! ¿Qué...?

      —Está cansada –respondió Alexander–. Necesita reponer fuerzas. No usa el báculo para curar, y su magia, a diferencia de la de ese artefacto, no es inagotable. Llévala a su habitación y déjala dormir. Se recuperará –añadió al ver que Jack miraba a su amiga con una expresión profundamente preocupada–. Solo tiene que descansar.

      El chico asintió. Cargó con Victoria y se la llevó en brazos de vuelta a su habitación. La tendió en la cama y la tapó con la sábana, con cuidado. Se quedó mirándola un momento. Evocó de nuevo el instante en el que la había visto junto al estadio, yaciendo en el suelo, como muerta. Todo su mundo se había roto en mil pedazos, y su corazón no había vuelto a latir hasta que había descubierto que ella seguía viva. En aquel momento, hasta habría dado las gracias a Kirtash por no habérsela arrebatado. La había estrechado con fuerza entre sus brazos y le había susurrado al oído lo mucho que significaba para él. Pero en aquel momento, ella no podía oírle.

      Y ahora, tampoco.

      Jack sonrió y le acarició el pelo con dulzura.

      —Descansa, pequeña –susurró–. Cuando estés mejor, hablaremos. Tengo que contarte muchas cosas... pero ahora tienes que dormir y recuperar fuerzas. Yo estaré cerca por si necesitas algo... ahora y siempre.

      Victoria se despertó de madrugada. Tardó un poco en recordar todo lo que había pasado pero, cuando lo hizo, miró a su alrededor. Vio a Jack, dormido en el sillón, junto a ella, y sonrió, conmovida, dándose cuenta de que él había preferido quedarse a velar su sueño antes que el de Alexander.

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