Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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con un suspiro–. No puedo ir contigo. No quiero dejar a Alexander ni a... –vaciló.

      —Jack –completó Kirtash, y su voz tenía un tono peligroso.

      Victoria desvió la mirada.

      —Los dos morirán tarde o temprano –dijo Kirtash con frialdad–. A ellos también he de matarlos. Pero estoy intentando salvarte a ti.

      Victoria pareció volver a la realidad y lo miró con ferocidad.

      —No. No, ni hablar. No dejaré que te acerques a ellos.

      —Oh, pero ya lo conozco todo sobre Limbhad, vuestro refugio secreto –sonrió él–. Tú me lo contaste, aunque no quisieras hacerlo... hace dos años, en Alemania –al ver la expresión horrorizada de Victoria, añadió–: Pero no te preocupes, sabes que no puedo llegar hasta allí. A menos que tú me lleves... o me llames desde allí a través de esa Alma que guarda vuestra pequeña fortaleza.

      «Lo sabe todo», pensó, aterrada.

      Quiso volverse para marcharse, para salir huyendo, pero Kirtash la retuvo sujetándola por el brazo.

      —Voy a matar a tus amigos –le aseguró, mirándola a los ojos–. Sabes que lo haré, tarde o temprano. ¿Por qué has acudido a mi llamada?

      —Porque me has hipnotizado –replicó ella con fiereza.

      —Sabes que no es verdad. Tu mente es solo tuya, y tus sentimientos también lo son. No te he manipulado... aunque podría haberlo hecho. Pero no es así como quiero que sucedan las cosas. No, Victoria. Has venido por voluntad propia.

      —Suéltame. Suéltame o...

      —¿O qué?

      Kirtash sacó un puñal de uno de los bolsillos interiores de la cazadora, y Victoria retrocedió, temerosa, y maldiciéndose a sí misma por haber acudido sin un arma para defenderse.

      Pero lo que hizo Kirtash a continuación la sorprendió. Tiró de ella hasta dejarla muy cerca de él, le puso el puñal en la mano y lo colocó sobre su propio cuello.

      —Voy a matar a tus amigos –repitió–. Porque he de hacerlo, ellos son renegados y es mi cometido. Pero ahora tú tienes la oportunidad de matarme a mí. No es tan difícil. No me defenderé.

      Victoria parpadeó, perpleja.

      —No... no lo entiendo.

      Pero seguía blandiendo el puñal, seguía sosteniéndolo sobre la garganta de Kirtash, podía degollarlo, podía bajarlo un poco más y clavárselo en el corazón... con solo mover la mano... y salvaría muchas vidas, porque el joven ya había manifestado su intención de seguir matando.

      —Piénsalo –insistió él–. Puedes acabar conmigo. Como has intentado hacer esta tarde, durante el concierto. Ya te he dicho que tarde o temprano asesinaré a tus amigos. Especialmente a Jack –Victoria apretó los dientes–. No mato por placer ni por deporte, pero debo confesar que tengo muchas ganas de acabar con él.

      Victoria pensó en Jack, dormido en el sillón de la habitación del hospital, velando su descanso, y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas de rabia y odio.

      —No te atreverás –susurró–. No te atreverás a tocar a Jack, porque, si lo haces...

      —¿Qué? ¿Me matarás? Adelante, puedes hacerlo ahora.

      Victoria oprimió con fuerza el mango del puñal. Un fino hilo de sangre recorrió el cuello de Kirtash, pero él no pareció inmutarse.

      —Voy a matar a Jack –dijo de nuevo.

      Victoria gritó y apretó la daga contra el cuello de Kirtash. Pero, por alguna razón, el objeto resbaló entre sus dedos y cayó al suelo. Victoria quiso golpear al joven con los puños, pero él la sujetó por las muñecas. Odiándose a sí misma por ser tan débil, Victoria dejó caer la cabeza para que sus cabellos ocultaran su rostro, y las lágrimas que empañaban sus ojos.

      —¿Por qué no puedo matarte? –preguntó, angustiada. Él le hizo alzar la cabeza para mirarla a los ojos.

      —Yo iba a hacerte la misma pregunta –dijo en voz baja.

      Y se inclinó hacia ella y la besó con suavidad. Victoria jadeó, perpleja, pero cerró los ojos y se dejó llevar, y sintió que algo estallaba en su pecho y que un extraño hormigueo recorría todo su cuerpo. Los labios de Kirtash acariciaron los suyos, con ternura y, cuando se separó de ella, la muchacha se sentía tan débil que tuvo que apoyarse en el pecho de él para no venirse abajo.

      —Por qué me haces esto –susurró, dejando caer la cabeza sobre el hombro de Kirtash–. No es justo.

      —La vida no es justa.

      Por algún extraño motivo, en medio de toda aquella situación, Victoria no pudo evitar pensar en Jack. Reunió fuerzas para separarse de Kirtash y lo miró un momento.

      —Sabes dónde está Jack ahora, ¿no es cierto? Has averiguado donde estábamos, y por eso has podido llamarme.

      Kirtash asintió, y Victoria sintió que se le congelaba la sangre en las venas. Jack se había quedado en el hospital, para cuidarlos a ella y a Alexander, y allí era vulnerable. Debía regresar y llevárselo a Limbhad, antes de que llegara Kirtash...

      Kirtash, que quería matar a Jack, y lo decía en serio. Kirtash, que acababa de besarla. Y Victoria había disfrutado con aquel beso.

      Odiándose a sí misma, sintiéndose una traidora a la Resistencia y, lo que era peor, a sus amigos, Victoria se sorprendió a sí misma volviéndose de nuevo hacia su enemigo para suplicarle:

      —Esta noche, no. Por favor, no le hagas daño hoy. Por favor...

      Los ojos de Kirtash relampaguearon un instante.

      —¿Sabes lo que me estás pidiendo?

      —Por favor. Por el beso –dijo súbitamente–. Si ha significado algo para ti... no vayas a buscar a Jack esta noche.

      Kirtash la miró un momento y luego le dio la espalda.

      —Vete –dijo en voz baja–. Pronto te echarán de menos.

      Victoria se quedó allí, pero él no se movió. Sin saber muy bien qué hacer o qué decir, ella dio media vuelta y echó a correr por el camino, en dirección al hospital.

      Cuando entró de nuevo en su habitación, vio que Jack seguía dormido. Lo miró un momento y sintió, durante un confuso instante, que estaría dispuesta a dar su vida por salvar la de su amigo; pero, en cambio, no había sido capaz de matar a Kirtash cuando había tenido la ocasión.

      Y había dejado que él la besara. Parpadeó para contener las lágrimas.

      —Hace tiempo –le confesó a Jack en un susurro– deseé que tú fueras el primero en besarme. Soñaba con que lo harías algún día. Pero te marchaste, y te estuve esperando y no volvías. Y ahora... ya es demasiado tarde.

      Sabía que él no la había oído, y se preguntó

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