Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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su voz en algún rincón de su mente, y supo que él estaba cerca. Con el corazón latiéndole con fuerza, Victoria se levantó y se vistió, y luego salió en silencio de su habitación, caminando de puntillas para no hacer ruido.

      Una vez fuera, alzó la vista hacia el cielo. Una bellísima luna llena brillaba sobre ella, y Victoria recordó entonces a Alexander, y a Jack, que se había quedado con él en Limbhad, y se preguntó si estarían bien.

      Se apresuró a bajar la enorme escalinata y a seguir a su instinto.

      Y este la llevó directamente hasta Kirtash.

      El joven la estaba aguardando en la parte posterior de la casa, donde había un mirador que dominaba un pequeño pinar. Se había sentado sobre el pretil de piedra y contemplaba la luna llena. Victoria avanzó y se sentó junto a él. Los dos se quedaron un momento callados, admirando la luna que lucía sobre ellos.

      —Es hermosa la luna, ¿verdad? –musitó Victoria. Kirtash asintió en silencio. Victoria lo miró, y se sorprendió de que alguien como él pudiera contemplar la luna llena de aquella manera, como hechizado por su belleza. El joven se dio cuenta de que ella lo observaba, y se volvió para mirarla.

      —Victoria –dijo solamente.

      —Kirtash –dijo ella; era la primera vez que pronunciaba su nombre ante él, y, por alguna razón, le supo amargo.

      —¿Por qué has venido?

      —Porque tú me has llamado –respondió Victoria con suavidad, como si fuera evidente–. ¿Por qué no mataste a Jack la otra noche?

      —Porque tú me pediste que no lo hiciera.

      El corazón de Victoria latía con tanta fuerza que le pareció que se le iba a salir del pecho. No era posible que las respuestas a aquellas preguntas fueran tan simples, tan directas, tan obvias. No era posible... que ambos sintieran algo el uno por el otro.

      Y, sin embargo...

      Hechizada por la mirada de aquellos ojos de hielo, Victoria pronunció de nuevo su nombre, con un susurro que acabó en un suspiro:

      —Kirtash... –se esforzó por liberarse de aquel embrujo, y preguntó–: ¿Qué significa tu nombre?

      El muchacho calló un momento antes de contestar:

      —Procede de una variante del idhunaico antiguo –dijo–. Significa «serpiente».

      —No me gusta –dijo Victoria, con un escalofrío–.

      ¿Puedo llamarte de otra manera?

      Él se encogió de hombros.

      —Como quieras. No es más que un nombre. Como Victoria –la miró con intensidad, y ella sintió que enrojecía–. No es más que un nombre, ¿no es cierto? Lo importante es lo que somos por dentro.

      La chica desvió la mirada, sin entender del todo lo que quería decir.

      —En la Tierra se te conoce como Chris Tara –murmuró–. ¿Por qué elegiste ese nombre?

      —Yo no lo elegí. Mi representante no sabía pronunciar mi nombre, y lo cambió por ese. Me dio igual. Como ya te he dicho, no es más que un nombre.

      —¿Qué significa Chris? ¿Christopher, Christian...?

      —Como gustes.

      —¿Christian? ¿Puedo llamarte Christian?

      —No me define muy bien, ¿verdad? Yo diría que Kirtash cuadra más con mi personalidad –añadió él con cierto sarcasmo.

      —Pero, como tú mismo has dicho –señaló Victoria–, no es más que un nombre.

      El muchacho la miró con una media sonrisa.

      —Llámame Christian, entonces. Si eso te hace sentir mejor. Si eso te hace olvidar quién soy en realidad: un asesino idhunita enviado para mataros a ti y a tus amigos.

      Victoria desvió la mirada, incómoda.

      —Yo, en cambio, seguiré llamándote Victoria, si no te importa –añadió él–. También me hace olvidar que tengo que matarte.

      La muchacha sacudió la cabeza, confusa.

      —Pero tú no quieres matarme –dijo. Hubo un largo silencio.

      —No –dijo Christian finalmente–. No quiero matarte.

      —¿Por qué no?

      Él se volvió hacia ella, alzó la mano para coger su barbilla y le hizo levantar la cabeza, con suavidad. Pareció que buceaba en su mirada durante un eterno segundo. Pareció que se inclinaba para besarla, y Victoria sintió como si el corazón le fuera a estallar.

      Pero él no la besó.

      —Haces muchas preguntas –observó.

      —Es natural –respondió ella, apartando la cara, y tratando de ocultar su decepción–. No sé nada de ti. En cambio, tú lo sabes todo acerca de mí.

      —Eso es cierto. Sé cosas que ni tú misma sabes todavía. Pero siempre hay algo nuevo que aprender. Como esa casa, por ejemplo –añadió, señalando hacia la mansión.

      —¿Qué le pasa a la casa?

      —Tiene una especie de aura benéfica que te protege. Me resulta desagradable.

      —No es más que la casa de mi abuela –murmuró Victoria, perpleja.

      —Claro, y esa mujer no es más que tu abuela –comentó Christian, sonriendo, con algo de guasa–. De todas formas, vivir aquí es bueno para ti. Te guardará de muchos peligros.

      —¿También de ti?

      Christian la miró de nuevo con aquella intensidad que la hacía estremecer.

      —Pocas cosas pueden protegerte de mí, Victoria, y esa casa no es una de ellas. Como ves, estoy aquí.

      Victoria desvió la mirada.

      —¿Por qué me dices esas cosas? Me confundes. No sé lo que siento, y tampoco sé lo que sientes tú.

      Christian se encogió de hombros.

      —¿Acaso importa?

      —¡Claro que importa! No puedes seguir jugando conmigo, ¿sabes? Tengo sentimientos. Puede que tú no los tengas, pero debes entender que yo... necesito saber a qué atenerme. Quiero saber qué sientes por mí, quiero saber si te importo de verdad, yo...

      Se interrumpió, porque él la había agarrado del brazo y se había acercado a ella, tanto que podía sentir su respiración.

      —Sabes que tengo que matarte –siseó Christian–, y no lo he hecho todavía. Ni tengo intención de hacerlo, y no te imaginas la de problemas que me puede acarrear eso. ¿Me preguntas si

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