Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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la rabia, de la frustración, lo que más le dolía era que Kirtash le había hecho daño a Victoria, que ella estaba sufriendo por su culpa. Comprendió que, más que riñas o reproches, lo que ella necesitaba en aquellos momentos era un amigo, un hombro sobre el cual llorar. De modo que decidió tragarse su orgullo e intentar ayudarla en todo lo que pudiera. Aunque, una vez más, tuviera que guardarse para sí sus propios sentimientos al respecto.

      —¿Cómo te encuentras? –le preguntó, con suavidad.

      —No estoy segura. Han pasado demasiadas cosas y...

      –se le quebró la voz; se volvió hacia Jack para preguntarle, cambiando de tema–: ¿Está muy enfadado Alexander?

      Jack se encogió de hombros.

      —Se le pasará.

      Victoria desvió la mirada.

      —He sido una estúpida –murmuró.

      —Te engañó, Victoria. Le puede pasar a cualquiera.

      —No, maldita sea, yo sabía quién era, sabía que...

      —¿Sabías que era un shek? Victoria guardó silencio.

      —No –dijo por fin–. Eso no lo sabía. Sabía que era un asesino, incluso sabía... sabía que es el hijo de Ashran, el Nigromante. Y aun así...

      —Espera, espera... ¿el hijo de quién?

      —De Ashran, el Nigromante. Eso me dijo.

      —Pues... seguramente te mintió, Victoria, porque Ashran es humano.

      —Ya –dijo ella en voz baja–. Y Kirtash no lo es. Jack vaciló.

      —¿Por qué no quiere hacerte daño? –le preguntó.

      —No lo sé. Hasta hoy, pensaba que era porque sentía algo por mí. Ahora... no lo sé.

      Jack la miró y tuvo ganas de abrazarla, pero no sabía si a ella le parecería bien. Era extraño, pensó de pronto. Siempre habían tenido la suficiente confianza como para ofrecerse un abrazo consolador el uno al otro cuando era necesario. Pero, ahora que sabía que Victoria había sentido algo especial por otra persona, por mucho que le hirviera la sangre al pensar que esa persona... o lo que fuera... había sido Kirtash, Jack se sentía fuera de lugar, como si ya no hubiera sitio para él en el corazón de Victoria. De modo que permaneció quieto, sin osar acercarse a ella.

      —Tú sí que sentías algo por él, ¿no? –se atrevió a preguntar.

      —Eso pensaba –lo miró, con los ojos muy abiertos, a punto de llorar–. Lo siento, Jack. Me veía con él en secreto, traicioné a la Resistencia y...

      —...Y me has salvado la vida. Yo solo puedo pensar en eso, Victoria. Solo puedo pensar en que él te dio la posibilidad de salvar tu vida y tú decidiste que preferías morir conmigo.

      Victoria abrió la boca para decir algo, pero no le salieron las palabras. Enrojeció y miró hacia otra parte, azorada.

      —Me importas –pudo decir finalmente, en voz baja–. Me importas mucho. ¿Crees que habría podido apartarme y dejar que ese monstruo te matara... sobre todo sabiendo que era culpa mía? Jamás me lo habría perdonado.

      Jack sintió que su deseo de abrazarla aumentaba hasta hacerse insoportable. Tragó saliva. Alargó la mano para rozarle el brazo, pero ella se apartó y lo miró como un cervatillo asustado.

      —Lo siento –murmuró Jack–. Solo quería...

      «No seas estúpido», se reprochó a sí mismo. «No te hagas ilusiones. Ella se fijó en Kirtash antes que en ti». Volvió la cabeza bruscamente, para que Victoria no viera reflejado en su rostro el dolor de su corazón.

      Pero ella lo vio. Se quedó mirándolo, sin comprender lo que estaba pasando.

      —Qué... Jack, no te entiendo, no sé qué quieres. Ya sabes lo que hice, ¿por qué no me odias? ¿Por qué eres tan bueno conmigo? ¿Por qué finges que no te importa lo que ha pasado? ¿Por qué no estás enfadado, como Alexander?

      —Son demasiadas preguntas –protestó Jack, algo confuso; la miró, y vio que no podría contestarlas sin confesar lo que sentía por ella realmente–. Además –añadió–, no creo que sea el momento apropiado.

      Victoria se lo quedó mirando, angustiada.

      —¿El momento apropiado? –repitió–. No, por favor, necesito que me respondas. Ya sabes qué era lo que te estaba ocultando, y yo necesito saber qué es lo que piensas, porque...

      Jack la hizo callar, con suavidad, colocando un dedo sobre sus labios.

      —Está bien, está bien, no te preocupes. Sabes que se me da fatal explicar las cosas, pero, si insistes, lo intentaré.

      Victoria asintió, agradecida. Jack respiró hondo. Había ensayado aquella conversación muchísimas veces. Pero jamás habría imaginado que se produciría después de enterarse de que Victoria se veía en secreto con Kirtash. Intentó no pensar en ello. Cerró los ojos un momento y trató de poner en orden sus pensamientos antes de empezar:

      —Claro que me importa lo que ha pasado, Victoria. Claro que me molesta que... te hayas... enamorado, o lo que sea... de Kirtash. Precisamente de él.

      »Pero ni la Resistencia, ni mi orgullo, ni mi odio hacia él tienen nada que ver con esto. Lo que me pasa, Victoria, es, simplemente... –tomó aliento y lo soltó de un tirón–, que estoy celoso. Terriblemente celoso.

      —¿Qué? –soltó Victoria, estupefacta.

      —Pero no tengo derecho a enfadarme contigo. Primero, porque has arriesgado la vida por mí. Te importo de verdad. Todavía estoy levitando –confesó, enrojeciendo aún más.

      »Segundo –prosiguió, antes de que ella pudiera decir nada–, entre tú y yo no hay nada más que amistad. Lo que hagas con tu vida privada, a quién decidas querer, es cosa tuya. No soy tu novio ni nada por el estilo. No veo por qué iba a enfadarme porque estés con otra persona que no sea yo. Tus sentimientos no me pertenecen, ni a mí, ni a la Resistencia, por más que Alexander intente hacerte creer lo contrario. Y ni yo, ni Alexander, ni nadie, tenemos derecho a intentar controlar lo que sientes. Eso que te quede bien claro.

      »Tercero: ¿Que Kirtash es nuestro enemigo, que es un asesino? ¿Que lo odio con todo mi ser? Es verdad, pero en estos momentos, Victoria, me importas tú mucho más que él, mucho más que la Resistencia. Una vez me dijiste que me importaban más mis enemigos que mis amigos. Pero eso se acabó hace mucho tiempo.

      »Y por último: es culpa mía, solo mía. Hace siglos que tendría que haberte dicho lo importante que eres para mí. Pero soy estúpido, y ha tenido que venir Kirtash a rondarte para que me decidiera a decírtelo. Tuve mi momento y lo dejé pasar. Me marché, te di la espalda porque era un crío y tenía miedo de... yo qué sé... pensaba que no estaba preparado y... bueno, resumiendo, que perdí mi oportunidad. Hasta Alexander, que es tan bruto para estas cosas, se ha dado cuenta de que yo estaba loco por ti. He tenido cientos de ocasiones para decírtelo, para decirte que... que te quiero con toda mi alma, que no quiero perderte, que daría lo que fuera por verte feliz –soltó de un tirón–;

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