Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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era mejor no acercarse.

      Y, sin embargo, deseaba volver a verlo, deseaba preguntarle muchas cosas y, a pesar de todo... deseaba mirarlo a los ojos una vez más y sentir su contacto, sugestivo, electrizante...

      «No», se dijo a sí misma, con firmeza. «Ya has causado bastantes problemas».

      «Victoria...», la llamó él, por tercera vez.

      La muchacha cerró los ojos con fuerza. Tenía pensado ir a Limbhad un poco después, para ver cómo estaba Jack, y se aferró a esa idea: Jack, Jack, Jack... ansiaba volver a verlo, llevaba todo el día echando de menos su cálida sonrisa, y no permitiría que una serpiente retrasara aquel momento.

      Pensar en Jack le hizo recordar los últimos acontecimientos, la misteriosa fuerza de su amigo, y se preguntó, inquieta, si Kirtash sabría de dónde procedía. Si era así, tal vez pudiera explicarle...

      Esperó, conteniendo el aliento, pero la llamada de Kirtash no volvió a producirse. Victoria titubeó. ¿Y si se había ido? ¿Y si no volvía?

      Cerró los ojos y sacudió la cabeza. Estaba intentando olvidar a Christ... Kirtash, para poder iniciar algo nuevo con Jack, cuando estuviera preparada, y no iba a echarlo todo por la borda, ahora no. Después de todo lo que Jack había hecho por ella, no se merecía que volviera a responder a la llamada de su enemigo.

      Pero... tal vez si solo hablaban... tal vez él pudiera explicarle...

      Él no volvía a llamarla, y Victoria pensó, angustiada, que tal vez había considerado que tres veces eran más que suficientes. Tenía que comprobarlo.

      Se levantó deprisa, se puso su bata blanca por encima del pijama, se calzó las zapatillas y salió de su cuarto en silencio, con el corazón latiéndole con fuerza. Una parte de ella deseaba que Kirtash se hubiese ido ya, y así no se metería en problemas. Pero otra parte quería volver a verlo y, aunque intentaba convencerse a sí misma de que era solo para tratar de obtener alguna información, lo cierto era que no era esa la verdadera razón por la que acudía a su encuentro.

      Salió al jardín y sintió que se quedaba sin aliento al distinguir, bajo la luz de la luna y las estrellas, la figura de Kirtash en el mirador. Respiró hondo. Aún estaba a tiempo de regresar...

      Pero avanzó hasta quedar a unos pasos de él. El joven se volvió para mirarla. Estaba más serio de lo que era habitual en él.

      —Buenas noches –dijo con suavidad. Victoria tragó saliva.

      —Buenas noches –respondió; titubeó y añadió–: siento lo de tu espada.

      —Sé que no lo sientes en realidad –replicó él–. Al fin y al cabo, iba a matar a Jack con ella.

      Victoria no supo qué decir.

      —Acércate y siéntate, por favor –pidió entonces el shek–. Tengo que hablar contigo.

      Victoria negó con la cabeza.

      —Si no te importa, me quedaré aquí. Kirtash esbozó una media sonrisa.

      —Como quieras. Seré breve, entonces. He venido a advertirte que corres peligro.

      —¿Qué quieres decir?

      —Ashran ha enviado a alguien a matarte. Alguien que no soy yo y que, por tanto, no tendrá reparos en acabar con tu vida.

      Victoria se estremeció. No por las noticias que él le traía, sino por todo lo que implicaba el hecho de que estuviera contándole aquello.

      —Pero... se supone que tú no deberías decirme estas cosas, ¿verdad? ¿Qué pasará si Ashran se entera?

      Kirtash se encogió de hombros.

      —Eso es problema mío. Lo único que tiene que preocuparte, Victoria, es que estás en peligro. Quédate en Limbhad, o bien en esta casa. Como ya te dije, te protege. No de mí, es cierto, pero sí de ella.

      —¿Ella? –repitió Victoria en voz baja. Kirtash asintió.

      —Se llama Gerde, y tiene mucho interés en matarte. Ashran se lo ha encomendado como una misión especial. Me temo que es por mi culpa –añadió–, y por eso he venido también a despedirme: no volveremos a vernos.

      Algo atravesó el corazón de Victoria como un puñal de hielo.

      —¿Nunca más?

      —No, hasta que mate a Jack –especificó Kirtash–. Entonces, podré pedir a Ashran que te perdone la vida.

      —No soporto oírte decir eso –replicó ella, irritada–. ¿Tienes idea de lo importante que es Jack para mí? ¿Cómo puedes seguir diciendo tan tranquilamente que vas a matarlo, y esperar que lo acepte, sin más?

      —No espero que lo aceptes. Sé que no lo harás. Pero todo es cuestión de prioridades, y lo único que me importa ahora es mantenerte con vida, ¿entiendes? Cuando está en juego tu existencia futura, Victoria, no puedo pararme a pensar en tus sentimientos.

      Ella abrió la boca para responder, pero no fue capaz. De nuevo, Kirtash la había dejado sin palabras.

      —Por eso tienes que permanecer oculta –prosiguió él–; no debes permitir que Gerde te encuentre, bajo ningún concepto.

      —Puedo luchar contra ella.

      Kirtash la miró fijamente.

      —Sí. Y tal vez lograras derrotarla. Pero no quiero correr riesgos y, por otra parte, si Gerde fracasa, Ashran enviará a otra persona.

      —Lucharé contra todos ellos –aseguró Victoria, con fiereza–. Y –añadió, mirando a Kirtash a los ojos, desafiante– seguiré protegiendo a Jack. No permitiré que le pongas la mano encima.

      Kirtash no hizo ningún comentario.

      Hubo un silencio que a Victoria le resultó muy incómodo. Sospechaba que él no tenía nada más que decir, y eso significaba que se marcharía, y que tal vez no volvería a verlo. Y si, para reencontrarse con Kirtash en un futuro, Jack tenía que morir, Victoria prefería que ese reencuentro no llegara a producirse nunca.

      Por eso, tenía que retrasar todo lo posible el momento de la despedida.

      —¿Cómo... cómo logró Jack romper tu espada? –preguntó por fin.

      Kirtash la miró a los ojos, muy serio, y Victoria temió haber ido demasiado lejos. Pero finalmente, el shek respondió:

      —Yo estaba alterado, y perdí concentración. Eso hizo que Haiass se debilitara. Por eso Jack logró quebrarla.

      Victoria intuía que había mucho más detrás de aquella sencilla explicación, algo que Kirtash no quería contarle. Insistió:

      —Pero tú... eres un shek, ¿no? Eres poderoso. Eres... casi invencible.

      Kirtash seguía mirándola, de aquella manera tan intensa, y Victoria desvió la vista, incómoda.

      —Soy un shek –respondió

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