Inteligencia social. Daniel Goleman
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«Ya no podemos –añade Stern– seguir considerando nuestra mente como algo independiente, separado y aislado», sino que debemos entenderla como algo “permeable” y que se halla en continua interacción con otras mentes y uniéndonos a ellas con una especie de vínculo invisible. Estamos continuamente sumidos en un diálogo inconsciente con las personas con las que nos relacionamos sintonizando nuestros sentimientos con los suyos. Como mínimo, y por el momento, nuestra vida mental parece una cocreación, una matriz de la relación interpersonal.
Los circuitos neuronales que movilizan la musculatura facial permiten que los demás puedan interpretar las emociones que emergen en nuestro interior (a menos que las reprimamos activamente), y la activación de las neuronas espejo garantiza que, en el mismo instante en que alguien advierte en nuestro rostro una determinada emoción, pueda sentirla. Por ello decimos que nosotros no somos los únicos que experimentamos aisladamente nuestras emociones, sino que también las experimentan –tanto de un modo manifiesto como encubierto– las personas con las que nos relacionamos.
En opinión de Stern, las neuronas imitadoras se ponen en marcha cada vez que experimentamos el estado de ánimo de otra persona y nos hacemos eco de sus sentimientos. Este vínculo intercerebral es el que permite que nuestros pensamientos y emociones discurran por los mismos senderos y que nuestros cuerpos se muevan a la vez. Cuando las neuronas espejo establecen un vínculo intercerebral, emprenden un dueto tácito que desbroza el camino para transacciones más sutiles y poderosas.
EL EFECTO DE LA CARA FELIZ
Cuando, en los años ochenta, conocí a Paul Ekman, acababa de pasar casi un año de su vida aprendiendo a controlar voluntariamente, delante de un espejo, cada uno de los cerca de doscientos músculos de la cara, lo que no dejaba de estar exento de cierta heroicidad porque, en varias ocasiones, se vio obligado a aplicarse una ligera descarga eléctrica para poder ubicar algunos músculos difíciles de detectar. Después de dominar esa hazaña de autocontrol, esbozó un mapa muy exacto de los distintos sistemas musculares que se ponen en marcha al exhibir cada una de las grandes emociones y sus múltiples variantes.
Ekman ha identificado dieciocho tipos diferentes de sonrisa basados en distintas combinaciones de los quince músculos faciales implicados. Entre ellas cabe señalar, por nombrar sólo unas pocas, la sonrisa postiza que parece pegada a un rostro infeliz y transmite una actitud del tipo “sonríe y apechuga” que parece el reflejo mismo de la resignación; la sonrisa cruel que exhibe la persona malvada que disfruta haciendo daño a los demás, y la sonrisa distante característica de Charlie Chaplin, que moviliza un músculo que la mayoría de la gente no puede mover voluntariamente y parece, como dice Ekman, «reírse de la risa».17
También hay, obviamente, sonrisas genuinas que transmiten la alegría y la diversión espontánea y que son, con toda probabilidad, las más evocadoras, por cuanto que son las que más fácilmente registran las neuronas espejo destinadas a detectar sonrisas y desencadenar las nuestras.18 Como dice cierto proverbio tibetano: «La mitad de tu sonrisa es para ti y la otra mitad para el mundo».
La sonrisa es la más positiva de todas las expresiones emocionales, porque el cerebro humano parece preferir los rostros felices y los reconoce más fácil y rápidamente que los que expresan emociones negativas, algo que se conoce como “el efecto de la cara feliz”.19
Algunos neurocientíficos sugieren que el cerebro posee un sistema que nos predispone hacia los sentimientos positivos y nos lleva a asumirlos con más frecuencia que los negativos y a tener, en consecuencia, una visión más positiva de la vida.
Eso significaría que la Naturaleza tiende a fomentar las relaciones positivas y que no nos hallamos inicialmente predispuestos hacia la hostilidad, con independencia del importante papel que desempeñe la agresividad en los asuntos humanos.
Los momentos positivos y alegres desencadenan de inmediato la resonancia, incluso entre completos desconocidos. En lo que puede ser otro ejemplo de investigación psicológica destinada a demostrar lo evidente, se propuso a parejas de desconocidos una serie de juegos absurdos como por ejemplo dirigir, hablando a través de una pajita, el movimiento de otra persona que, con los ojos vendados, trata de lanzar y recoger una pelota, un ejercicio que aboca a una impotencia que no tarda en provocarles las más sonoras risotadas.
Cuando el mismo juego se llevó a cabo sin emplear la pajita y sin vendar los ojos, los sujetos no llegaban, sin embargo, a estallar en carcajadas, aunque sí experimentaban una fuerte sensación de proximidad, por más que sólo hubieran estado practicando unos pocos minutos.20
Ciertamente, la risa puede ser la distancia más corta entre dos cerebros, provocando un contagio irrefrenable que establece un vínculo social inmediato.21 Cuanto más amigos sean dos adolescentes, por ejemplo, más atolondradamente se reirán y mayor será la sincronía que experimentarán o, dicho en otras palabras, mayor será su resonancia,22 hasta el punto de que lo que para un padre puede simplemente parecerle un bullicio infernal puede resultar, para su hijo, el paradigma de la proximidad.
GUERRA DE MEMES
Desde la década de los setenta, las canciones rap han glorificado el estilo de vida de las bandas juveniles, las armas, las drogas, la agresividad, la misoginia, los chulos, los buscavidas y el gusto por la ostentación. Pero últimamente las cosas parecen estar cambiando, como también lo hace la vida de algunos de sus músicos.
«Parece como si el hip-hop tuviera que ver con fiestas, armas y mujeres», reconoce Darryl McDaniels, cantante del conocido grupo de rap Run D.M.C. Pero McDaniels, que prefiere el rock and roll al rap, añade: «Eso está bien para estar en una “disco” pero, desde las nueve de la mañana hasta el momento en que me acuesto, esa música no me dice gran cosa».23
Esta queja presagia el advenimiento de una nueva ola rap que abraza una visión más completa, aunque todavía bastante controvertida, de la vida. Como admitió John Stevens, uno de estos raperos reformados al que se conoce como Legend: «Lo cierto es que no me siento a gusto componiendo música que exalta la violencia y cosas por el estilo».24
En lugar de eso, Legend y su también reformado colega rap Kanye West han ido derivando hacia una actitud que combina la autocrítica con la ironía social, una sensibilidad más acusada que refleja su experiencia vital y ha discurrido por caminos muy ajenos a los que siguieron casi todas las estrellas de rap del pasado. Stevens se licenció en la Universidad de Pennsylvania y Kanye es hijo de una profesora universitaria. Como dice Kanye: «Mi madre es profesora y yo también soy una especie de maestro».
La letra del rap, como cualquier poema, ensayo o novela, puede entenderse como un sistema de transmisión de “memes”, es decir, de ideas que se transmiten de una mente a otra como lo hacen las emociones. No olvidemos que la noción de un meme se vio modelada por la de gen, una entidad que también se reproduce transmitiéndose de una persona a otra.
Memes especialmente poderosos como los de “democracia” o “higiene personal” nos llevan a actuar de un determinado modo, porque son ideas que tienen un impacto muy poderoso.25 Y cuando unos memes se oponen a otros, nos hallamos en presencia de una batalla de ideas.
El poder de los memes parece deberse a su relación con la vía inferior, a través de su asociación con las emociones intensas. Tengamos en cuenta que, para nosotros, una idea es importante en la medida en que nos moviliza, y eso es precisamente lo que hacen las emociones. Los ritmos oscilantes de la vía inferior intensifican