Tirso de Molina. Tirso de Molina

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Tirso de Molina - Tirso de Molina страница 7

Автор:
Серия:
Издательство:
Tirso de Molina - Tirso de  Molina

Скачать книгу

lágrimas; salid,

      salid apriesa del pecho,

      no lo dejéis de vergüenza.

      ¡Qué lastimoso suceso!

      Pedrisco.

      ¿Qué tiene, padre?

      Paulo.

      ¡Ay, hermano!

      Penas y desdichas tengo.

      Este mal hombre que he visto

      es Enrico.

      Pedrisco.

      ¿Cómo es eso?

      Paulo.

      Las señas que me dió el ángel

      son suyas.

      Pedrisco.

      ¿Es eso cierto?

      Paulo.

      Sí, hermano, porque me dijo

      que era hijo de Anareto,

      y aquéste también lo ha dicho.

      Pedrisco.

      Pues aquéste ya está ardiendo

      en los infiernos.

      Paulo.

      Eso sólo es lo que temo.

      El ángel de Dios me dijo

      que si éste se va al Infierno,

      que al Infierno tengo de ir,

      y al Cielo, si éste va al Cielo.

      Pues al Cielo, hermano mío,

      ¿cómo ha de ir éste, si vemos

      tantas maldades en él,

      tantos robos manifiestos,

      crueldades y latrocinios

      y tan viles pensamientos?

      Pedrisco.

      En eso, ¿quién pone duda?

      Tan cierto se irá al infierno

      como el despensero Judas.

      Paulo.

      ¡Gran Señor! ¡Señor eterno!

      ¿Por qué me habéis castigado

      con castigo tan inmenso?

      Diez años y más, Señor,

      ha que vivo en el desierto

      comiendo hierbas amargas,

      salobres aguas bebiendo,

      sólo porque Vos, Señor,

      Juez piadoso, sabio, recto,

      perdonarais mis pecados.

      ¡Cuán diferente lo veo!

      Al Infierno tengo de ir.

      ¡Ya me parece que siento

      que aquellas voraces llamas

      van abrasando mi cuerpo!

      ¡Ay! ¡Qué rigor!

      Pedrisco.

      Ten paciencia.

      Paulo.

      ¿Qué paciencia o sufrimiento

      ha de tener el que sabe

      que se ha de ir a los Infiernos?

      ¡Al Infierno!, centro obscuro,

      donde ha de ser el tormento

      eterno y ha de durar

      lo que Dios durare. ¡Ah, Cielo!

      ¡Que nunca se ha de acabar!

      ¡Que siempre han de estar ardiendo

      las almas! ¡Siempre! ¡Ay de mí!

      Pedrisco.

      Sólo oírle me da miedo.

      Padre, volvamos al monte.

      Paulo.

      Que allá volvamos pretendo;

      pero no a hacer penitencia,

      pues que ya no es de provecho.

      Dios me dijo que si aquéste

      se iba al Cielo, me iría al Cielo,

      y al profundo, si al profundo.

      Pues es ansí, seguir quiero

      su misma vida; perdone

      Dios aqueste atrevimiento:

      si su fin he de tener,

      tenga su vida y sus hechos;

      que no es bien que yo en el mundo

      esté penitencia haciendo,

      y que él viva en la ciudad

      con gustos y con contentos,

      y que a la muerte tengamos

      un fin.

      Pedrisco.

      Es discreto acuerdo.

      Bien has dicho, padre mío.

      Paulo.

      En el monte hay bandoleros:

      bandolero quiero ser,

      porque así igualar pretendo

      mi vida con la de Enrico,

      pues un mismo fin tenemos.

      Tan malo tengo de ser

      como él, y peor si puedo;

      que

Скачать книгу