Monja y casada, vírgen y mártir. Vicente Riva Palacio

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Monja y casada, vírgen y mártir - Vicente Riva Palacio

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historia.

      La carroza que conducia á Blanca entró en el patio de una de esas grandes casas de la calle Real de Ixtapalapa, el escudero volvió allí á poner el estribo, y Doña Blanca, seguida siempre de sus dueñas, subió y se encerró en su habitacion, á esperar llorando la vuelta de su hermano D. Pedro de Mejía.

       En donde el negro Teodoro y el Bachiller ponen en juego todos sus recursos.

       Índice

      APENAS se encontró sola Doña Beatriz, llamó precipitadamente á una de sus doncellas.

      —Haced que venga luego Teodoro—la dijo—y que nadie nos interrumpa.

      La doncella salió.

      En nuestros tiempos y con las costumbres modernas, una muger no se atreveria á encerrarse con un hombre, aunque este fuera un negro, por temor á ese ¿qué dirán?

      Pero entonces un negro, un esclavo no era un hombre, y una dama no temia nunca por su reputacion, aun cuando aquel negro pasase la noche en su mismo aposento; ¡tanta era la distancia á que los colocaba el color, que ni la misma calumnia se atrevia á acercarlos!

      Teodoro se presentó, Teodoro era el negro confidente de los amores de Don Fernando y de Doña Beatriz, el negro de elevada estatura que hemos conocido al entrar con D. Fernando, por la puerta falsa de la casa de Doña Beatriz.

      —Teodoro—dijo la jóven—un peligro de muerte amenaza esta noche á Don Fernando, y si á él le sucediera algo, yo moriria.

      —Mande la señora; su esclavo está pronto á obedecerla: ¿qué dispone?

      —¿Serás capaz de hacer lo que te encargue?

      —La señora sabe que no tengo mas voluntad que la suya, ¿acaso no le debo la vida y la felicidad, no soy su esclavo, mas por la gratitud, que por el dinero en que me ha comprado?

      —Pues bien, Teodoro, hoy espero la muestra de esa gratitud; corre al Arzobispado, y dile al Bachiller Martin de Villavicencio, que busque á Don Fernando, que le diga que quieren asesinarle esta noche, que por mi amor se guarde, y dile que le muestre como seña de que el recado yo le envio, esta sortija que él bien conoce.

      Doña Beatriz desprendió de uno de sus dedos una hermosa sortija con una cruz de gruesos brillantes, y se la dió á Teodoro.

      —¿No mas eso tengo que hacer?—preguntó Teodoro.

      —No mas—contestó Doña Beatriz—¿por qué lo preguntas?

      —Es que eso me parece hacer muy poco, cuando mi ama está tan afligida.

      —¿Pues qué piensas tú?

      —Si la señora mi ama me lo permite, yo seguiré á Don Fernando toda la noche, y le responderé á mi ama que nadie tocará uno de sus cabellos, hasta que Teodoro haya espirado.

      —¿Harás eso? preguntó conmovida Doña Beatriz.

      —Mi ama lo verá si lo permite. ¿Acaso Teodoro el negro no debe á la señora la vida?

      —Te lo permito y te lo mando, vé.

      El negro se inclinó reverentemente y salió de la estancia.

      El Bachiller Martin de Villavicencio dormia en su cuarto, reponiéndose de la mala noche pasada la víspera; el Arzobispo le habia dado, por decirlo así, vacaciones, y el Bachiller las aprovechaba: su Ilustrísima, aunque eran ya las oraciones, no volvia del Palacio del Virey.

      Llamaron á su puerta, y el Bachiller se levantó.

      —Calle—dijo—me he dormido á las dos y son horas ya de las oraciones—¡adelante!

      Habian vuelto á llamar. Teodoro entró con la gorra en la mano.

      —Teodoro, ¿tú aquí? ¿qué manda mi señora Doña Beatriz?

      —Mi ama, señor, me manda deciros que os sirvais avisar inmediatamente al señor Oidor Don Fernando de Quesada, que por el amor que la tiene, se guarde, porque en esta noche se tiene concertado el asesinarlo.

      —¿Asesinarlo? ¿pero quién, cómo, en donde?

      —Creo que mi ama tambien lo ignora, porque si no, me hubiera dicho que os lo dijera, para evitar el golpe.

      —Pero Don Fernando creerá que es una conseja; ¿por qué Doña Beatriz ni aun escribió?.........

      —Don Fernando os creerá, señor, porque para eso me manda deciros mi ama que os envia esta sortija que mostrareis por seña al señor Oidor.

      —¿Pero á tí nada te encargó para evitar una desgracia?

      —Yo velaré por mi señor D. Fernando toda la noche, y pasarán por el cadáver del negro Teodoro, antes que hacerle mal.

      —Muy bien, ¿tienes armas por si se ofrece el caso?

      —¿Armas? los esclavos no podemos usarlas, y menos despues del motin del Juéves Santo.

      —Tienes razon, pero entonces ¿qué puedes hacer?

      —El negro Teodoro no necesita del cuchillo, ni de la espada—dijo Teodoro con desden, y acercándose indiferentemente á uno de los balcones, tomó entre sus manos dos de los hierros del barandal, y sin esfuerzo aparente de ninguna especie, los reunió, como si hubieran sido débiles cañas.

      —¡Jesucristo!—esclamó el Bachiller admirado—tienes una fuerza espantosa.

      —Poco habeis visto—contestó con frialdad Teodoro—me voy si vos no mandais otra cosa.

      —¿Adónde vas?

      —A buscar á Don Fernando, para guardarlo toda la noche.

      —Acompáñame que voy tambien á buscarle.

      —Obedeceré porque así me lo mandais, pero al vernos juntos pudieran maliciar.

      —Dices bien, ¿sabes que tienes mucho talento para ser negro?

      —Dios me lo ha dado así.

      —Bien, vete y cuidado.

      El negro salió sin replicar.

      El Bachiller se dirijió por su parte á la tienda del Zambo en la plaza, y de donde le vimos sacar una espada. Aquella tienda era un cuartejo de pésima apariencia; no tenia sino un pequeño armazon en donde se ostentaban algunas vasijas de barro y algunas reatas por toda mercancía, y una mesa sucia y vieja que hacia el oficio de mostrador.

      Martin entró á la tienda, y se dirijió á tomar asiento en una mala cama que habia detrás del aparador. El Zambo lo seguia humildemente.

      —Vamos

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