Monja y casada, vírgen y mártir. Vicente Riva Palacio

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Monja y casada, vírgen y mártir - Vicente Riva Palacio страница 12

Автор:
Серия:
Издательство:
Monja y casada, vírgen y mártir - Vicente Riva Palacio

Скачать книгу

buenas y tres dagas.

      —¿Y de qué se trata?

      —No he podido averiguar.

      —¿Quiénes le acompañan?

      —Lo ignoro, pero no deben ser de los nuestros, porque él no me dijo nada, sino que me advirtió que vendria él solo por las tres espadas.

      —¿Cómo sabremos?

      —Solo hablando al mismo ahuizote.

      —¿Dónde podré hallarle?

      —En casa de la bruja Sarmiento á la oracion de la noche.

      —Iré allá; tenme preparadas á mí tambien tres buenas espadas y tres dagas para esta noche, toma.

      El Zambo alargó la mano, y Martin puso en ella algunas monedas de plata.

      Apesar de la riqueza casi fabulosa, de las minas de oro y plata de la Nueva España, los colonos no conocian ni usaban en sus mercados monedas de oro. Los reyes de España habian prohibido su acuñacion, y hasta el año de 1676 se consintió á la casa de moneda de México, labrarla y ponerla en circulacion, pregonándose y celebrándose la real cédula, saliendo á caballo los ministros de la casa de Moneda, con atabales y bajo de arcos, en medio de una gran solemnidad.

      Las monedas de plata no eran redondas como ahora, sino de formas irregulares.

      El Bachiller Martin salió de la tienda.

      —Primero—pensó—iré á dar aviso á Don Fernando y luego me dirijiré en busca del ahuizote, me parece que él es el que se va á encargar de este negocio, veremos de advertir al señor Oidor, hay tiempo aunque muy corto, porque la tarde ya pardea.

      Martin se dirijió á la casa del Oidor.

      Enfrente vió á Teodoro, como un centinela de mármol negro, y pasó casi rozándolo.

      —¿Ahí está?—dijo al pasar junto al negro.

      —Sí—contestó Teodoro.

      Martin entró á la casa, y encontró al Oidor, paseándose en uno de los largos corredores.

      —Buenas tardes dé Dios á usía—dijo Martin.

      —Así se las dé al señor Bachiller—contestó el Oidor.—¿Qué vientos os traen por aquí á esta hora? ¿El señor Arzobispo ha vuelto ya de palacio?

      —Aun no estaba de vuelta su Ilustrísima, cuando he salido yo, pero urjíame ver á usía y hablarle á solas.

      —Pues entrad, que aquí podeis estar á vuestro sabor.

      El Oidor introdujo al Bachiller á una especie de despacho.

      Aunque entónces los libros eran escasos entre la misma jente que por su profesion necesitaba de ellos, se encontraba allí algo que podia llamarse una biblioteca, y que en aquellos tiempos representaba un valor enorme.

      Serian dos mil volúmenes, casi todos forrados de pergamino, y colocados en estantes de caoba con alambrados, pareciendo mas bien jaulas de pájaros ó ratoneras, que estantería para libros.

      Una gran mesa cubierta de bayeta verde con libros, espedientes y papeles, un inmenso tintero de plata con una verdadera corona de plumas, y un Cristo, con dos candeleros de plata á los lados.

      En toda la estancia, repartidos sin órden ninguno, grandes sitiales de madera de roble con asientos y respaldos de baqueta, tachonados de clavos de cobre.

      Y sin embargo, aquel era un lujosísimo despacho de abogado en aquellos dias.

      —Siéntese el señor Bachiller—dijo el Oidor.

      —Poco tiempo tengo ya de que disponer—contestó Martin—que vengo solo á decir á vuestra señoría, que le manda avisar mi señora Doña Beatriz, que sabe de un concierto para asesinar esta noche á usía.

      A pesar de su valor y sangre fría, el Oidor se puso mas pálido de lo que habitualmente estaba.

      —Para que usía no dude,—agregó el Bachiller,—Doña Beatriz le envía esta sortija como seña.

      El Oidor tomó la sortija.

      —Suya, en efecto es,—dijo—ni cómo dudar de lo que vos dijeseis.

      Martin hizo una caravana.

      —¿Y no agrega nada mas, mi señora Doña Beatriz?

      —Nada, sino que por su amor se guarde usía, que es una cosa que sabe á ciencia cierta.

      —Gracias.

      —Pues he cumplido mi comision me retiro, que voy á procurar, en esta misma noche, poner en claro quién y cómo atenta contra vuestra señoría.

      —Quizá no consigais nada, y sea inútil pues yo me figuro ya, que mano anda en todo esto.

      —Sin embargo, suplico á usía que me permita.

      —Haced lo que os plazca.

      —¿Supongo que usía no saldrá esta noche?

      —¿Por qué no? dentro de una hora iré á verme con el señor Arzobispo.

      —Pues tome usía sus precauciones.

      —Nada temais señor Bachiller, id con confianza, que Dios protejerá su causa.

      El Bachiller salió, Teodoro estaba en su mismo punto.

      —Va á salir, cuidado—dijo Martin.

      —Yo cuidaré—contestó Teodoro.

      Y Martin se dirigió al tianguis de Juan Velazquez, en busca del ahuizote, y de la casa de la Sarmiento.

      Martin era un perdido, un truhan, hipócrita en presencia del Arzobispo, en cuya casa habia entrado en la clase de familiar hacia ya tres años, estaba en relacion con la peor canalla de la ciudad, muy jóven, muy valiente, con una gran inteligencia pero lleno de vicios. Martin de Villavicencio Salazar, álias Garatuza, como le decian sus compañeros debia figurar, y figuró como una notabilidad por sus crímenes en el siglo diez y siete.

      Pero en medio de todo, era un tipo de lealtad, y de abnegacion para sus amigos, y para él, el Oidor era uno de ellos, cualquier sacrificio estaba dispuesto á hacer en servicio suyo, porque Martin era hombre de corazon.

       En donde el lector conocerá á la Sarmiento, y le hará una visita en su casa.

       Índice

      POR el lugar en donde ahora existe el Paseo de la Alameda, hubo en aquellos tiempos una especie de mercado

Скачать книгу