Violencia social, violencia escolar. Silvia Bleichmar

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Violencia social, violencia escolar - Silvia Bleichmar Conjunciones

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de ser visible.

      Esto es lo que ha pasado con los excluidos. Por eso se enoja tanto la clase media cuando aparecen en las calles. Porque en realidad el deseo es: “Metamos la basura debajo de la alfombra”. Mientras están en la villa, no importa; el problema es cuando aparecen en el medio de la ciudad. Entonces, invisibilicemos a las víctimas. A tal punto esto es inmoral, que lo que corresponde a una tarea del Estado -que es asistir a aquellos que están en situaciones precarias- es vivido como una tarea de caridad a costa de los bolsillos de los pudientes. Por lo tanto, a la infamia de tener que asistir a seres humanos que están reducidos a su bio-supervivencia, se agrega la infamia de considerar que eso es un acto de caridad y no una responsabilidad colectiva que nos compete. En esta situación, la diferencia entre ley, moral y ética es muy clara: la moral se mantiene dentro de las pautas de la ley, la ética a veces tiene que transgredir las pautas que da la misma ley.

      LA MORAL PRAGMÁTICA DEGRADA AL SUJETO Y AL OBJETO

      De las consideraciones anteriores surge entonces este interrogante de base: ¿en qué legalidades vamos a educar? ¿Vamos a educar en legalidades que tienen que ver con la ética universal respecto de la función del semejante, o vamos a educar en legalidades que tienen que ver con formas acomodaticias? Me refiero a formas como las de María Julia, (5) cuando le dijo una vez al Ministro de Economía: “Firmá, que es excarcelable”. Esta desviación a la moral pragmática está muy presente en la sociedad argentina. Hay un cambio de discurso: hoy la madre le dice a los chicos “no robes que te echan de la escuela”. Mi madre hubiera dicho: “no robes, que me muero de vergüenza”. Al decir “no robes que te echan de la escuela”, la moral se degrada en moral pragmática, o sea que lo que no hago es porque no me conviene, no porque no se debe hacer. Acá viene la cuestión del imperativo categórico: el “no se hace” es lo que hace a la condición humana. En este sentido, un paciente mío le preguntó a su padre: “¿Por qué no me puedo casar con mamá?”. Y el padre le respondió: “Porque yo llegué antes”. Esta respuesta causa mucha gracia, pero no responde a la pregunta. En realidad, la respuesta es: “Porque no se debe”.

      Aquí hay un punto que tiene que ver con la creencia en la palabra del otro, y esto tiene que ver con la educación. ¿Por qué un niño acepta que dos más dos son cuatro? Porque cree en quien se lo dice, si no, no podría aceptarlo. Esto es muy interesante en los niños que no aceptan los límites de la ley. Por ejemplo, los que se quejan de tener que aprender ciertas cuestiones: ¿por qué se escribe con “h”? Y si se escribe con “h”, ¿qué vamos a hacer? Yo tengo un nieto que estaba aprendiendo a leer y escribir y decía: “Pero… ¿por qué esta palabra se escribe con ‘h’? ¿Por qué ésta va con ‘c’ y no con ‘s’?” Él se iba enojando a medida que leía. Pero la cuestión es así: no se puede cambiar la lengua porque está asentada en ciertas reglas. Por el contrario, se pueden cambiar cosas en la sociedad cuando uno se pregunta: “Bueno, pero… ¿por qué tiene que ser así?”, siempre y cuando se diferencie entre las leyes y la ética.

      Por otra parte, desde que nacemos, si tuviéramos que aprender a vivir por ensayo y error, nos moriríamos al primer error. No se puede aprender a vivir por ensayo y error: no les metemos a los nenes los dedos en el enchufe para que sepan que la gente se muere por la descarga de corriente eléctrica. En cambio, les decimos: “No toques, porque te morís”. Y el niño nos cree. No sabe bien qué es morirse, pero sabe que es perder el cariño del adulto. Yo he escuchado a un niño una vez decir: “Si me muero, mi mamá me mata”. Esto es absolutamente maravilloso. También vi una mañana a un chico que, arrastrando su mochilita en un carrito, se arriesgaba cruzando descuidadamente una calle por temor a llegar tarde a la escuela. El mayor temor era transgredir la regla escolar y no había noción de preservación de la vida.

      Por lo tanto, no se aprende por ensayo y error, sino por confianza en el otro. Se aprende porque uno cree en la palabra del otro.

      Ahora bien, nosotros vivimos en un país donde la palabra ha perdido sentido. Una característica de los argentinos es que nos hemos hecho todos semiólogos: en lugar de preguntarnos qué quiere decir lo que escuchamos, nos preguntamos por qué lo dijo el otro. Si alguien dice que fulano roba, uno no se pregunta si es verdad que fulano roba, sino que da por sentado que es muy posible. La pregunta que se hace es: ¿por qué lo dice ahora este otro? ¿A qué responde este enunciado? Esto muestra una degradación de la palabra, pero no es que nosotros degrademos la palabra, es que la palabra se degradó en la Argentina. Se utilizó para encubrir: las metáforas que se usaron en la dictadura y en los noventa eran una degradación del lenguaje. Tomemos como ejemplo el famoso concepto de ingeniería empresarial: es lo que fue la ingeniería de sanidad de los nazis. Se llamaba ingeniería de sanidad a la limpieza étnica; acá se llama reingeniería empresaria al despido y la reacomodación, a los fines de aumentar las ganancias de las empresas, así que estamos usando permanentemente un eufemismo que borra la calidad de la acción. De esta manera, las palabras no remiten a acciones, sino que pretenden encubrir acciones. Afortunadamente, lo digo con tristeza, como nos fue mal con todo eso, hemos empezado a preguntarnos cómo recuperamos otra forma de vivir. Esto ha llevado a una reubicación con respecto a la identidad nacional y a la cultura del trabajo. En los noventa, hablar de ciertos principios éticos era formar parte de la “gilada”, para decirlo simplemente. Éramos los tontos, y había cosas impronunciables. Oponerse a una privatización era una locura, un anacronismo. Hoy sabemos que no es así, que la privatización ha sido una forma de estafa brutal, corrupta no sólo por el resultado, sino por la forma en que se realizó.

      ÉTICA Y CONSTRUCCIÓN DE LEGALIDADES

      Volviendo a la cuestión central sobre la ética y la construcción de legalidades, si el problema de nuestro país es pasar del concepto de mayor seguridad al concepto de menor impunidad, si cuesta plantear que el problema no está en cuánto límite exterior ponemos, sino en cómo construimos una nueva cultura en la seguridad interior sobre la base de la confianza en el semejante, es evidente que el problema principal en la escuela no está en la puesta de límites, sino en la construcción de legalidades. Porque el límite es exterior, no educa. Aunque a veces haya que ponerlo en la base de la instauración de ciertas leyes.

      Por supuesto que a veces, cuando las palabras no alcanzan, es necesaria una mayor contundencia discursiva. Cuando los padres les dicen a los chicos que no pongan los dedos en el enchufe, lo dicen con un fuerte tono. No les dicen: “Ay, querido, no pongas el dedito en el enchufe… ¿sabés que te podés morir?”. Nadie lo dice así, generalmente ingresa la palabra y, por supuesto, gritamos. Esta es una suerte de violencia necesaria, imprescindible: la de pautación e instalación de normas. La cuestión se plantea en términos de si esta pautación es producto de la arbitrariedad de la autoridad que la instala o de una norma o pauta que lo incluye. Es decir que, si la norma es arbitraria, está definida por la autoridad. En cambio, si la norma es necesaria, está definida por una legislación que pone el centro en el derecho o en la obligación, colectivos, “te obliga a ti tanto como a mí”. Y éste es el gran debate escolar de hoy.

      Pero claro, una enorme cantidad de niños son asistidos en todo sentido por la escuela, de tal forma que el aprendizaje pasa a ocupar un lugar secundario. A tal punto, que en numerosas escuelas hubo que mantener los comedores abiertos durante las vacaciones porque si no, los niños no comían. Esto pone en evidencia una situación terrible en el país. Cuando yo era chica, todos los de mi generación, salvo sectores muy reducidos, fuimos a escuelas del Estado. Un día, en segundo grado, las maestras nos hicieron llevar comida y también cubiertos para enseñarnos a usarlos bien, era un país proyectado a futuro. Suponían que íbamos a vivir mejor que nuestros padres, con lo cual nos tenían que enseñar a vivir en un mundo mejor. No se trataba solamente de comer, de llenarse la panza, sino de incorporar formas de comer en la mesa, lo cual tiene que ver con la cultura. Indudablemente, en los últimos tiempos, la escuela ha abierto un enorme debate, sobre todo en los años 2001-2002: si la función de la escuela es alimentar o educar. Esta discusión explicita una tensión permanente, muy grave, entre necesidades actuales y necesidades futuras.

      En

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