Violencia social, violencia escolar. Silvia Bleichmar
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Según estadísticas en la actualidad hay muy pocos adultos que hayan sido niños de la calle. Y esto no tiene que ver solamente con que ahora hay más niños de la calle, tiene que ver también con que hay una proporción muy alta de niños de la calle que no sobreviven.
En relación con esta problemática, hay un libro (7) realmente apasionante que se llama Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, que cuenta la historia de “El Frente Vital”. Es extraordinario ese nombre: en un país donde hubo tantos Frentes, es paradojal que un chico de la calle asesinado se llame así, “El Frente Vital” (Vital era su apellido, lo cual ya no es pequeña cosa, y “Frente”, su apodo por el aspecto de su cara). Era un niño -más bien un adolescente- que robaba, pero distribuía el botín en la villa: una especie de “Robin Hood” urbano, y que además mantenía ciertas legalidades sobre las formas en que se podía ejercer el delito. Y cuando lo matan, lo impresionante es que los más pequeños, que no se educaron al lado de “El Frente Vital”, tienen formas degradadas, despreciables de ejercer el delito.
Cuando vemos a un adolescente, un niño en riesgo, para saber cuán rescatable puede ser para una vida social plena, lo primero que se tiene que preguntar es qué capacidad de enlace tiene, no con las normas del otro, sino con las normas del propio grupo.
EL AMOR AL PROPIO GRUPO Y LA CAPACIDAD DE TRANSFERIRLO
Es el amor, la lealtad al propio grupo, lo que determina la posibilidad de transferir ese amor al resto de la humanidad; y, por supuesto, algo insalvable se produce con los jóvenes que odian a todos, como es el caso de Junior en Carmen de Patagones. (8) Vemos en este caso un paradigma terrible de la violencia homicida, banal, porque Junior no era un chico con problemas en la escuela: aprendía bien y no hacía ruido, no era un violento ruidoso de esos que pegan o maltratan a sus compañeros. Un día llegó, liquidó a todos los que pudo con el revólver, pero hasta ese día estaba tranquilito, aislado y no molestaba a nadie, por eso no había llamado demasiado la atención. Hubo varios casos como esos, en los que la violencia emerge de golpe porque ha estado silenciada mucho tiempo; en ellos es difícil descubrir las pautas.
Con referencia a las pautas que debemos considerar, trabajé en un proyecto hace varios años para menores infractores en México, y propuse, para el diagnóstico, medir qué capacidad de lealtades tenía el sujeto con su grupo, con aquellos otros que lo excentran de sí mismo. En otras palabras, qué capacidad tenía de no delatar a otros, de cuidar a otros, de socializar sus propias transgresiones, de reconocerse en esas transgresiones.
Insisto: hay que terminar con el mito de que la violencia es producto de la pobreza. La violencia es producto de dos cosas: por un lado, el resentimiento por las promesas incumplidas y, por el otro, la falta de perspectiva de futuro.
LA RENUNCIA AL GOCE INMEDIATO ESTÁ GUIADA POR LA PERSPECTIVA DE FUTURO
¿Por qué cumplimos la ley? ¿Por qué aceptamos las normas? Porque sabemos que siempre perdemos algo a cambio de ganar algo. Se renuncia a un goce inmediato para cuidar la salud, por ejemplo. Supongamos que, ahora que sabemos que existe el colesterol, miramos un huevo frito y lo vemos como un misil. A partir de esa mirada, ¿por qué dejamos de comerlo? Porque queremos vivir más. Uno no se alcoholiza todo el tiempo porque quiere estar lúcido para poder estar con otros o para poder hacer cosas. Por lo tanto, conservar o cuidar la vida implica una permanente renuncia a goces inmediatos, siempre y cuando se puedan proyectar en el futuro.
Sin embargo, en nuestro país una enorme cantidad de chicos no tienen claro cuál es su futuro o directamente no anhelan un futuro y viven en la inmediatez total. Y esto es lo que vemos reflejado en su imposibilidad de aprender. No está dado porque no sean inteligentes, está dado porque no creen que los conocimientos que reciban puedan servirles para enfrentar la vida. Se ven reducidos a la inmediatez de la vida que les ha tocado y nadie les propone soñar un país distinto desde una palabra autorizada.
La escuela, como conformadora de subjetividad, debe tener en cuenta estas dos variables: por un lado, la producción de legalidades, no la puesta de límites; por otra parte, la capacidad de recuperar las preguntas que inclusive no pueden formular los niños o los jóvenes mismos, y en principio, antes de responderlas, poder transcribirlas y repensarlas. Creo que esto es una función central: nosotros mismos vamos armando nuestros propios interrogantes cuando escuchamos a los chicos y cuando vamos estableciendo con ellos estos interrogantes.
Es evidente que tenemos muy pocas respuestas hoy. La primera tarea es reconocer que estamos frente a formas de subjetividad que no se ajustan a las del pasado, y que hay que rescatar algunas cosas del pasado y otras no. Por ejemplo, yo no rescataría de la escuela de mi infancia el carácter militarizado con el cual había que ponerse el pañuelo sobre la mano extendida, o la forma en que teníamos que tomar distancia para entrar al aula. Esas no eran formas que tenían que ver con la pautación normativa, eran formas que tenían que ver con un país autoritario en el cual siempre estuvieron impresas las formas de normas que no tenían que ver con la convivencia y con el aprendizaje. Pero al mismo tiempo, en esa escuela hubo una enorme vocación de aprender y de superar el presente para construir un futuro, y esta es una idea que quiero transmitir.
LAS NORMAS SON INTRÍNSECAS A LA CONSTITUCIÓN PSÍQUICA
Una última cuestión a la que me quiero referir es la siguiente: las normas son intrínsecas a la constitución psíquica.
Empecemos por la primera norma que un sujeto acata, que es el control de esfínteres. El déficit de control de esfínter vesical, luego de cierta edad y no habiendo causas orgánicas, se relaciona con cierta imposibilidad de renunciar a cierta inmediatez para poder tener en cuenta la presencia de los otros.
Cuando los niños pequeños aceptan el control de esfínteres, en realidad lo aceptan como una forma de demostrar el amor hacia el otro. Yo no creo en la vieja idea freudiana de que el niño le regala las heces a la madre. Lo que le regala el niño a la madre es la renuncia a las heces, que es muy diferente, porque el niño no dice “ay, se las regalo a mami y mami me hace una tortita con eso”, no. Es patética esa idea. En cambio, a mi entender, el niño regala su deseo de evacuar en cualquier lado, en cualquier momento, por amor a la madre. Esta inscripción de la norma va marcando ya una renuncia en el interior de la cultura.
Es muy interesante que en el libro de la Biblia titulado el Deuteronomio haya leyes sanitarias que son extraordinarias. Por ejemplo, yo pasé mucho tiempo tratando de entender qué quería decir “hacer cosas indebidas dentro del campamento”, y era simplemente evacuar. También dice que hay que llevar siempre una vara para hacer un hoyito y tapar. Entonces en la Biblia, los guerreros que junto con su lanza llevan siempre una vara, y todos esos supuestos viejitos que andan con su cayado, no son sabios con bastones, sino que lo hacen para no dejar al aire sus excrementos. Estamos hablando del respeto al otro, al semejante.
LA CONSTRUCCIÓN DE LEGALIDADES Y EL UNIVERSO DEL SEMEJANTE
Precisamente, el problema de la construcción de legalidades pasa por esto, por la posibilidad de construir respeto y reconocimiento hacia el otro y por la forma en cómo se define el universo del semejante. Ustedes vieron la cantidad de barbaridades que propician en este momento los juegos infantiles, desde el “Moco de King Kong”, famoso en una época y realmente asqueroso, hasta comerse gusanos de gomita y todo lo que estamos viendo, que son formas de degradación autoerótica. O como el caso de Suiza, donde se han construido baños en los que uno ve desde adentro todo lo