El lugar del testigo. Nora Strejilevich
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En estos campos, tanto los detenidos-desaparecidos forzados al trabajo esclavo por largos años como los «liberados» tras breves estadías sufrimos el mismo «procesamiento». Por eso sostengo que todo sobreviviente es testigo de la nuda vida y de la resistencia. La«vida desnuda», en ese territorio donde la muerte anónima anda suelta, no olvida que es vida humana. Llamo resistencia a los gestos solidarios, los contactos con los otros detenidos, el humor, las estrategias de sobrevivencia compartidas y la huida18. Creer que los detenidos se transformaron en víctimas absolutas y, en cuanto a los supervivientes, que «por algo será que se salvaron», es ceder a la continuación del genocidio por otros medios, un eslabón más de la serie exterminadora (Jinkis, 2011: 80).
La historia, como siempre, desenmascara las generalizaciones con ejemplos concretos. En la ESMA las detenidas consiguieron que se les dejara asistir a sus compañeras en el momento del parto; Víctor Basterra fue capaz de sacar de ese campo decenas de fotografías de quienes ahí estuvieron secuestrados e imágenes de los lugares donde se los arrumbaba y torturaba. No se trata de excepciones: muchas historias aún no estudiadas (y otras tantas no contadas) sobre la resistencia de los cautivos desdicen ciertos rumores sobre su arrasamiento generalizado y/o activa colaboración con los verdugos. Si bien los extremos existieron, no constituyen el rasgo distintivo de la conducta de los secuestrados. De una u otra manera lo cierto es que, como dice Mario Villani: «ni el peor colaborador es equivalente a dos represores» (2011: 135).
Beatriz Sarlo: debate sobre el discurso
de experiencia
La crítica argentina Beatriz Sarlo, en Tiempo pasado, cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión (2007) le niega legitimidad al «discurso de experiencia» con varios argumentos que iré enumerando y discutiendo. Las escrituras que privilegia para volver sobre el pasado son la del ensayo (por la distancia disciplinaria que le permite encarar su tema con objetividad) y la de la novela (capaz de simbolizar y de abrir sentidos). El testimonio, a su entender carente de estas virtudes, sería apenas un síntoma del «giro subjetivo» de nuestra era que es preciso poner en cuestión.
Para encarar el debate voy a tomar de su texto frases e ideas que me parecen claves (no son todas citas textuales sino síntesis de diversos párrafos).
1. A partir de la figura paradigmática del soldado que vuelve mudo de la guerra, descripta por Walter Benjamin, Sarlo concluye que el sobreviviente de una catástrofe no tiene nada que decir.
Kaufman refuta esta lectura poniendo el acento en el giro que sufre la condición de la experiencia tras el horror:
El soldado de la Primera Guerra Mundial no vuelve mudo en el sentido lato de que permanece en silencio, sino en el sentido de que sus palabras han perdido el referente. […]. Es esa condición de pérdida de la experiencia aquello que lleva a una inmensa masa de testimonios a expresar en el terreno discursivo el equivalente al aullido de dolor, a relatar los pormenores, las minucias, los detalles del acontecer mortificado de la carne. […] No es el relato como texto o acontecimiento discursivo lo que desaparece sino las condiciones de posibilidad de la experiencia. Lo cual supone también que no es que desaparezca la experiencia, sino la calidad histórica que la caracterizó y le dio sentido en generaciones anteriores. («A propósito de Tiempo pasado, de Beatriz Sarlo». En línea)
Si bien esta respuesta es clarificadora, prefiero simplemente afirmar lo contrario de lo dicho por la crítica argentina: los que retornan del campo tienen mucho que decir, no están mudos para nada. Aun cuando las condiciones de la experiencia se hayan devaluado, la experiencia sigue siendo posible y a muchos sobrevivientes les urge asimilarla y trasmitirla, pero a menudo no tienen con quién hablar. Este impulso narrativo no parece tener relación con la mencionada falta de palabras de quien vuelve de la guerra.
2. El testimonio carece de legitimidad frente a investigaciones de disciplinas que, al establecer una mayor distancia con el ayer, favorecerían la reflexión en lugar de cristalizarla.
Sarlo privilegia textos como Poder y desaparición de Pilar Calveiro que, al contrario de los relatos «subjetivos», encararía la vida en los campos mediante un análisis disciplinario:
Lo que Calveiro hace con su experiencia es original respecto del espacio testimonial. Afirma que la víctima piensa, incluso cuando está al borde de la locura. Afirma que la víctima deja de ser víctima porque piensa. Renuncia a la dimensión autobiográfica porque quiere escribir y entender en términos más amplios que los de la experiencia padecida. (Sarlo, 2007: 122-23)
Lo cierto es que todo testigo sabe que piensa. Sarlo sostiene, tácitamente, que la razón debe alejarse de la emoción (cuyo extremo es la locura), que debe distanciarse para pensar. La razón del testigo, en cambio, no separa las aguas: se ejerce como unión dialéctica de ambas, como propone Slavoj Žižek.
Partamos de la «razón occidental» a la que Sarlo invoca cuando insiste en la necesidad de pensar y tomar distancia. Siguiendo la lectura que hace Žižek de Descartes, el cogito (proceso que surge ante los cuestionamientos del genio maligno, a los cuales el sujeto trascendental le responde con el «pienso luego existo»), revela que la razón tiene que lidiar con la locura para afirmarse. La locura es su otra cara, su lado oscuro. En este sentido la razón se muestra como lo opuesto a la distancia requerida para lograr un equilibrio que le permita afrontar su objeto. El filósofo esloveno la equipara, más bien, con la caída en el amor (to fall in love, enamorarse), que sería el momento en que uno se pierde en el otro. Este sería el punto de inflexión que posibilitaría el saber, al desestabilizar todo lo socialmente aprendido y hacer que el sujeto se olvide de sí (2014).
Retomo –salvando las enormes distancias– esta idea en relación a la «caída» en el campo. Al detenido-desaparecido se le aísla en un universo donde rige una lógica trastocada, y esa lógica se impone hasta tal punto que el afuera colapsa. Esta «caída» demanda una entrega total, tan extrema como la que exige el amor pero de signo contrario. La víctima de semejante encierro piensa, aunque no pueda hacerlo sino a partir de la locura, con ella dentro; no puede sino estar alerta, tratando de descifrar el universo del horror. Se sumerge y emerge, constantemente, de las redes del poder concentracionario, intenta convivir con él sin perderse en él. Esto sucede dentro del campo, mientras lo habita, y fuera de él, cuando lo rememora si sobrevive, y no nos revela un giro subjetivo sino un sujeto cuya razón no puede (y no debe) separarse de su «objeto». Nunca lo mira desde fuera19.
Sarlo asevera que este sujeto no nos puede enseñar nada: «Primo Levi sostuvo que el campo de concentración no ennoblece a las víctimas; podría agregarse que tampoco el horror padecido les permite conocerlo mejor» (2007: 54). Para mí no se trata de conocer mejor o peor. El testimonio no defenestra el lugar del saber ni de la inteligibilidad sino que los ejerce de otro modo: incorpora la emoción y es performativo en tanto se manifiesta como rebelión. Améry escrudiña este lugar –que no es neutral ya que no cabe neutralidad cuando hay víctimas y victimarios, cuando se humilla la humanidad de otro. La explica así:
…siempre parto del hecho concreto, pero nunca me pierdo en él; más bien, siempre lo tomo como una ocasión para reflexiones que se extienden más allá del razonamiento y del placer en la argumentación lógica a regiones del pensamiento que residen en un incierto ocaso y permanecen allí […]. Sin embargo, […] esto no equivale a clarificación […] Clarificación podría significar arreglo, cierre del caso […] Porque nada se resuelve, ningún conflicto se sella, ninguna rememoración se ha vuelto simple recuerdo. Lo que pasó, pasó. Pero que pasara no puede ser aceptado tan fácilmente. Me rebelo: contra mi pasado, contra la historia, y contra un presente que sitúa lo incomprensible en el frío archivo