Homo sapiens. Antonio Vélez

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que le corresponda. Ante la avalancha de variables ambientales caracterizadas por su aleatoriedad, el fenotipo varía de una manera que no podemos predecir en sus múltiples detalles, por lo cual nos vemos obligados a hablar de “deriva ontogénica”. Se sabe, además, que los comandos genéticos son inseparables, en cierto sentido, de las variables o los parámetros que representan el ambiente. El zoólogo y periodista científico Matt Ridley (2003) lo explica: “El descubrimiento de cómo los genes influyen en el comportamiento humano, y de cómo el comportamiento influencia los genes, ha cambiado por completo la perspectiva del problema de naturaleza versus crianza. Ya no es la primera contra la segunda, sino la primera por la vía de la segunda. La crianza refuerza la naturaleza, no se opone a ella”.

      Recordemos que el proceso de ontogénesis está variando de manera permanente desde el momento de la fecundación hasta un poco después de la muerte, ya que aun después de haberse detenido el reloj de la vida, algunas células se empeñan en seguir viviendo. Es así como el ambiente sigue actuando por un corto tiempo sobre el fenotipo, ya sin vida. Luego la corriente natural de la entropía se encarga de destruir el orden almacenado con tanto trabajo y sufrimientos, y los elementos químicos reciclan para crear más vida. Porque esta no es más que un efímero retroceso en el flujo inexorable de la entropía. Para algunos, un gran desperdicio de tiempo.

      El genoma puede asimilarse al programa o software de un computador; los genes serían las subrutinas del programa y el ambiente estaría representado por los parámetros que se le suministran al programa. O, para ser más exactos, el programa genético es un monstruo de billones de cabezas, una por cada copia del genoma presente en cada célula, y el proceso ocurre en paralelo. Son

      billones de programas que se están ejecutando simultáneamente, en cada célula una copia con algunas variaciones del genoma original, danzando al compás del reloj y rodeado por las variables suministradas permanentemente por el ambiente, tanto externo como interno. Desde el instante de la fecundación hasta el de la muerte, segundo a segundo, sin descanso hasta el descanso final.

      Al variar los parámetros ambientales, por lo regular varía también el individuo. Y se dan algunos casos especiales en que ciertos parámetros son capaces de modificar el software genético. En efecto, se sabe hoy que ciertos factores del ambiente son capaces de producir modificaciones en los genes, como es el caso de algunas infecciones con retrovirus, microorganismos que tienen la capacidad de insertar adn en el genoma del sujeto para terminar modificándolo de manera permanente. Por eso, y por guardar la información de cada especie, el adn puede mirarse como una memoria en la que van quedando grabadas las incidencias evolutivas de cada colectivo biológico. El paralelismo con el software es perfecto: hay programas de computador que tienen la capacidad de dejarse modificar por medio de la información suministrada para su ejecución, con el fin de aprender o sacar partido de los resultados pasados; es decir, hay programas inteligentes que aprenden de la experiencia. Por eso, estamos autorizados a decir que el genoma es inteligente.

      Los genes otorgan muchas libertades a la ontogenia en unos aspectos, pero nada en otros; de ahí que el organismo goce de amplias posibilidades de desarrollo, pero no de libertad absoluta, de libertinaje. En realidad, la ontogénesis está canalizada entre ciertos límites —a veces no muy amplios—, pues la expresión del genoma debe contar con las propiedades fisicoquímicas de las proteínas, con las leyes físicas y químicas del mundo, y aun con las sinleyes del azar. Y debido a la gran variedad de conjuntos de parámetros ambientales a los que podría estar sometido cada genoma, los genotipos posibles también forman un amplio conjunto. Es decir, un solo genoma puede dar lugar a miríadas de individuos diferentes. Pero esto no nos debe conducir a extremos: así como es posible un número astronómico de posibilidades para el individuo resultante de la interacción entre los genes y el ambiente, también existe un número alto de “invariantes”; esto es, de características que, si los parámetros no toman improbables valores extremos, se conservarán casi sin cambio, invariantes o cuasiinvariantes. De allí que de chimpancés nazcan siempre chimpancés, no gorilas, y que los gemelos idénticos, portadores de genomas idénticos, posean siempre una amplia variedad de rasgos anatómicos, fisiológicos y sicológicos de notable parecido.

      En cuanto al comportamiento, cada segundo que pasa, el patrón de genes expresados en el cerebro cambia en respuesta, directa o indirectamente, a los eventos que están ocurriendo en el cuerpo y fuera de él. Y así aprendemos cosas del medio. Por eso los genes son, de cierto modo, mecanismos de adquisición de conocimientos o de asimilación de experiencias por medio de un cerebro que ellos mismos ayudan a configurar. Mirados de cierta manera, los genes son instrumentos para sacarle información al medio y almacenarla en el organismo. Pero mirados desde otra perspectiva, los genes son condicionales perfectos: responden de manera exquisita a la lógica “si… entonces”: si algo se da en el ambiente, entonces ellos responden de manera apropiada.

      Relieve epigenético

      La influencia genética o biológica se manifiesta de variadísimas maneras en la elaboración u ontogenia de las características del comportamiento. Puede, por ejemplo, determinar los rangos de reacción, los umbrales de respuesta y los periodos sensibles, o simplemente crear las apetencias o los estímulos emocionales apropiados para que se dé el aprendizaje. Puede intervenir directamente, determinando el orden cronológico de aparición de algunos rasgos, o participar únicamente en la orientación general del proceso.

      Figura 5.2 Metáfora geométrica del desarrollo ontogénico

      El concepto de “relieve ontogénico o epigenético”, ideado por el biólogo C. H. Waddington y presentado por él como una simple metáfora, proporciona una manera sencilla de entender la forma como se lleva a cabo la interacción entre genes y ambiente. Dado un rasgo cualquiera, es posible explicar la influencia del genoma asimilándola a un campo de fuerzas que guía y controla el desarrollo, la maduración y el aprendizaje. En términos geométricos (figura 5.2), se puede describir y pensar este campo de fuerzas como un relieve topográfico por donde ha de correr —desarrollarse— la característica en mención. El relieve puede contener uno o varios surcos que corresponden a trayectorias ontogénicas naturales, entendiéndose por “naturales” aquellas por las cuales la característica tiende a desarrollarse si no se crean presiones poco usuales del ambiente o, también, trayectorias “fáciles”. El punto final donde termine la trayectoria ontogénica seguida por la característica determinará su valor resultante o valor fenotípico.

      Durante el desarrollo, la característica seguirá una trayectoria determinada por la resultante de las fuerzas del entorno, que en algunos casos proporciona la energía requerida para su aparición y desarrollo, sumadas a las fuerzas creadas por los surcos del relieve. Los biólogos llaman a este fenómeno “canalización”. Mientras más pronunciado sea el relieve o canal, es decir, mientras más fuerte sea la influencia genética o biológica, mayor presión exterior será necesaria para desviar la trayectoria de su ruta o cauce.

      La velocidad de desarrollo o progreso de una característica dada va a depender estrechamente de la trayectoria seguida: si se elige la trayectoria natural, la velocidad logra su máximo valor. Si se desvía o se sale de la ruta natural, se incurre en un costo, tanto en energía y tiempo como en eficacia y potencialidad de la característica. Puede postularse un principio ontogénico: para obtener el máximo resultado, en el menor tiempo posible y con un costo mínimo, es necesario conducir el desarrollo por una ruta natural. De allí la dificultad, insalvable la mayor parte de las veces, de interesar a las niñas en los juegos masculinos y viceversa.

      Debe anotarse que la construcción del relieve puede estar influenciada a su vez por las fuerzas del entorno. Así, la identidad sexual de un individuo, que va a ser determinante del relieve epigenético correspondiente al sexo, puede modificarse sensiblemente por medio de tratamiento hormonal en estado fetal o por una educación traumática. Pero también es verdad que a medida que se va completando el desarrollo y, por

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