Homo sapiens. Antonio Vélez

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y, en consecuencia, de no ocurrir accidentes que echen a perder el descubrimiento venturoso, el acervo genético de la población se irá enriqueciendo en aquellos conjuntos genéticos que posean la mutación afortunada. Se dice entonces que la especie está evolucionando, pues en términos rigurosos, evolucionar consiste en modificar el acervo genético de la población. Es importante destacar que en el proceso descrito no hay nada seguro, determinado de antemano. Puede ocurrir que la novedad, no obstante mejorar la tasa reproductiva del individuo portador, desparezca sin dejar rastros a causa de un accidente, de una infección inoportuna o de un cambio climático notable.

      Criterios de selección

      El término “adaptación” es desafortunado, pues aunque sí está relacionado estrechamente con la eficacia reproductiva, factor crucial en el proceso evolutivo, no es equivalente a ella. Y es que para tener una alta eficacia reproductiva se requiere estar conformado anatómica, fisiológica y sicológicamente en concordancia con el nicho ecológico que se ocupa, es decir, se requiere estar bien adaptado al medio, pero esto es apenas el comienzo, una condición necesaria pero no suficiente: un individuo muy bien adaptado a su medio puede no tener acceso a las parejas o ser estéril, en cuyo caso su eficacia reproductiva es nula. O puede gozar de una adaptación perfecta y ser muy exitoso con las parejas, pero a la vez ser muy descuidado con la prole, lo que rebaja su eficacia reproductiva neta. En evolución existe un mandato supremo que se debe respetar (Barash, 2002): salve su pellejo o a su pariente (save your skin or your kin).

      Darwin reconoció muy temprano que su modelo evolutivo no era capaz de explicar la aparición de comportamientos altruistas, factores en apariencia negativos, desadaptativos, ya que en cierta medida atentarían contra la eficacia reproductiva del mismo individuo. Para remediar tal falla, el científico William Hamilton propuso agregar al modelo original la llamada “selección por parentesco” o “adaptación inclusiva” (inclusive fitness, en inglés). La idea detrás de este factor de selección es que cualquier mutación que propicie el comportamiento altruista en beneficio de parientes, esto es, que lleve al portador a invertir recursos biológicos, ya sea en el cuidado de sus crías o en ayuda de todos aquellos que sean portadores de genomas parecidos al suyo, tendrá mayores posibilidades de propagarse en la población, gracias a que cierta fracción de los parientes directos son también portadores de la misma mutación altruista.

      Una manera de evitar los equívocos a los que conduce el concepto de adaptación es definir un coeficiente de “eficacia reproductiva” que incluya los tres factores de éxito biológico fundamentales: adaptación o ajuste adecuado del organismo a su nicho ecológico presente; fertilidad efectiva y a largo plazo o capacidad de engendrar vástagos fértiles, sanos y a su vez bien adaptados; y, por último, capacidad y disposición para invertir recursos biológicos en los descendientes y en los parientes próximos, virtudes conocidas con el nombre de “altruismo familiar”.

      Adviértase que la eficacia reproductiva es un concepto relativo, es decir, que debe medirse con respecto a la de los demás compañeros de especie. Para ganar la carrera evolutiva no se necesita ser muy veloz, sino serlo un poco más que los vecinos. No es necesario procrear muchos hijos, sino hacerlo un poco más que los compañeros. Pero también se puede lograr de una manera indirecta: ayudando a los parientes cercanos, portadores de genomas parecidos al del benefactor, o actuando perversamente para impedir la reproducción de los vecinos. Se aumenta así el número relativo de descendientes sin aumentar el número absoluto. Por eso no nos debe extrañar que la evolución produzca tantas veces monstruos de egoísmo y crueldad. Richard Dawkins (1996) lo resume con crudeza:

      La naturaleza no es cruel, sino indiferentemente despiadada, indiferente a todo sufrimiento, carente de sentido. Lo que se maximiza eficazmente en el mundo viviente es la supervivencia del adn. La función de utilidad se convierte en el mayor bien para el mayor número. La cantidad total de sufrimiento por año en el mundo natural va mucho más allá de lo que se puede suponer. El adn no se preocupa ni sabe. El adn es, sin más. Y nosotros bailamos al son de su música.

      Vistos descarnadamente, los organismos no son más que bandas transportadoras que acarrean los genomas de una generación a la siguiente, elementos desechables, transitorios, sin ninguna importancia cósmica. El físico y ensayista Jorge Wagensberg (1989) se muestra de acuerdo con esta idea: “Los organismos no son más que excusas temporales para perpetuar la identidad potencialmente eterna de los genes”. Y mirando las cosas desde la perspectiva del adn, parece como si este manipulara a los organismos que lo contienen, a fin de lograr una mayor representación en las generaciones futuras.

      En resumen, para tener una alta eficacia reproductiva que se manifieste a largo plazo se requiere un balance apropiado entre adaptación, fertilidad y altruismo familiar. Los cuidados paternales, por ejemplo, se pueden sustituir por una mayor fertilidad. Las tortugas gigantes, una vez desovan en la playa, vuelven al mar y dejan que sus abundantes huevos empollen al calor del sol y que las crías se defiendan “como Dios manda”. Los mamíferos confían menos en Dios y siguen un camino opuesto: disminuir considerablemente el tamaño de la camada, pero aumentar de manera compensatoria los cuidados parentales, representados por un periodo largo de gestación, por uno todavía más largo de lactancia y, luego, por la carga biológica que implican la enseñanza y la protección durante la etapa juvenil, plena de amenazas. La política es clara: menos crías, pero más protegidas y mejor preparadas para enfrentar la vida.

      Figura 3.0 Gallo polaco azul de cresta blanca, raza obtenida por medio de intensa selección artificial

      3

      Reproducción sexual

      Para los genes masculinos, la copulación es la puerta que conduce a la inmortalidad

      Geoffrey Miller

      Si la reproducción sexual requiere el concurso de dos, es para producir otro

      François Jacob

      En las especies de mamíferos superiores es fácil reconocer una serie de características comunes, asociadas, por regla general, con los machos: menor interés por las crías; papel más activo en el cortejo y en el apareamiento; menor discriminación en la elección de la pareja sexual; mayor inclinación a la poligamia

      (o promiscuidad, para ser más claros; en palabras de David Barash y Judith Lipton, se consideran equivalentes monogamia y monotonía); mayor tamaño y peso corporal, y posesión de más adornos naturales y un poco más de agresividad y propensión a la lucha. Estas características, como veremos, se derivan, en una clara lógica, de la asimetría de aportes reproductivos y de la forma como trabaja la evolución. Para tranquilidad de muchos, digamos que en la sociedad humana contemporánea esa lógica ya no tiene validez.

      Una fuente muy importante de diversidad genética en las poblaciones se origina en la reproducción sexual. En aquellos organismos que presentan reproducción asexual, el material genético pasa completo de la madre a los hijos, para formar un “clon” o conjunto de réplicas exactas de la madre, excepto si en el justo momento de engendrarse el nuevo individuo se introducen en él mutaciones que destruyan la exactitud de la copia. En las especies con reproducción sexual el asunto es diferente, pues el material genético del hijo se obtiene mezclando dos mitades tomadas de cada uno de los progenitores.

      El proceso reproductivo

      Los gametos (óvulo y espermatozoide) son producidos por medio de la meiosis, un proceso especial y complejo de división celular, compuesto por dos divisiones nucleares consecutivas. Durante la primera, los cromosomas homólogos se aparean y, con frecuencia relativamente alta, se rompen e intercambian entre sí algunos segmentos, también homólogos. Este apareamiento con intercambio de material, denominado “entrecruzamiento” o “recombinación genética”,

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