Homo sapiens. Antonio Vélez

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damas) o los regalos absurdos por el alto costo, o, ya en los animales, el derroche de cantos de un ave en temporada de reproducción, el canto desmesurado de hasta media hora por canción de una ballena enamorada, las elaboradas danzas de galanteo de tantas aves o los nidos decorados con gran arte de los pájaros glorietas. Las familias ricas exhiben la supuesta buena adaptación de sus miembros por medio de mansiones ostentosas, haciendas de ensueño, automóviles fabricados a la medida y capricho, fiestas de despilfarro para celebrar cumpleaños de costos imposibles de competir para la mayoría de los mortales, celebraciones suntuosas al llegar las niñas a edades claves...

      Desde el punto de vista de indicadores de adaptación, el consumo vistoso y vicioso es bastante eficiente y confiable para descubrir la “buena” adaptación de la pareja. El escritor Julio Ramón Ribeyro, en “Dichos de Luder” (2004), lo corrobora: “Nunca alcanzarás a los ricos —le dice Luder a un amigo, un dandi arribista—; cuando te mandes hacer tus ternos en Londres, ellos ya se los hacen en Milán. Siempre te llevarán un sastre de ventaja”. Cuando las parejas potenciales se encuentran por primera vez, es común que se exhiban las virtudes, las

      posesiones, los títulos, la ropa, las joyas, las habilidades y los conocimientos,

      las aventuras vividas y exitosas; mientras se esconden los defectos, las derrotas, las

      fallas, los fracasos y las miserias. Por eso, donde quiera que se vea derroche en la naturaleza —dice Miller—, la escogencia sexual está en acción.

      Guerra espermática

      En cierto sentido —afirma el biólogo Robert Trivers—, toda la competencia masculina se reduce a “competencia espermática”. Pues bien, uno de los descubrimientos recientes más importantes del enfoque evolutivo sobre la reproducción humana explica las dificultades enormes que encuentran los espermatozoides para lograr la fertilización del óvulo. Uno estaría dispuesto a aceptar, por sentido común, que el proceso de selección debe haber privilegiado todas aquellas transformaciones anatómicas, fisiológicas y sicológicas encaminadas a facilitar la fecundación: error elemental de nuestro falible sentido común o intuición. Pues aunque a la hembra le conviene que sus huevos sean fecundados, no le resulta adaptativo que esto ocurra con demasiada facilidad ni con el primer postor. Es más, existen razones biológicas para que sea ventajoso “mostrarse difícil” y poner trabas a la fecundación, de las cuales se deriva la competencia espermática, fenómeno que conduce a una selección genética por medio de la selección del semen. La selección del mejor postor.

      Conjeturan algunos que los ruidos que las hembras hacen durante el apareamiento, sobre todo en el momento del orgasmo, es una antigua estrategia para llamar la atención de otros machos y así promover la competencia espermática. Porque cuando se dispone de varios machos, es buen negocio que la fecundación no sea fácil, pues la competencia espermática es una manera de escoger, de entre muchos candidatos, aquellos capaces de superar las dificultades. Los ganadores serán, por lo regular, los mejores, en el sentido biológico (estamos hablando en pasado remoto). David Barash y Judith Lipton (2001) escriben: “Los huevos deben ser difíciles de alcanzar, como la bella durmiente, cuidados por dragones, zarzas espinosas y otras barreras amenazantes. El príncipe encantado debe ser no solamente encantador, sino perseverante y capaz de producir esperma que también posea dichas características”.

      La primera dificultad que se advierte es el simple acceso a las hembras que están en estro, fenómeno que se presenta no solo entre los humanos, sino también en una amplia variedad de especies animales, desde insectos hasta mamíferos, porque en el sexo el macho propone y la hembra dispone. Después de superada esa primera fase, comienza la verdadera lucha, la competencia espermática, invisible para nuestros ojos, pero no para el ojo atento de los investigadores. Los debiluchos espermatozoides encuentran, para comenzar su recorrido en pos del óvulo, un medio hostil: una vagina con un bajo pH, o alto grado de acidez, rasgo que cumple el papel de proteger el recinto sagrado de microorganismos patógenos, pero que, además, parece haber sido diseñado ad hoc para poner a prueba la resistencia y calidad de los pequeños y agitados transportadores de la herencia masculina (la multifuncionalidad, tan común en los diseños de natura). Superado este primer filtro, y diezmado el ejército de microsoldados, los espermatozoides se encuentran con el moco cervical, rico en anticuerpos diseñados para actuar contra el esperma. A unos espermatozoides los paralizan; a otros, los destruyen. El número de bajas sigue en aumento.

      Pero la evolución crea, a la par de las estrategias, sus correspondientes contraestrategias; se trata de una carrera armamentista que termina por perfeccionar los mecanismos hasta llegar a resultados que nos dejan atónitos. En este caso, la defensa de los espermatozoides, como la mayoría de las defensas de los débiles, consiste en aumentar el número de combatientes, hasta llegar a sumar millones. Por eso un hombre cuyo conteo de espermatozoides sea apenas del orden de cincuenta millones por eyaculación puede considerarse estéril.

      Superadas las dos primeras pruebas de fuego, los espermatozoides sobrevivientes deben adentrase en el campo enemigo y enfrentar la travesía que los llevará al óvulo. Debemos reconocer que la anatomía del tracto reproductivo femenino no está diseñada para débiles, pues este es bien tortuoso, con los óvulos situados en sitios casi inaccesibles, solo alcanzables después de una jornada heróica y extenuante, a contracorriente, de difícil navegación para los pequeñines. Para teminar el calvario, los poquísimos sobrevivientes —miles— se enfrentarán con el último problema: perforar la membrana del óvulo, para lo cual deben contar con enzimas apropiadas y compatibles, que no todos poseen. De ahí que algunas combinaciones de machos y hembras sean incompatibles, por lo que la fecundación se hace imposible: esterilidad cruzada.

      Las dificultades, como en los buenos libretos cinematográficos, continúan hasta llegar a extremos impensables. Se sabe que hasta un tercio del líquido seminal depositado en la vagina se escurre al cabo de unos pocos minutos después del coito. Asimismo, el semen también es descargado con fuerza cuando la hembra orina, de tal modo que cerca del 12% de las veces la pérdida de semen es casi total. Y todavía hay más bajas para lamentar: se conjetura que las contracciones que acompañan el orgasmo sirven para expulsar el semen.

      ¿Cómo se defienden los machos de las barreras que ofrecen las esquivas hembras? Pues bien, lo primero es aumentar el pie de fuerza, lo que explica el número astronómico de espermatozoides que se arrojan en cada eyaculación, cuando unos pocos bastarían si la hembra fuera “más considerada”. Y de esa millonada, una parte sustancial, cerca del 30%, son en apariencia defectuosos. En un tiempo se creyó que se trataba de una patología, pero no, es una estrategia para enfrentar la competencia espermática, que además sirve para apoyar la teoría defendida. Se sabe que en el ejército de espermatozoides los hay de todas las formas: bicéfalos, con el cuerpo retorcido, con doble cola, con cola helicoidal o deformes por completo. Los investigadores ingleses Robin Baker y Mark Bells (Barash y Lipton, 2001) argumentan que el esperma puede concebirse como un gran órgano, como lo son el hígado y los riñones, o, mejor aún, como el sistema inmunitario. Al igual que este último, el esperma está compuesto de células especializadas que trabajan en equipo para realizar dos tareas comunes: fecundar el óvulo y no permitir que los espermatozoides de otros machos logren ese fin. Las victorias de los espermatozoides son pírricas, pero, aunque solo quede un sobreviviente, la victoria total está asegurada. Basta un soldado victorioso. Parece que el primer propósito del atravesado diseño no es fecundar, sino impedir que otros lo hagan.

      Como los buenos egoístas y rencorosos, aunque uno no gane, lo importante es que el otro pierda. Maquiavelo lo manifiesta con crueldad y sabiduría: el progreso suele derivar del mal ajeno. No producimos sustancias coagulantes que funcionan a manera de tapones copulatorios, como lo hacen algunos insectos, ni alargamos exageradamente el coito, como hacen los perros, pero el esperma de un hombre interfiere con el de los competidores sexuales. Un esperma maquiavélico representa una gran ventaja evolutiva. Se ha encontrado que cuando alguien copula con una extraña, el número de espermatozoides en la eyaculación es mucho más alto de lo normal, con el fin de ahogar

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