Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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Pero, más allá de estos prohombres que conocieron, valoraron y difundieron los aportes del liberalismo clásico, lo cierto es que, en la práctica, las políticas económicas que se aplicaron durante esos años, incluso por algunos de ellos en calidad de hombres de gobierno, por lo general no siguieron las enseñanzas de esa corriente. La tendencia apuntó a mantener las políticas proteccionistas que venían de la monarquía796. Esto aconteció, por ejemplo, con Diego José Benavente, quien desde la prensa se identificó con las ideas de Adam Smith, pero que en su calidad de ministro de Hacienda no estuvo dispuesto a aplicar el laissez faire en materia comercial, en consideración a las diferencias económicas y culturales con las naciones más desarrolladas y que hacían necesario otorgar protección a las actividades locales797. Por esos años se dictaron diversas disposiciones que buscaban favorecer el establecimiento o el desarrollo de ciertas actividades productivas o comerciales mediante privilegios de exclusividad, exenciones tributarias, ventajas arancelarias y aportes financieros798. Esto mostraba que a la hora de tomar decisiones de política económica se optaba de manera preferente por las recetas conocidas de fuerte raigambre neomercantilistas.
LA ESTABILIDAD DEL NUEVO RÉGIMEN
El nuevo orden establecido después de la revolución pelucona se expresó en el campo económico con gran pragmatismo, evitando las reformas radicales, como lo destacó el ministro Manuel Rengifo en su memoria de Hacienda de 1834799. Lo que se buscaba, en palabras de este secretario de Estado, era “remover las trabas perjudiciales a la industria en general y acrecentar a la vez los ingresos del erario”800. Se trató de alcanzar esos objetivos mediante la dictación de numerosas leyes en las que predominaban las ideas de índole proteccionista801. Como él mismo lo destaca, muy significativas en ese sentido fueron las leyes de aduana, dictadas en 1834 y 1835802, y las de cabotaje de 1835803, entre otras. Rengifo estimaba que las ideas liberales debían considerar las peculiaridades de los países antes de aplicarse. A su juicio, no era prudente “dispensar a la industria de franquicias y protección”804. Con todo, en un proyecto sobre derechos de exportación presentado en 1835, liberaba o rebajaba el pago de ellos a “todas las manufacturas nacionales y la mayor parte de los productos de la tierra”, con la excepción, “opuesta en apariencia a las doctrinas de los más acreditados economistas”, que prohibía exportar moneda menuda de plata805. Frente a esa iniciativa, la comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados consideró demasiado liberales algunos de sus artículos, sobre todo los que permitían exportar “los minerales de metales preciosos que pueden beneficiarse en el país con provecho de la industria nacional que, en el ramo de minería, ofrecen actualmente ocupación a gran número de brazos”806. Los planteamientos del ministro Rengifo resultaban coincidentes con la opinión mayoritaria de los hombres cultos del país. Se desconfiaba de la libertad de comercio y se prefería seguir con las políticas proteccionistas, aunque fueran contrarias a lo sostenido por los autores más reputados y a las políticas aplicadas por los países de Europa. En 1847, en la Universidad de Chile, Vicente Sanfuentes leyó una memoria en la que argumentaba en contra del libre cambio, contradiciendo los planteamientos más comunes a favor de esa corriente. Concluía destacando los inconvenientes que tendría para Chile una libertad de ese género, al mismo tiempo que postulaba un régimen protector para la manufactura nacional, fuente verdadera de enriquecimiento productivo807. Con todo, la legislación proteccionista que se dictó en el país en las primeras décadas del siglo XIX no obedeció tanto a la vigencia de las doctrinas fisiócratas y neomercantilistas, ni al rechazo al librecambismo, sino más bien a los requerimientos hacendísticos del momento808. Una parte significativa de los ingresos fiscales provenía de los derechos que pagaba el comercio exterior. Disminuir esa tributación podía implicar una reducción sustancial de los fondos del erario, que ya se encontraban en una situación difícil809. La ley de aduana de 1842, impulsada por Rengifo, que en su tiempo algunos interpretaron como una expresión de las ideas liberales, en el fondo, más allá de la disminución de algunos derechos, respondió al criterio tradicional de favorecer el incremento de los ingresos fiscales810.
Por otra parte, si bien en el Instituto Nacional se contemplaba la enseñanza de la Economía Política en los planes de estudio de Derecho, diversos testimonios indican que ella era muy deficiente. Al parecer, todo se limitaba a la repetición del Traité d’économie politique de Juan Bautista Say. En el mismo seno universitario hubo comentarios críticos en ese sentido. En 1848 nada menos que el rector de la Universidad de Chile mostraba su preocupación por la inexistencia de un manual de economía adaptado a la realidad nacional, y dos años después el abogado y parlamentario Cristóbal Valdés Ugalde escribió un artículo en la Revista de Santiago criticando la enseñanza de la asignatura811. Diego Barros Arana, que había estudiado el curso de Economía Política en el Instituto, expresaba que la utilización del texto de Say, en su momento, había significado un avance importante, “pero siempre estuvo muy lejos de ser siquiera medianamente satisfactorio”. Solo se estudiaban las páginas del libro en que estaban las respuestas a las preguntas del programa, sin relacionar las proposiciones aprendidas y menos formarse una idea de conjunto de la disciplina812.
DIFUSIÓN Y AUGE DEL LIBERALISMO
El panorama anterior experimentará un cambio significativo sobre todo a partir de mediados de la década de 1850. La preocupación de las autoridades de la Universidad por la enseñanza de la Economía Política las llevó finalmente a buscar un profesor en el extranjero que asumiera la tarea. Primero trataron de contratar a Andrés Cochut, conocido en el país por los artículos que publicaba en El Araucano. Él desistió por razones familiares, pero recomendó a Gustavo Courcelle Seneuil, quien, a pesar de su juventud, gozaba de gran prestigio por sus escritos periodísticos sobre temas económicos, jurídicos, políticos y literarios, y también por sus tres libros de economía, El Crédito y el banco, Tratado teórico y práctico de las operaciones de Banco y Tratado teórico y práctico de las operaciones industriales, comerciales y agrícolas, publicados en 1840, 1852 y 1854, respectivamente. El ofrecimiento que le hizo el gobierno chileno coincidió con una situación compleja que vivía en su país por haberse jugado políticamente por la república y contra los afanes dictatoriales de Luis Napoleón. Su contrato, por cinco años, era para desempeñarse como profesor de Economía Política en la universidad y como consultor del Ministerio de Hacienda813.
Gran impacto tuvo la presencia de esta figura en el mundo académico y en la elite gobernante. Como está dicho, Courcelle Seneuil no solo gozaba de prestigio en Francia, sino que su nombre había trascendido las fronteras y en Inglaterra su obra era muy bien valorada, sobre todo por haber traducido al francés los Principios de Economía Política de John Stuart Mill. Pero, además, poseía una personalidad muy atractiva, era de carácter afable y de grata conversación; poseía una gran inteligencia y cultura que se reflejaba en el manejo de las lenguas clásicas y en los conocimientos científicos y literarios que exhibía. Renovó de manera sustancial la enseñanza de la Economía Política,