Las arañas cantan cuando tejen. Fernando Basurto Reyes
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Pero de nuevo encontró dificultades. Las clases de teología que estudiaba en la prestigiosa universidad de Cambridge le parecían tan aburridas, que prefería dedicarse a asuntos más interesantes con sus amistades: paseos por el campo, juegos de cartas, salir de cacería, etc.
Leyendo al naturalista alemán Alexander Humboldt (1769 – 1859) durante su estancia en Cambridge, se aficionó con pasión por la ciencia y la historia natural (aun así, Darwin no creía en las ideas evolucionistas del viejo Lamarck ni de su abuelo Erasmus). En cuanto a Humboldt, se sabe que viajó por Sudamérica investigando la flora, la geología y la geografía de varios países, y en 1803 llega a México donde hizo importantes aportaciones en colaboración con científicos mexicanos de la época.
Después de leer a Humboldt, y gracias al apoyo del profesor John Henslow, Darwin fue invitado para acompañar a un capitán de un buque de guerra de nombre H. M. S. Beagle, el cual estaba a punto de iniciar un viaje científico y de elaboración de mapas de ciertas regiones de interés para la marina británica.
Obviamente, el padre de Darwin se opuso al viaje puesto que ya contaban con un futuro ministro de la Iglesia en la familia. Afortunadamente para el destino del joven Darwin (y de la ciencia), su tío Josiah Wedgegood convenció a su padre, quien accedió y además cubrió los gastos de su hijo. Darwin apenas contaba con 22 años y estaba recién graduado en teología. La oferta de viajar en el Beagle lo rescató de un humilde futuro como pastor rural; sin embargo, con el tiempo tendría que librarse de algunos dogmas sobre la creación de la naturaleza.
Bajo las órdenes del capitán Robert Fitzroy (1805 – 1865), el Beagle levantó anclas y zarpó mar adentro en diciembre de 1831. Darwin estaba tan interesado en la biología como en la geología, por lo que durante el viaje recolectó una gran colección de objetos: rocas, minerales, fósiles, pájaros, roedores, plantas y raíces, moluscos y conchas marinas, entre muchos otros. Sus observaciones y análisis eran minuciosamente descritos en sus cuadernos de notas.
Siempre que podía descendía del barco para explorar tierra firme, y tuvo la oportunidad de comprobar las ideas de Lyell y Hutton sobre la teoría del uniformismo: el paisaje natural se transforma por fuerzas de acción lenta (la erosión, el viento y la lluvia, por ejemplo) y no por rápidas y repentinas catástrofes.
En Brasil Darwin narra paisajes hermosísimos, bosques cerrados con árboles muy altos y notables, días calurosos, grandes y brillantes mariposas que volaban en perezosas ondulaciones, y pequeños poblados formados por una casa central con cabañas para los negros alrededor. En Río de Janeiro pasó mucho tiempo observando luciérnagas y otros insectos luminosos. Describe su estancia en la bahía de Botofogo, cerca de Río, como deliciosa en un país tan espléndido. Sin embargo, sintió mucha pena por las terribles condiciones de los nativos mantenidos como esclavos, pues todavía era legal esa práctica.
El 5 de julio de 1832 Darwin viaja por tierra rumbo a la Argentina acompañado por otros miembros de la tripulación. Recorren extensas zonas tanto de las Pampas como de la Patagonia. Recolecta y envía numerosos fósiles, como el Megatherium (un perezoso gigante), que termina de analizar y clasificar con ayuda del profesor Richard Owen quien recibe las muestras en Inglaterra.
Pero también realiza detallados estudios de animales vivos como dos aves de una especie parecida al avestruz, cuyo nombre es ñandú y son nativas de Sudamérica, además de tres armadillos, un peculiar y muy extraño sapo, así como culebras y más aves.
Darwin menciona que mientras esperaba al Beagle en Bahía Blanca (al sur de Buenos Aires), la localidad estuvo en constante alarma por los violentos enfrentamientos entre las tropas del futuro gobernador de Buenos Aires, el general Juan Manuel de Rosas (1793 – 1877), y los indios salvajes.
Buena parte de los soldados del general también eran indios pero Darwin aclara en sus notas “son indios mansos”. Aun así, los describe como bárbaros y salvajes, pues por la noche bebían hasta embriagarse, otros para la cena ingerían sangre fresca de las reses sacrificadas, y dejaban todo sucio y revuelto.
La crueldad con la que los españoles asesinaban a los indios era, en opinión de Darwin, inhumana: acuchillaban a todos los varones, asesinaban a sangre fría a todas las mujeres que parecían tener más de veinte años y los niños eran vendidos o donados como sirvientes. Sin poder dar crédito a sus observaciones se preguntaba: “¿Quién hubiera creído que tales atrocidades podían cometerse en estos tiempos en un país cristiano civilizado?”
Viajando por el norte de Buenos Aires relata los terribles efectos causados por una gran sequía ocurrida entre los años 1827 y 1832: muchos animales habían quedado sepultados, los arroyos se habían secado y el país entero parecía un polvoriento camino carretero; tan sólo en la provincia de Buenos Aires se habían perdido un millón de cabezas de ganado.
Cuando se disponía a regresar al Beagle, Darwin enfrentó serias dificultades y se quedó atrapado sin poder llegar a la costa, por haber estallado una revolución violenta. En 1830 Argentina apenas había terminado una guerra civil, y el país seguía muy inestable con levantamientos armados. Finalmente Darwin alcanzó el barco, y el capitán ordenó salir rumbo al sur.
El 17 de noviembre de 1832, después de recorrer la Patagonia y las islas Malvinas, la tripulación llega por primera vez a Tierra del Fuego, en el extremo sur del continente. Durante su estancia en esa inhóspita zona, describe frecuentemente el mal tiempo: las islas y las montañas apenas eran visibles entre las nubes.
Sin embargo, lo más extraño e interesante fueron las descripciones hechas sobre los habitantes de ese salvaje país, como calificaba Darwin a la tierra de los fueguinos. La zona por la que entraron era conocida como la bahía del Buen Suceso, rodeada por montañas bajas y cubierta por un bosque denso y sombrío: “Una mera ojeada al paisaje bastó para hacerme percibir cuán enteramente distinto era aquello de todo cuanto había visto hasta entonces”.
Cuando oscurecía podían apreciar las fogatas de los nativos y escuchaban sus gritos salvajes: “Empezaron a brillar hogueras en una infinidad de puntos”, por esa razón Magallanes bautizó aquella región como Tierra del Fuego, y que impresionara de tal forma a Darwin pues describe a los nativos tan primitivos que apenas tenían canoas y la capacidad para encender fogatas.
Los primeros fueguinos que contactaron hablaban y gesticulaban con gran rapidez. El jefe era viejo y venía acompañado de tres jóvenes fuertes que medían metro ochenta, apenas vestidos con una manta hecha de piel de guanaco (mamífero parecido a la llama). Una cinta con plumas blancas en la cabeza del viejo sujetaba sus negros y enmarañados cabellos, y su cara estaba pintada con una banda roja y otra blanca. Su piel, según la describe, era de un sucio color cobrizo.
Para Darwin vivían peor que animales, muy lejos del hombre civilizado. Incluso su lenguaje era apenas articulado, similar al carraspeo y con sonidos broncos, guturales y crepitantes. La expresión en su rostro, recelosa, sorprendida e inquieta. Después de que les regalaron unos trozos de tela, se las ataron al cuello y se hicieron amigos. Imitaban los nativos todo lo que hacían los extranjeros: tosían, bostezaban o estornudaban, incluso podían repetir largas frases en inglés, desde luego sin comprender una palabra.
Años antes, en un viaje anterior, el capitán Fitzroy retuvo a dos