Las arañas cantan cuando tejen. Fernando Basurto Reyes
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En este caso, no fue un ganadero el que seleccionó a las jirafas un poco más altas para vivir y reproducirse, fue la escasez de alimento. El motor que activa la selección natural es la presión que ejerce el medio ambiente sobre los seres vivos, y que se manifiesta de muchas maneras: escasez de alimento, cambios en el clima, aparición de nuevas enfermedades o la repentina llegada de carnívoros hambrientos. Por lo tanto, la selección natural favorece algunas características en detrimento de otras.
Por lo tanto, en la naturaleza también hay variación: el color de la piel, el peso y la longitud del cuerpo, son tres características en las que siempre hay variaciones en una población grande, ya sean pingüinos, lobos, ratones o ballenas. Los hijos se parecen a sus padres y se parecen entre ellos –pero nunca son iguales–.
Además de los cambios físicos (tamaño, color, forma) también ocurren otros que no se pueden observar a simple vista: variación en el comportamiento o movimientos musculares (corre más rápido, salta más alto, puede buscar alimento por la noche), o variación bioquímica (es capaz de digerir otros alimentos, es resistente a ciertas enfermedades).
Pero el que un cambio sea bueno, depende de dos factores: la competencia y la presión del ambiente. En la naturaleza las condiciones son muy difíciles y todos los organismos tienen que competir para lograr un desarrollo completo: sobrevivir durante la tierna infancia, crecer, madurar y reproducirse. Primero compiten con los de su misma especie, luego compiten con especies afines tanto por el alimento, como por el refugio, el agua, etc.
Esos pequeños cambios se van acumulando, y al cabo de muchos cientos o miles de años se crean especies diferentes: la evolución por selección natural está en marcha. Sin variación y sin presiones del entorno no hay evolución por selección natural.
El biólogo Stephen Jay Gould (1941 – 2002) lo resume de esta manera. Los organismos tienen que competir con los de la misma especie y con los de especies afines, sobre todo en épocas difíciles cuando hay escasez de alimentos, cuando cambia el clima o cuando aparecen nuevos depredadores. Los supervivientes serán aquellos cuyas variaciones los adapten mejor a un entorno local cambiante. Dado que pasan esas variaciones a su descendencia, la población cambia, y eso es la evolución por selección natural.
Las presiones en el entorno no necesitaban explicación, pues los cambios en el clima no responde a fenómenos biológicos sino meteorológicos; pero la variación sí es un fenómeno biológico que sin duda alguna le quitó el sueño al pobre Darwin pues fue incapaz de explicar cómo funciona, por qué ocurre y cómo se hereda. Los científicos tuvieron que esperar hasta el siglo 20 para conocer de la mano de la genética todos los detalles sobre la variación y la herencia en los seres vivos.
De cualquier forma, Darwin fue muy cuidadoso pues pasó muchos años recogiendo evidencias que respaldaran su teoría. Entre 1842 y 1844 sus ideas estaban plenamente desarrolladas, pero siguió analizando y recolectando datos. Sin embargo, a pesar de que sus amigos lo presionaban para que publicara el libro con su teoría de la evolución, por alguna razón desconocida, nos explica Richard Leakey: decidió guardar en lo más profundo de su archivo la teoría biológica más revolucionaria de todos los tiempos.
Repentinamente, otro naturalista inglés, Alfred Rusell Wallace (1823 – 1913), le mandó al mismo Darwin una copia de un artículo científico, pidiéndole su opinión. Al leerlo se quedó congelado: el artículo de Wallace describía nada menos que la evolución de las especies por selección natural. Darwin decidió publicar entonces sus conclusiones y las de Wallace en un solo artículo conjunto en el año de 1858, sin que esta publicación tuviera mayores repercusiones. Pero ya no podía dilatarse más: era noviembre de 1859 –veinte largos años después de su viaje en el Beagle– cuando se publicaba, por fin, El origen de las especies.
Estalló una polémica salvaje que, por más raro que parezca, continúa hasta nuestros días. Generaciones enteras de científicos, unos a favor y otros en contra, en Inglaterra, Alemania o Estados Unidos, se enfrentaron en acalorados y muy violentos debates.
Darwin era de temperamento extremadamente amable, por lo que se mantenía al margen de las controversias; pero no le faltaban defensores como Thomas Henry Huxley (1825 – 1895) o Ernst Haeckel (1834 – 1919), quienes se peleaban en su nombre contra todos aquellos que sentían que sus creencias religiosas habían sido ofendidas y mancilladas.
Antes de su muerte, en 1882, se habían publicado seis ediciones y traducciones a once lenguas distintas de su libro El origen de las especies. Desde entonces se han hecho cientos de ediciones diferentes.
Poco tiempo después de que apareciera su famoso libro, y para aderezar con fuegos pirotécnicos el ambiente científico de su conservadora época, Darwin tuvo la osadía de publicar en 1871 El origen del hombre. Como era de esperarse, su teoría aplicaba a todos los seres vivos, incluyendo a los humanos. Entre otras cosas, en este segundo bombazo editorial, Darwin discutía las pruebas que demostraban la evolución humana.
Cabe destacar que Darwin nunca mencionó que descendiéramos del mono; lo que establece su teoría –como se ha venido aclarando desde el siglo 19– es que compartimos un antepasado común, y no podía ser menos dado el estrecho parentesco que tenemos con nuestros primos incivilizados.
Antes de morir, Darwin reconoció que encontraba enormes dificultades para explicar satisfactoriamente dos pilares fundamentales de su teoría: el origen de las variaciones y el mecanismo de la herencia. Él mismo propuso una teoría sobre el tema denominada pangénesis, que no convenció en su época.
Sencillamente nadie tenía idea de cómo se heredaban los rasgos de padres a hijos: ¿dominaba el padre en algunos aspectos y la madre en otros?, ¿se combinaban?, ¿cómo se transmitía el color de los ojos, por ejemplo?, ¿en los animales y las plantas la herencia era diferente? En la época de Darwin no se conocían los genes ni la herencia.
Después de que fuera enterrado solemnemente en la abadía de Westminster en 1882 como un gran científico inglés, tanto su teoría como sus ideas comenzaron a perder protagonismo en las discusiones científicas de finales del siglo 19 y principios del 20. Algunos pensadores de la época retomaron las ideas del viejo Lamarck, mientras que otros simplemente declararon que el darwinismo no tardaría en desaparecer.
LA GENÉTICA Y LA EVOLUCIÓN HOY
¿Hasta qué punto está demostrada la evolución? ¿Por qué no decimos la “Ley de la Evolución” al igual que la Ley de la Gravitación Universal o la Ley de los Gases Ideales? ¿El que sea “teoría” significa que podemos dudar de sus conclusiones? ¿Se contradicen ciencia y religión?
Las explicaciones basadas en la Biblia y la religión son válidas y pueden ser muy útiles. Una persona que pierde un hijo, como le sucedió al mismo Darwin con su pequeña Annie de tan sólo 10 años, seguramente siente un dolor tan hondo que no encuentre consuelo más que en el creador de todas las cosas.
Pero la ciencia sigue un camino diferente: comparando hipótesis con las evidencias que nos ofrece la naturaleza, los científicos van conociendo la realidad en la que vivimos. Stephen Jay Gould nos explica que la evolución es una teoría y también es un hecho. Las teorías son estructuras de ideas que explican e interpretan los hechos: los seres humanos evolucionamos a partir de antepasados simios, lo cual es un hecho; esa transformación se puede explicar por la selección natural propuesta por Darwin, o por otra teoría que estaría por descubrirse.