Preparen la tierra. Ps. Carla Vivanco

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otro” con el que establecen el vínculo dependiente, sintiendo que si no está, no pueden vivir. Por ejemplo, una joven que siente que si su pololo (novio) la deja, ella no podría sobrevivir porque cree que lo necesita como el aire que respira. Muchas personas con estos sentimientos buscan aferrarse a la persona en cuestión haciendo lo que sea necesario para mantenerlos cerca: a costa de anularse, acatar, someterse o lo que sea que se les pida. Y para no ser abandonados pueden desarrollar múltiples habilidades como manipular, llamar la atención o incluso permanecer en necesidad. Más adelante, relacionaré este estado de dependencia emocional con los vínculos tempranos.

      Por el contrario, las personas que no son emocionalmente dependientes, sienten que quieren estar con otro, que les hace bien, los edifica, los complementa, pero sin vivirlo como una necesidad vital y, por lo tanto, sin necesidad de desplegar toda clase de trucos para atraer o atrapar al otro. Cuando somos pequeños, depender es natural y es una necesidad vital, pero el crecimiento normal nos hace evolucionar a sentimientos de menor fragilidad emocional. Llegamos a pensar que es posible procurarnos lo que necesitamos y eso nos da seguridad.

      Sin que se entienda como contradictorio, en cierto sentido, todos los seres humanos nunca seremos totalmente “independientes”: en el plano emocional siempre necesitaremos de otro ser humano “especial” y “cercano”. En el ámbito de lo saludable, esta necesidad es moderada y realista y no está teñida por un temor irracional al abandono porque, de alguna manera, las relaciones se han registrado como seguras, confiables y predecibles.

      En un sentido espiritual, tiendo a pensar que Dios nos ha hecho dependientes emocionalmente, para llegar a depender de Él. Al parecer, todo el proceso de llegar a experimentar la independencia, se trata de ser lo adecuadamente maduros y lo suficientemente listos para elegir depender de manera exclusiva del Padre. Cuando maduramos en la fe y aprendemos a depender de Él, vamos descubriendo la verdadera experiencia de la paz interior. Sin embargo, al mismo tiempo, Él nos alienta a avanzar y a confiar en lo que ya nos ha dicho y nos ha dado.

      Cuando no confiamos en Dios, estamos inquietos, nos sentimos desvalidos, solos y en peligro. Yo pienso que estos sentimientos, reeditan los aprendizajes tempranos que experimentamos con las figuras significativas que nos cuidaron. Todos experimentamos momentos en que nos dieron lo que necesitábamos y momentos en que no nos comprendieron o no llegaron a tiempo. Todas estas experiencias, dependiendo del patrón de apego que configuran, son las que favorecen o interfieren en nuestro conocimiento de Dios y nuestra relación con él.

      Así me explico la razón por la que Dios mencionó en su mensaje para los padres, que el primer llamado para nosotros es preparar la tierra. La tierra es el corazón de nuestros hijos. Se prepara esencialmente en los primeros 5 años de vida. Aunque te recuerdo que en Dios no hay tiempos límites para hacer ajustes, corregir, completar y restaurar un área que quedó pobremente resuelta.

      Entonces, si la relación primordial es con Él y para llegar a esa perfecta relación tenemos que transitar por muchas experiencias relacionales, entiendo el interés del Padre en que éstas sean lo suficientemente edificantes para llevarnos a relaciones saludables, en las cuales confiamos, somos capaces de pedir, esperamos recibir, toleramos la falla del otro, restauramos la relación, etc. Él sabe que transitar en este mundo es difícil y sabe, que por muy fortalecida que esté nuestra relación con Él, no somos sólo seres espirituales, sino que tenemos emociones, pensamientos y necesidades de otros reales, tan de carne y hueso como nosotros mismos. Él sabe el peso que tiene para nosotros una pelea, un rechazo, una palabra de crítica. Él sabe cuánto nos puede aniquilar la carencia afectiva y cuán difícil es avanzar sin personas que nos sostengan o levanten cuando es necesario.

      El Padre no está solamente interesado en que tengamos una buena relación con Él, sino en que vivamos en este mundo caído con la suficiente contención de otros que nos sostengan. Esto me lleva a mencionar la relevancia de la familia de la iglesia como un espacio de restauración y de sustitución. Porque aunque la familia nuclear y extendida es la primera fuente relacional, muchos necesitan un espacio nuevo, más completo o sano para madurar y crecer.

      No obstante, los que pertenecemos a una congregación, sabemos que somos tan solo una comunidad de pecadores que viven en la gracia. Todos con las mismas carencias y las mismas fallas, hemos encontrado el amor de Dios y estamos dejando que Él nos restaure y nos cambie. Las iglesias no son comunidades perfectas, porque ningún ser humano lo es. Todos estamos siendo trabajados para llegar a serlo el día del encuentro con el Padre. El único secreto que marca la diferencia es cuán dispuestos estamos a ser transformados por Él. Una persona madura en la fe, puede llegar a ser “la persona especial” para otro. Aquella que marca la diferencia, que está cerca, que acompaña, que alienta, que está escuchando atentamente lo que Dios le sopla que el otro necesita.

      Muchas personas especiales en una congregación hacen una gran diferencia para ayudar a otros “más pequeños” a encontrar al Padre. Por eso digo que esta familia nueva puede ser el espacio de restauración que Dios provee. Una comunidad de personas que con humildad reconocen su vulnerabilidad y sus fallas, líderes íntegros que se muestran tal y como son. Eso es la clave para ser padres y madres, guías de nuestros hijos, mentores de sus vidas, edificadores de su fe.

      Mi esposo, que es ingeniero, tiene una simple y práctica manera de pensar que admiro mucho porque generalmente ayuda a salir rápido de los conflictos o tomar decisiones de manera más eficaz. Sin embargo, aunque sea una desventaja para mí muchas veces, no me puedo desprender de mi pensamiento divergente que busca más de una solución o perspectiva. Aunque podría haber sido práctica como él, para explicar que hay modelos de relación entre padres e hijos, yo necesito llevarlos a niveles de análisis más complejos. Para los de mente complicada como la mía, será un viaje divertido, pero para los prácticos podría ser un camino un poco escabroso. Pido la sabiduría del Espíritu Santo para animarte a no saltarte los próximos párrafos y comprenderlos con mente amplia.

      Para partir facilitando este análisis, explicaré la diferencia entre temperamento, carácter y personalidad más aceptada hoy, a modo de integración de diferentes autores, con una mirada actual y de una manera que nos aporte a los siguientes capítulos.

      Dimensión comprensiva de la personalidad

      El temperamento es la dimensión más biológica de la personalidad. Tiene un importante componente heredado y se manifiesta inmediatamente en cuanto el niño nace. Viene descrita en su biología a modo de reseteo cerebral y neuroendocrino. En este sentido, en cierto modo, se piensa que no se cambia ni se educa. Algunos autores la describen como la “materia prima” con que se nace y sobre ella vienen a interactuar los sucesos ambientales y relacionales. Diferentes autores describen y definen características del temperamento. Voy a considerar, con algunos mínimos retoques personales —porque me hace mayor sentido—, la lista de características temperamentales de Stella Chess y Alexander Thomas citada por Andrea Cardemil (2017) en su libro Apego Seguro:

      Nivel de actividad. Qué tan inquieto y activo versus quieto y pasivo es un niño. En un extremo, tenemos a un bebé que patea y se mueve vigorosamente y un niño que salta, se sube a los sillones y parece no poder estar quieto. En el otro extremo, un bebé que puede ser descrito como una “foto” o un niño que puede pasar horas en la misma posición, lugar o actividad.

      Regularidad de sus ritmos biológicos. Qué tan regulares son sus hábitos de sueño, alimentación y evacuación. En un extremo, tenemos a un bebé difícil de organizar sus horarios o predecir sus necesidades y en el otro, un bebé que es constante, que revela patrones estables en el horario que siente sueño, el tiempo que demora en sentir hambre y sus momentos habituales para defecar. O bien, podría ser un niño que a veces se despierta con hambre y otras no, lo mismo que a veces quiere comer cuando llega del jardín

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