Preparen la tierra. Ps. Carla Vivanco

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características y traen su propia historia; además, de experiencias vividas fuera del hogar, que quedan también registradas en el cerebro, que es tan plástico y moldeable. Son circuitos, herencias, cadenas. Sin importar el nombre, están presentes.

      Bajo esta mirada acuciosa, puedo resaltar la importancia de la relación con los hijos. Porque lo que ellos reciban de nosotros no impactará sólo sus vidas, sino también la de las siguientes generaciones. Así mismo, cualquier mejora en la calidad de la relación, es un aporte que beneficia a nuestros hijos y a las futuras generaciones. Tal y como hay factores que quizás no podemos alterar, hay otros muchos que podemos modificar al ser conscientes y tomar decisiones sabias en relación a lo que descubrimos.

      Tu hijo pequeño, tenga meses o algunos años, es un ser desprotegido frente al mundo. Se encuentra en proceso de crecer y le falta mucho por vivir, su proceso de desarrollo está inconcluso y sus experiencias aún no son determinantes. Pocos aspectos podrían ser irreversibles en este momento. Este tiempo es ideal para que tomes consciencia del poder que tienes en tus manos.

      No sólo son graves las conductas como los golpes o el maltrato psicológico. Tal vez no has reflexionado sobre el hecho de que si no estableces conexión con tu hijo, o lo regañas duramente, estás influyendo en ese momento e instantáneamente en su proceso de desarrollo y en la conformación de su personalidad, puesto que todo se traduce en experiencias. Del mismo modo ocurre cuando comprendes algo que necesita y que no ha verbalizado o cuando lo perdonas por algo reprobable que hizo. Si piensas en eso, te darás cuenta de que hay un momento para tomar una decisión, un segundo clave para darte cuenta de las consecuencias de tus acciones y en el cual puedes decidir el futuro tuyo y el de tu hijo. En realidad, no es un momento, son miles de momentos cada día. Se dice que “una golondrina no hace verano” y, en cierto sentido, puede ser; pero cada pequeño momento, por sumatoria, llega a ser significativo y quedar registrado en su memoria y su corazón.

      Ya he mencionado que tu hijo, incluso si es adolescente, está en alguna parte de su desarrollo inacabado, faltándole mucho aún por recorrer y careciendo de muchos recursos todavía. Tú ya viviste esas etapas y has alcanzado, bien o al menos medianamente, logros importantes: cuentas con un desarrollo motor adecuado que te permite ser independiente y autosuficiente para desenvolverte; manejas perfectamente el lenguaje como para comprender a otros y para comunicar a ellos tus necesidades, opiniones o sentimientos; has adquirido destrezas intelectuales y un pensamiento abstracto que te permiten pensar acerca de las cosas que ves y solucionar problemas a diario; has consolidado tu identidad y sabes quién eres y lo que quieres obtener; estás integrado a una sociedad que te reconoce como parte de ella y te adaptas a sus esquemas; logras la mayor parte de las veces controlar tu conducta y actuar guiado por tus intenciones personales; y posees valores de justicia y conceptos claros del bien y del mal. Adicionalmente, es de esperar que hayas logrado un manejo adecuado de tus emociones y un desarrollo avanzado de tu zona frontal del cerebro que te ayude en la toma de decisiones y otras funciones complejas. Aún si algo de esto no está lo suficientemente resuelto, es probable que a estas alturas de tu vida lo habrás compensado. Lo que falte y te afecte puedes ponerlo en las manos de Dios, porque Él jamás deja una obra inconclusa.

      En todo caso, por todo lo que ya has logrado y desarrollado, porque sólo en años ya le llevas la delantera, tú puedes reflexionar lo que tu hijo no puede y pensar más allá y por los dos. Tú puedes, aunque quizás no perfectamente, controlar tu conducta y tolerar la frustración al menos mejor que él. Tú puedes darte cuenta de lo que te está pasando y lo que estás sintiendo con más claridad y certeza que él. También puedes decidir hacer un cambio cuando sea necesario, para tu bien y para el de tu hijo. Él, en cambio, no ha alcanzado un pleno desarrollo en ninguna de estas áreas todavía, por lo que tú tienes ventaja y todas las oportunidades de ganar; y para ello, sólo te hace falta desear lo mejor para tu hijo e incorporar a tu vida nuevas maneras de entender las situaciones y hacer las cosas.

      Si tus hijos son mayores de 5 años, puedes creer que todo está dicho, pero no. Para Dios nada está dicho. Aun cuando no hubieras podido (por la razón que fuere) asentar un vínculo de apego seguro, como yo con nuestra hija mayor —como compartí en mi primer libro—, o aun cuando no hayas podido (por la razón que fuere) ayudar a tus hijos a regular sus emociones, hay todavía un cerebro plástico y disponible para ser favorecido divinamente de manera concreta y efectiva. Pero para llegar a intervenir e impactar sus vidas positivamente, necesitamos conectar con ellos y eso puede ser una tarea titánica en estos tiempos.

      Pienso que lo que más nos dificulta la misión de conectar con los hijos es nuestra mente tan ocupada. Sin caer en estereotipos y basándome en la diferencia de cerebros de madres y padres, quiero mencionar que las madres estamos frecuentemente pensando en los hijos, pero tendemos a hacerlo orientándonos a la funcionalidad de nuestro “maternaje”; es decir, de satisfacer sus necesidades, primeramente las básicas como la alimentación, la protección y su bienestar físico. Podemos olvidar, entonces, fácilmente sus necesidades de tiempo y conexión sin función y sin objetivo, como simplemente estar juntos. Los padres, por su lado, pueden disociarse con facilidad, así que cuando están ocupados en otros asuntos se pueden olvidar de todo lo que involucra a los hijos. Estos tiempos actuales están siendo extremadamente demandantes para todos y el cansancio y el estrés pueden ser abrumadores.

      Asumiendo la realidad de que no es posible lograr conexión, es decir, momentos de calidad relacional con los hijos, sin tener tiempo disponible, antes de adentrarme en las profundidades del apego seguro y de la regulación emocional, quiero desarrollar un piso básico, suficientemente firme de posibilidades de intercambio y momentos relacionales con los hijos. Para ello voy a detenerme a explicar algunos conceptos que he desarrollado desde mi experiencia clínica y que se basan en la observación de las interacciones y la comunicación entre padres e hijos.

      Podría ser un ejercicio personal enriquecedor que antes de entrar al ítem siguiente puedas reflexionar acerca de tus características personales y las de tus hijos, con una mirada amplia —como vimos— y reflexionar acerca de cómo están interactuando éstas en la actualidad con ellos.

      Quiero profundizar aquí algunas ideas sobre la relación con los hijos y cómo ésta se logra construir de manera firme y cercana. He compartido estas ideas en artículos y charlas para padres, pero mi objetivo aquí es sistematizar la información para conectar esta necesidad de interacción emocional profunda de todo ser humano, enfocándome en los hijos y considerando la vida real y agitada que usualmente hoy llevamos los padres.

      Existen muchos momentos de interacción con los hijos a lo largo de cada día. Describiré los tipos de momentos en que los padres interactúan con sus hijos proponiendo una clasificación que permita analizar las variadas expresiones de éstos en la vida familiar y los efectos que conllevan en la vida emocional de los hijos. En general, se requiere de dicha variedad para que los hijos se sientan plenos, puesto que cada tipo de interacción llena distintos aspectos de su ser, como parte de la familia y como hijo.

      La diferencia en la personalidad de los hijos, que define sus necesidades más específicas, hace que algunos de estos tipos de interacción puedan ser más relevantes que otros y que su carencia o merma pueda tener un efecto negativo mayor.

      A continuación, describo los tipos de interacción entre padres e hijos de una forma general que aplica a los hijos de todas las edades; sin embargo, queda implícito que la edad específica de los hijos aporta un matiz adicional del modo en que son vividas estas interacciones. Voy a compartir, a modo de ejemplo, las experiencias de mi última semana con mi hija de 22 años y mi hijo de 9, a fin de ampliar la comprensión de cada categoría, de profundizar la complejidad de nuestra vida de padres con acontecimientos reales y de motivarte a hacer tu propio análisis de las interacciones con tus hijos.

      a) Interacciones de presencia

      Son

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