Lecturas de poesía chilena. María Inés Zaldívar Ovalle
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1. Grande oleaje, a la hora de los musgos, apaga tú también los faros delirantes.
2. Retira de mí esos símbolos con que me acoges y devoras en silencio.
3. A los densos naufragios del espanto, sigue el carro de llamas con que me arrollas y me escudas.
4. He ahí las cálidas vertientes, los largos sueños abismados, su amapola nocturna, suspensa como un centinela.
5. Algo cae en los vidrios de la angustia y un ala rota se deshace por sus aguas.
6. Yo camino en el aire, con las manos tendidas al silencio como una sonámbula.
7. Con qué hechizo me llamas? ¿Con qué cábalas me resucitas y me alumbras?
8. Ay, es la hora del tiempo sin retorno, cuando todo perece y se desliza por las piedras como un agua callada. (Olga Acevedo, 13)
Me parece fundamental también leer e investigar el trabajo de María Monvel, (1899-1936, cuyo nombre de pila es Tilda Brito Letelier) nacida en Iquique, que al llegar a establecerse en Santiago contrae matrimonio con el crítico literario y periodista Armando Donoso. Mujer de gran cultura, trabajó en diarios y revistas, fue traductora de sonetos de Shakespeare y de la obra de Paul Gerald. Entre sus publicaciones están los poemarios Fue así (1922), Remanso del ensueño (1923), Poesías (1927), Sus mejores poemas (1934) y Últimos poemas (1937). Gabriela Mistral afirmó en su oportunidad que Monvel fue: “La mejor poetisa de Chile, pero más que eso: una de las grandes poetisas de América, próxima a Alfonsina [Storni] por la riqueza del temperamento, a Juana [De Ibarbourou] por su espontaneidad” (citado en http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-3709.html). Su poesía ha sido caracterizada, especialmente, por la aguda y certera expresividad emocional a través de un lenguaje, aparentemente simple, transparente. En la antología La mujer en la poesía chilena de María Urzúa y Ximena Adriasola se señala que “lanza tremendas verdades en idioma nuevo”, a través de un lenguaje “fluido, sin retorcimientos ni gritos” (85), y Eugenia Brito la define como la poeta del amor, señalando que sus versos son “admirables por su levedad, su ritmo y concisión” (88). Una muestra de su pluma; de su libro Sus mejores poemas, selección hecha por la propia autora y publicado por Nascimento en 1934:
Copa de cristal pulido,
bebo, bebo y no me embriago,
con sabor a corazón
y sabor divino a labios.
Bacante soy de una orgía
deliciosa y no me exalto.
Ruedan abiertas las rosas
sobre mi corpiño intacto,
y yo bebo y bebo más
el licor que sabe a labios.
Maravilloso licor
del que yo he bebido tanto,
sin que se alteren mis venas,
sin que en mi mente haga estragos.
Centellea como dos
ojos negros en mi vaso,
prende infinitas antorchas
en mi corazón helado,
y arrastra mi pensamiento
hacia caminos fantásticos.
Bebo, y no estoy ebria, no;
muerdo el cristal de mi vaso
y hago trizas los espejos
que miran y estoy mirando.
Me sumerjo en mi licor
como en olas de cobalto
y aunque bebo, no me estalla
roto el cerebro en pedazos.
Disuelvo mi pensamiento,
licor con sabor a labios,
y en tus alas de emoción
toda voluntad deshago.
¡Centellear de ojos ardientes,
aunque muero, no me embriago,
y aunque he disuelto mi vida
en la copa de tus labios! (105-106)
Por último presento a María Zulema Reyes Valledor, quien bajo el nombre de Chela Reyes (1904-1988) y nacida en Santiago el mismo año que Pablo Neruda, publicó poesía, teatro, literatura infantil; escribió para diversos periódicos tales como El Diario Ilustrado y La Nación; trabajó en un sinnúmero de programas radiales; fue durante cuarenta y dos años miembro y secretaria del Pen Club de Chile; vivió tres años en Venezuela y viajó por diversos países; junto a Pablo de Rokha fue una de las fundadoras del Sindicato de Escritores; y se cuenta entre una de las primeras mujeres en Chile que recibió el título universitario de Visitadora Social. Su obra poética consta de los títulos: Inquietud, publicado a los veintidós años de edad en 1927; Época del alma (1937); Ola nocturna, 1945; y Elegías, 1962. Alone afirma que “Chela Reyes usa el mundo como la plataforma el bailarín para apoyar los pies y lanzar el resto hacia la fantasía […] El tono dominante lo constituye la atmósfera, como de sueño, el placer de respirar, de ver y de oír en el aire el libre desencadenamiento de las imaginaciones” (El Mercurio, 27-1-74). Por otra parte, Nómez plantea que su poesía es “abierta a la aventura… [y en ella] La pasión es plena, el goce es sensual y el poema un campo de batalla en que la tensión se resuelve en potencia y movimiento de un sujeto activo cruzado por el torbellino de las metáforas de lo vital” (291). Una breve muestra de sus textos poéticos puede leerse en “Chile” de su poemario Ola nocturna:
Érase un blanco litoral desnudo
y una sombría virgen soñolienta.
Mareas de jacinto le florecen
por las axilas en praderas lentas,
y un largo resplandor la desdibuja
y una zona de luz la desmadeja.
Y bajo el seno de nevadas puntas
una rosa de sangre se alimenta
y corre por el cauce de su cuerpo
la linfa azul de su celeste vena,
y un ritmo va rompiendo sordamente
la dulce libertad de las caderas.
Y hay un calor de plumas y de zarpas
y un helado abanico de palmeras
para