Lecturas de poesía chilena. María Inés Zaldívar Ovalle

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Lecturas de poesía chilena - María Inés Zaldívar Ovalle

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desasida”, “La desvelada”, “La dichosa”, “La fervorosa”, “La fugitiva”, “La granjera”, “La humillada”, “La que camina”, “Marta y María”, “Una mujer”, “Mujer de prisionero”, y “Una piadosa”. Luego, en Lagar II, estas locas se completan con otras tales como “Antígona”, “La cabelluda”, “La contadora”, “Electra en la niebla”, “Madre bisoja”, “La que aguarda”, “Dos trascordados” y, por último, “La trocada”.

      Hay ciertas constantes que se repiten en el perfil de estas mujeres. Una de ellas es el tema del doble, que aunque se expresa en los textos con ciertas connotaciones diferentes, predomina una dualidad más bien dialéctica, marcada por el desgarramiento y la fragmentación, configurado a partir del poema “La otra”. Ya desde el primer verso, la tensión se presenta al interior de una voz que se dirige a su otra en una disputa a muerte: “Una en mí maté” (183), declara. La hablante, “ojos de agua”, quiere eliminar a aquella que: “Era la flor llameando/ del cactus de montaña; era aridez y fuego; nunca se refrescaba”. (183) Esta lucha marcará un modelo de funcionamiento conflictivo, desgarrado por la contradicción pues, aunque en su sosiego la sujeto que hilvana los versos afirma “yo no la amaba”, en la práctica le es imposible olvidarse y prescindir de esa otra, agreste, pura rebeldía e intensidad que la cautiva: “Doblarse no sabía/ la planta de montaña,/ y al costado de ella,/ yo me doblaba…”. (183) En el poema “La que camina” también se explicita el motivo del doble pero aquí, en oposición al texto anterior, la voz poética asume las características de “la otra” y, al parecer, la que anteriormente se había intentado eliminar, es en realidad la que sobrevive:

      La misma ruta, la que lleva al Este

      es la que toma aunque la llama el Norte,

      y aunque la luz del sol le da diez rutas

      y se las sabe, camina la Única.

      Al pie del mismo espino se detiene

      y con el ademán mismo lo toma

      y lo sujeta porque es su destino. (192-3)

      También en el retrato de “Marta y María” tenemos la explicitación de la dualidad. En esta reescritura del pasaje bíblico de Lucas, tenemos a dos mujeres que aunque:

      Nacieron juntas, vivían juntas,

      comían juntas Marta y María.

      Cerraban las mismas puertas,

      al mismo aljibe bebían,

      el mismo soto las miraba,

      y la misma luz las vestía. (194)

      Mientras “Sonaban las lozas de Marta/ borbolleaban sus marmitas”, por su lado “María en azul mayólica,/ algo en el aire quieto hacía”. Pero estas hermanas, iguales pero diferentes, la hacendosa y la contemplativa, marcan una dualidad, menos desgarrada, más armónica y hasta complementaria en relación a la convivencia de las anteriores pero, aunque en otro tono, dualidad al fin.

      Otra temática recurrente en estas locas mujeres tiene que ver con los diferentes estados de conciencia y sus maneras de expresarlos, pues las hablantes se pasean por la vigilia y el sueño asumiendo actitudes diversas. Veamos, en “La abandonada”, frente al amor que se ha ido, hay una evolución que va desde la profunda tristeza y sumisión pasiva,

      ¿Por qué trajiste tesoros

      si el olvido no acarrearías?

      Todo me sobra y yo me sobro

      como traje de fiesta para fiesta no habida;

      ¡tanto, Dios mío, que me sobra

      mi vida desde el primer día! (184)

      hasta una reacción violenta de rabia, como la de un ángel exterminador, que reacciona activamente frente al que la abandonó buscando liberarse del dolor: “Voy a esparcir, voleada,/ la cosecha ayer cogida,/ a vaciar odres de vino/ y a soltar aves cautivas” (184).

      En “La ansiosa”, en cambio, el enamorado va y vuelve, pero es la intensidad de su punzante deseo transformado en voz el que lo trae, ya que pareciera, al igual que en el cuadro de Munch, que este “viene caminando por la raya/ amoratada de mi largo grito” (185).

      “La dichosa”, en cambio, no padece ninguna espera pues vive intensa y conscientemente el presente y afirma que “Nos tenemos por la gracia/ de haberlo dejado todo”. Lo que no está en su relación amorosa simplemente desapareció pues “El Universo trocamos/ por un muro y un coloquio”. (189) Se apartó del mundo, dejó los bienes materiales, quemó su memoria y se escondió con su amado a vivir el amor ya que todo lo dio “loco y ebrio de despojo”. A estas alturas, no puedo dejar de mencionar la similitud que se perfila entre la vivencia del amor a “puertas cerradas” de estos amantes en “La dichosa” con la del amor descrito en los “Sonetos de la muerte”, donde la hablante también vive un amor exclusivo y sin interrupción del mundo, ya que los dos estarán encerrados en una tumba, por la eternidad, en amoroso coloquio.

      En la dualidad sueño y vigilia —tema recurrente en nuestra literatura nacional— estas locas mujeres tejen una cantidad de hebras20. El tema del insomnio presente desde el poema “Desvelada” en el libro Desolación hasta los tres “Nocturnos” de Lagar II, se da también magistralmente en “La desvelada” de Lagar. El texto, pleno de erotismo, nos muestra a una hablante que no puede dormir pues el mundo de la vigilia, el del día, cambia abruptamente por la noche. Llegada la hora de dormir la casa se puebla de fantasmas y aparece él, ese que no ha logrado enterrar, que deambula en pena por la escalera y las habitaciones, y no le permite conciliar el sueño. El poema se inicia con: “En cuanto engruesa la noche/ y lo erguido se recuesta,/ y se endereza lo rendido” (187), y estamos de inmediato frente a un extraordinario poema donde la textualización proviene del impulso que nace en el interior del cuerpo de la hablante que percibe que “Él va y viene toda la noche” (188) en un recorrido incesante, pero sin destino. El frustrado encuentro entre el fantasma que recorre la casa y la hablante y sus deseos insatisfechos, canaliza esa energía libidinal que deambula y, como un boomerang, se vuelve sobre sí misma desasosegándola: “Mi casa padece su cuerpo/ como llama en la retuesta” (١٨٨). Pero este amante fantasma, inasible, de igual manera se materializa en su imaginación, y permite que ella sienta “el calor de su cara/ —ladrillo ardiendo— contra mi puerta” y la hace probar “una dicha que no sabía: sufro de viva, muero de alerta”. A pesar de ello, el pudor de su placer solitario hace que no quiera que él “vea la puerta mía,/ ¡recta y roja como una hoguera!”. (188) Esta misma tensión entre querer y no querer en medio de la noche, expresada en una lucha entre sus fantasmas y sus deseos, se da explícitamente en “La fugitiva” cuando afirma:

      Y hay como un desasosiego,

      como un siseo que corre

      desde el hervor del Zodíaco

      a las hierbas erizadas.

      Viva está toda la noche

      de negaciones y afirmaciones,

      las del Ángel que te manda

      y el mío que con él lucha. (191)

      En “La desasida”, en cambio, la hablante logra dormir y en ese sueño encuentra aparentemente la paz pues, al traspasar el estado de vigilia y sumirse en la inconciencia, se desprende del mundo

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