Lecturas de poesía chilena. María Inés Zaldívar Ovalle

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Lecturas de poesía chilena - María Inés Zaldívar Ovalle

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locura de estas mujeres y por qué no decirlo, de su creadora. Pero considero que la locura que representan esta galería de mujeres mistralianas es más amplia aún. Tiene que ver con que son mujeres que se resisten a aceptar la vida tal cual les ha sido asignada. Como en el caso de La humillada o de La otra que se debaten en la contradicción; o bien porque su respuesta rebelde frente al medio las torna excesivas como a La fervorosa o La dichosa; o porque debido a la frustración que sienten frente al mundo que las rodea se vuelven ansiosas, insatisfechas, se les quita el sueño; o porque a pesar del dolor y las dificultades logran, contra viento y marea, expresarse como La bailarina. Ella, a través de su cuerpo danzante “baila así mordida de serpientes”, (186) canaliza el fuego que lleva dentro, y paga su duro precio por ello. Pero es una alternativa sin retorno, de vida o muerte, no hay escapatoria, pues ella ya es más que ella, es un nosotras, es un nosotros:

      Sonámbula, mudada en lo que odia,

      sigue danzando sin saberse ajena

      sus muecas aventando y recogiendo

      jadeadora de nuestro jadeo,

      cortando el aire que no la refresca

      única y torbellino, vil y pura.

      Somos nosotros su jadeado pecho,

      su palidez exangüe, el loco grito

      tirado hacia el poniente y el levante

      la roja calentura de sus venas,

      el olvido del Dios de sus Infancias.

      En las Locas mujeres de Gabriela Mistral, el fuego ligado a lo femenino se relaciona con la mujer como cuerpo, sensualidad, emoción. Es el espacio “irracional” ese “continente negro” que Freud no logró, no se atrevió o simplemente no alcanzó a “conquistar y colonizar”, es decir a describir y catalogar. En estas locas mujeres se muestra la otra cara de ese continente desconocido, y se presenta como un espacio que no es negro sino rojo, rojo de fuego, de sangre, de corazón. Tampoco se nos presenta como un espacio vacío, en el que se dibuja un fantasma, ese vestido por la envidia de no tener lo que tiene el otro, es decir el de la ausencia del falo y por lo tanto de la razón y del poder, sino que se nos presenta como el lado de la presencia del cuerpo y la pasión con todas sus intensidades y posibilidades. Por cierto tampoco se nos entrega este continente “rojo” como el espacio de una enfermedad dañina, muchas veces contagiosa, que hay que sanar y controlar para mantener el orden en el sistema, sino como una fuerza que tarde o temprano se iba o se va a expresar como un bien, como fuego purificador e iluminador. Pero esta hablante que roba el fuego es castigada por ello pues, como dice Gerhard Adler: “La leyenda de Prometeo refleja los terribles peligros inherentes al don de la luz de la conciencia a los mortales; a tal punto que quien entregó esa luz a los mortales, solo pudo hacerlo cometiendo el crimen de violar las leyes de los dioses, y debió expiar este acto por una eterna herida en el centro de su vida instintiva”(142)24 Y si precisamos que en este caso se trata de una mujer la que roba el fuego de los dioses masculinos, podremos imaginar la dimensión de la herida en su vida instintiva.

      Está más que claro, entonces, que estas Locas mujeres de la Mistral no presentan soluciones ni sujetos ideales que han logrado una identidad satisfactoria y complaciente frente a sí mismas y al mundo que las rodea, sino que se presentan más bien como una galería de seres humanos envueltos en un magma en el que se entrelazan dolores, desganos y renuncias, pero que también son capaces de vivir con intensidad alegrías logros y esperanzas con grados crecientes de conciencia. Esta esperanza proviene, más que de la presentación de soluciones prácticas y efectivas para la vida, de la capacidad y maestría de Gabriela Mistral para develar a través de la palabra hecha poesía, hecha objeto estético, ya sea en forma consciente o quizás de manera inconsciente, las contradicciones y ambigüedades de las relaciones sociales y afectivas que nos entrampan día a día a los seres humanos.

      Cuatro poetas chilenas que transitan del modernismo a la vanguardia25

      El modernismo en Chile

      Como se sabe, Rubén Darío utiliza por primera vez este término en 1888 en su artículo “La literatura en Centro-América” publicado por la Revista de Artes y letras; allí menciona el “absoluto modernismo en la expresión” al referirse a la obra creada por el escritor mexicano Ricardo Contreras. Luego esta denominación empezará a ocuparse de forma generalizada, incluyendo a la crítica chilena hacia 1893, aunque algunos de ellos, los críticos más tradicionales, lo hacían en forma despectiva y burlona.

      La mayoría de los historiadores de la literatura reconocen que este movimiento tuvo dos períodos fundamentales en Chile, el primero definido por la llegada de Darío al país en 1886 y a su fructífera estadía por tres años. En este período el poeta trabajó como funcionario de la Aduana de Valparaíso y en el diario La Época de Santiago, en 1887 publicó su libro Abrojos y, al año siguiente, apareció en Valparaíso Azul, poemario clave que irradiará el modernismo tanto a América como a España. El segundo período también tiene que ver con Darío, pero esta vez orientado al legado que dejó después de su partida, tanto por la influencia de sus reflexiones y concepciones poéticas, como por el impacto que produjo su obra en la literatura chilena.

      Si nos concentramos en la recepción dariana en Chile y el legado que esto implicó, el impacto que tuvo en nuestra literatura puede apreciarse, en gruesas pinceladas, en dos fases: la primera una cosmopolita y, la segunda, una americanista, en referencia a lo que también se conoce como criollismo. Convengamos indispensable puntualizar, eso sí, que para autores como Francisco Contreras y Cedomil Goic esta caracterización se constituye como dos movimientos independientes y consecutivos; respectivamente: Modernismo y Mundonovismo y que, en cambio, otros como Mario Rodríguez y Klaus Meyer-Minnemann se refieren a esta división como un conjunto de procedimientos literarios, heterogéneos y simultáneos que anteceden al surgimiento de las vanguardias en Chile.

      Pero esta heterogeneidad en la creación literaria post Darío ha llevado a que la mayoría de los críticos, al momento de referirse a la producción literaria grupal en el país por estos años, más que hablar de modernismo prefieran hablar de la Generación de 1900. Mientras este último suscita cantidad de problemas (para algunos el término es muy amplio y para otros muy estrecho), hablar de Generación de 1900 aparece como la solución a todas las discusiones, en tanto aparece “definida por constituir un trenzado de tendencias disímiles: arraigada en las circunstancias, preocupada por la forma, proyectada a lo universal”. (Muñoz González y Oelker Link, 66)

      Dentro de este contexto, la investigación que realizo postula que la creación de las poetas chilenas Winétt de Rokha, Olga Acevedo, María Monvel y Chela Reyes, aunque reconociendo su genealogía en este hito fundacional post dariano, y a pesar de haber producido y publicado un amplio y sólido corpus poético que transita del modernismo a la vanguardia histórica, permanece aún en un casi total desconocimiento. Es por ello que una de las materias a investigar en la presente reflexión, es la de identificar cuáles son aquellos factores que han colaborado a esta invisibilización.

      Mujeres y escritura en las primeras décadas del siglo XX

      Para poner este trabajo en su contexto resulta oportuno señalar que, dentro del campo cultural literario latinoamericano y chileno, las primeras décadas del siglo XX pueden identificarse como un período en el que interactúan diversidad de actores que —tomando prestadas palabras de Lucía Guerra al referirse a los tiempos iniciales de producción de Juan Rulfo y María Luisa Bombal—, dibujan “destellos que se entrecruzan en un territorio aún por analizar” (7). Tomo prestada esta expresión puesto que estos destellos entrecruzados, aún no suficientemente identificados,

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