Lecturas de poesía chilena. María Inés Zaldívar Ovalle
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Pero, antes de continuar en dirección a nuestras poetas, y como una especie de breve e ilustrativo paréntesis que ayuda a poner nuestro tema en contexto, me parece relevante mencionar que esta situación de olvido y borramiento oficial de la creación de mujeres en Chile se replica también en las artes visuales. Gloria Cortés Aliaga, en su libro Modernas historias de mujeres en el arte chileno 1900-1950, luego de una importante revisión de catálogos y documentos refiere que:
Después de oír incansablemente que la participación femenina en el arte era un asunto marginal […], nos encontramos de pronto con los nombres de 500 mujeres, pintoras, y escultoras profesionalmente activas en Chile desde mediados del siglo XIX hasta 1950, que aparecen en los catálogos de las exposiciones y salones oficiales e independientes. Un número impensado que, sin duda, irá creciendo en la medida que accedamos a más fuentes de investigación. Sin embargo, de esos cientos de artistas solo un 25% de ellas aparecen mencionadas en los libros tradicionales de historia del arte, y de esta cifra, solo un 10% cuentan con datos biográficos detallados en investigaciones anteriores. Es decir, alrededor de un 75% de nuestras artistas son desconocidas por la historiografía. (16)
Winétt de Rokha, Olga Acevedo, María Monvel y Chela Reyes, las cuatro poetas en cuestión
Al asumir como un dato de la causa la invisibilidad que estas escritoras tienen hasta el día de hoy dentro del panorama crítico nacional (con excepción de Winétt de Rokha quien ha recibido atención estos últimos años), surgen una serie de conjeturas que conducen a interrogantes por dilucidar y analizar a través de las cuales se pueden enunciar algunos caminos de búsqueda. Señalo, más bien enuncio provisoriamente, tres aspectos: la clasificación que se les asignó dentro de la historiografía tradicional, lo que significaba, dentro del campo literario chileno de la época escribir desde la mujer y, sumando a los dos anteriores, el factor de clase y posicionamiento social dentro del campo cultural y literario de la época.
Pero, ¿quiénes son, entonces, estas cuatro mujeres que nacen en un lapso que no supera los doce años entre la mayor y la menor (1892 y 1904)? Como un inicio obligado me parece pertinente entregar alguna referencia básica acerca de su vida y obra. Siguiendo un orden cronológico tenemos a Luisa Victoria Anabalón Sanderson, Winétt de Rokha (1892?30-1952) quien hasta hace poco tiempo era más conocida como la esposa de Pablo de Rokha, nacida un año después de Vicente Huidobro, y diez antes que Pablo Neruda. Su obra poética, del mayor interés, está compuesta por los libros Horas de sol (1914); Lo que me dijo el silencio (1915); Formas de sueño (1927); Cantoral (1936); Oniromancia (1943), El valle pierde su atmósfera (1946); y la antología Suma y destino (1951). Para muestra, un botón; consideremos de Cantoral el poema “Carcoma y presencia del capitalismo”
Frío plano, de exactas dimensiones,
el siglo XX cabe en una cancha de tennis.
En mesitas de café-concierto,
entre pajillas, whisky-sowers y cigarrillos egipcios,
la mujer contemporánea
borda corpiños de seda negra.
En el paddock,
al compás de la música loca de un jazz-band,
las mujeres y los caballos se pasean.
Del brazo de Pablo de Rokha,
intervengo en el ritornello
mundial de las muchedumbres.
Ilustrando mis poemas
con perspectivas de paperchase,
con sweaters cuadriculados de sportman,
y humaredas de inquietantes locomotoras,
soy la Eva clásica del porvenir.
Astral y sensitiva, horado
en aviones románticos,
el azul de las golondrinas perdidas. (Winétt de Rokha 20-21)31
Esta mujer, entre otras actividades y labores, se carteaba con importantes artistas e intelectuales de la época, tal es el caso de la polémica que sostuvo con el escritor polaco Witold Gombrowicz el año 1946, pues diferían acerca de los temas que pueden ser tratados en la literatura, la relación que debe existir entre el pueblo y el arte y, más específicamente, acerca de métrica y ritmo en la poesía. Sus teorías estéticas que atacaban el arte puro y defendían el compromiso social del arte, se publicaron en un periódico argentino de la ciudad de Córdoba (existe la documentación acerca del intercambio epistolar). Se sabe también que Junto a Pablo de Rokha hizo posible la revista Multitud cuyas consignas eran, entre otras similares: “Por el pan, la paz y la libertad del mundo”, o bien “Revista del pueblo y la alta cultura”. Allí colaboraron escritores de la talla de Rosamel Del Valle, Ricardo Latcham, Juan Godoy, Enrique Gómez-Correa y Teófilo Cid. Su importante y sólida obra poética está recién empezando a conocerse y difundirse, y valiosa es en este sentido la labor de Javier Bello, quien realizara una excelente y completa edición crítica de su obra (Winétt De Rokha, El valle pierde su atmósfera (2008). En este volumen se reúnen diversos estudios críticos acerca de la obra de la autora (Soledad Falabella, Juan G. Gelpí, Ángeles Mateo del Pino, Jorge Monteleone, Eliana Ortega y Adriana Valdés). Mencionable es también la lectura crítica que se ha realizado históricamente de la autora por Juan de Luigi, Luis Merino Reyes, Artigas Milans Martínez, Julio Molina Müller, Juan Villegas, Heddy Navarro Harris, Alejandro Lavquén y Francisco Véjar, añadiendo la existencia de una tesis escrita por Gemma San Román Arcedillo, dedicada a uno de sus poemarios: «La crisis de la sociedad burguesa y la autonomía artística: Vanguardismo de Cantoral. Poemas 1925-1936 de Winett de Rokha».
Nacida tres años después, también en Santiago, destaca la poeta Olga Acevedo (1895-1970), quien viviera alrededor de diez años en Punta Arenas donde frecuentó la Sociedad Literaria de Gabriela Mistral, a quien siempre declaró admirar. Acevedo estuvo vinculada con la Gran Jerarquía Blanca de la India, además fue partidaria de los republicanos españoles y militante del partido comunista chileno. Posee una vasta producción poética, de gran fuerza y singularidad que se inicia con la publicación de Los cantos de la montaña en 1927, extensa obra en prosa y verso. Más adelante vienen Siete palabras de una canción ausente 1929 [Firmado Zaida Suráh], El árbol sólo, 1933, La rosa en el hemisferio, 1937, La Violeta y su vértigo, 1942; luego de estos cuatro poemarios obtiene el Premio Municipal de Literatura en 1949 por Donde crece el zafiro, poemario del que Ricardo Latcham, se supone que en un gesto laudatorio, escribió: “En general, Olga Acevedo ha representado, entre nosotros, una actitud depurada, constante, saludable en lo que entraña de ejemplar para otras mujeres, encadenadas por el sexo, la pasión irracional y los tópicos amorosos; aunque estos solo representen una ficción o un artilugio imaginativo” (La Nación 07-04, 1948). A su vez, Naín Nómez valora su creación y escribe en la Antología crítica de la poesía chilena que:
En síntesis, se trata de una de las grandes poetas chilenas de comienzos de siglo, tanto por sus transformaciones estéticas como por su compromiso poético y social. […] Su mayor mérito consiste en que siendo una poeta que se inicia en los últimos años del siglo XIX, logra posteriormente sintonizar con las vanguardias, especialmente el surrealismo, para desarrollar una obra de imágenes impactantes y emocionalidad delirante que explora diversas formas y tonos de ruptura”. (Nómez 135)
Por su parte, Eugenia Brito define su poesía como vigorosa y múltiple, señalando que “en ella se combinan resabios modernistas con imágenes provenientes de las corrientes más vanguardistas”