La hija del huracán. Kacen Callender
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Kalinda no finge que no ha oído nada. Mira a Anise con interés y dice:
—Conocía a ese hombre, era mi tío.
Los ojos de Anise se agrandan y todas las niñas del aula contienen el aliento, pero Kalinda sonríe y vuelve a mirar a la pizarra, y queda claro que era una broma, por lo que todas comienzan a reírse de una forma que la señora Wilhelmina no puede ignorar. Se da la vuelta, nos chista y golpea con el pie en el suelo hasta que nos callamos.
Decido, así de pronto, que Kalinda es una gran candidata a ser mi primera amiga. Alguien tan valiente como para enfrentarse a Anise de esa manera podría ser lo suficientemente valiente para enfrentarse al resto de la clase. Y, si lo hace, se dará cuenta de que todas son tontas y malas, y las dos nos sentaremos juntas en la cafetería y pasearemos juntas hasta la costa después de clase, y todas se darán cuenta de lo buena amiga que soy, tanto que también querrán caerme bien. Y, de repente, todo el mundo hablará conmigo, y nos pedirán a Kalinda Francis y a mí que nos sentemos con ellas a la hora de comer.
Una alumna nueva. Es casi como un sueño: que te vea alguien que antes jamás te ha mirado, alguien distinto a las mismas trece compañeras de clase que has tenido toda tu vida, alguien que no sea una profesora ni tu madre ni tu padre, alguien que no sepa quién has sido y que aún no haya decidido ni quién eres ni lo que serás. Es más que una oportunidad de crearme una identidad nueva. Es una oportunidad auténtica de convertirme en otra persona… o quizás, de convertirme en quien realmente soy.
Y, para mí, es la única oportunidad que tendré.
Pero en mitad de clase, me fijo en que Anise escribe una nota y se la pasa a Kalinda. Kalinda se gira, sorprendida, lee la nota, sonríe y asiente. Sin duda es una invitación para comer con Anise, María Antonieta y las otras hienas. No debería sorprenderme. Era obvio que no iban a dejar que Kalinda se sentara en ninguna otra parte después de lo que había hecho. Aunque a Anise no le gusten ni Kalinda ni los rastafaris, muy pronto todas en el colegio querrán hacerse amigas de Kalinda, y por eso Anise debe ser la primera. Antes de que me dé cuenta, mi primera oportunidad de tener una amiga ha desaparecido y aún no ha acabado ni la primera hora de clase.
Veo las cosas que nadie más ve. Cuando salgo de clase y voy hacia la cafetería, salgo al patio y veo que al otro lado hay una mujer blanca de pie con un camisón, lejos de una multitud de pelo negro y rizado con uniformes verdiblancos. Cuanto más me acerco, más claro me queda que las niñas rodean a una sola persona: Kalinda. La mujer blanca también observa a Kalinda, pero en cuanto parpadeo, desaparece, y en el lugar donde estaba no queda más que un rosal muerto.
Las alumnas hablan a gritos en torno a Kalinda, emocionadas; incluso desde mi posición distingo que, cada vez que hay una pausa en mitad del ruido, es porque Kalinda habla. Quiero oír lo que dice. Tiene la voz tan seria y tan grave que seguro que todo lo que diga será importante. Probablemente sea la única persona del colegio a la que todas debamos escuchar.
En el umbral de la puerta del patio, dudo. Quiero unirme al grupo, estar con ellas y escuchar a Kalinda, pero también están ahí Anise, María Antonieta y las otras, y no sé lo que me harán. No sé si dirán algo que me avergüence delante de Kalinda. Lo mismo le cuentan que soy la niña más odiada de todo el colegio o le advierten de que es mejor no dirigirme la palabra. Y, si es así, a lo mejor Kalinda Harris también empieza a mirarme con asco.
El grupo suelta una gran carcajada y decido asumir el riesgo. Camino hacia ellas y me paro justo detrás. Me pongo de puntillas para mirar dentro del círculo. Kalinda se ha soltado las rastas para enseñar lo largas que son. ¡Le llegan hasta más abajo del trasero!
Debo de haber soltado una exclamación, porque de pronto Anise se fija en mí y me mira con una repugnancia tal que sé que piensa que no debería haber nacido.
—¿No empieza a apestar por aquí? —le pregunta a María Antonieta, que mira a su alrededor, confusa, hasta que me ve y asiente.
Anise dice esto porque hace unos pocos meses la piel me empezó a oler muy fuerte y desagradable, tanto que la señora Wilhelmina me llevó aparte y me dijo que tenía que ponerme más desodorante. Anise me ha torturado recordándomelo cada vez que me acerco, pero ahora, cuando lo dice, ya no sé si es verdad. Las otras niñas me ven, se tapan la nariz y abanican el aire con fuerza, y Kalinda, en el centro de todas, me mira fijamente. Yo también comienzo a desear no haber nacido. Giro sobre mis talones e intento caminar despacio, como si no me importara lo más mínimo que todas me miren y se rían. Como si no me importara absolutamente nada.
Llegan visitantes a Water Island. Como yo veo las cosas que nadie más ve, no sé si alguien más ve a las visitantes aparte de mí. Alquilan una casa que está al otro lado de la colina quemada de Water Island. Nuestra isla tiene una colina con una cicatriz, una marca calcinada que brilla como una sanguijuela enorme, porque un día de Carnaval, hace casi siete años, alguien prendió fuegos artificiales en la costa de Santo Tomás y nos explotaron encima, aunque en teoría los fuegos artificiales explotan sobre el mar. Mi madre estaba en casa todavía y me mandó a la cama, porque decía que así, si llegaba el fuego, no vería a la muerte; pero mi padre me cogió de la mano y ambos salimos a ver qué pasaba. Yo tenía cinco años y pensé que el sol se estaba cayendo del cielo. Me creí valiente, porque era capaz de quedarme quieta y mirar directamente al sol que se derrumbaba sobre nosotros.
Luego llegaron los helicópteros a echar agua de mar sobre la colina, y mi madre y mi padre y yo salimos vivos, pero por entonces ya se había quemado la casa de la cima y había muerto el hombre que vivía allí. Mi madre decía que los niños son niños porque no saben nada de la muerte, así que supongo que ese día dejé de ser una niña. Dejaron el esqueleto ennegrecido de la casa allí arriba, como una lápida. Se quedó allí hasta que el huracán también se lo llevó.
En teoría, Water Island es una de las Islas Vírgenes de los Estados Unidos, pero a nosotros nadie nos santificó como a Santo Tomás, Saint John o Saint Croix, así que casi todos se olvidan de que existimos. Llevan olvidándose de Water Island desde la época en que había esclavos. Como nadie recordaba que Water Island estaba al lado de Santo Tomás, los esclavos huían a Water Island para ser libres. No tenían que esconderse cuando pasaba un barco lleno de hombres blancos, porque ni siquiera miraban en su dirección. Supongo que algunos esclavos comenzaron a pensar que la isla era mágica, tan mágica que nadie ve sus colinas salvo quienes ya las conocen. Nadie sabe de quién es la magia, pero lleva aquí todos estos años, así que soy invisible siempre que estoy en Water Island y eso me gusta. Total, nadie me mira igualmente.
La casa que está al otro lado de la colina quemada llevaba en alquiler desde antes de que yo naciera, pero como todos se olvidan de Water Island, nadie venía a vivir en ella. Me fijo en las visitantes, que están en el embarcadero del ferry, bajando de la lancha del señor Lochana. Son una niña y su madre. Ella es un poco más pequeña que yo y, cuando me ve, no desvía la mirada. Tiene la nariz de mi padre.
La primera noche que pasan las visitantes en Water Island, voy a dar un paseo para verlas en la casa alquilada del otro lado de la colina. Antes de que me acerque, la niña me ve desde el porche. Clava la mirada en mí hasta que me marcho de nuevo.