El amor, Aún. Una lectura del Seminario 20 de Lacan y sus fuentes antiguas. Carmen González Táboas
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу El amor, Aún. Una lectura del Seminario 20 de Lacan y sus fuentes antiguas - Carmen González Táboas страница 5
En el mismo Seminario 16, Lacan se sirve de la apuesta de Pascal (18) (extraña apuesta en la que “faltan las condiciones admisibles para un juego” (19)). Debe formalizar el 1 del trazo (la inscripción significante) y “a”, el efecto de pérdida de goce que aquella supone para el ser que habla. En la apuesta pascaliana (escrita en un papelito muy doblado que el católico y libertino Pascal, próximo a morir, llevaba entre sus ropas) se enfrentaba a la “renuncia a los placeres” exigida para ganar la eternidad. Dialoga con el escéptico (es el mismo Pascal) y le dice que Dios le pide esa nada de su vida a cambio de la futura vida eterna. ¡Esa nada es lo único que tiene! Le dice al escéptico: “Estáis embarcado en esto” (estamos embarcados en la nave del Otro que nos habla). Insiste, es preciso apostar: “Si se gana, se gana todo. Si se pierde, no se pierde nada”. Lo que es falso, dice Lacan; la vida no es “cero”, en cuyo caso no habría lugar a la apuesta. Si es una “nada”, esa nada es algo. Objeto a. Plus de gozar. Ganancia de una pérdida.
Los místicos, despreciadores de la finitud de bienes y placeres, encontraron la Vía directa “del goce al Uno”, obviando el sexo, de tal manera que toda medida se disolvía en ese gozar del Dios vivo. El Dios de los filósofos, aun no siendo más que un significante, resulta sin embargo indispensable, pues la palabra es “el trono en el que se sienta el Dios revelado a los judíos” (20) y también el de los místicos; en efecto, nada habría revelado algo llamado Dios sin las palabras; no hay ser sino de dicho. Nada pasa a existir sin el significante articulado como sostén de todo otro registro de la palabra. El Dios vivo es el que habla, y el que me habla al oído capaz de hacerme gozar (21). “El nudo del goce está en el origen de todo saber” (22) y se escribe S1, a.
LOS CUATRO DISCURSOS
Al año siguiente, en El reverso del psicoanálisis se produce la avanzada de los cuatro discursos. Los pequeños cuadripodos (23) articulan las letritas del álgebra lacaniana. ¿Por qué interesarnos en algo tan difícil? Para decir que, desde que se habla, otra lógica subtiende el ruido de los discursos que corren por las calles. 1) El discurso del Amo encamina la palabra cuando se trata de que las cosas marchen; 2) el discurso universitario no tiene que estar en la universidad, bastará que un Yo se proponga como garantía de saber. En cambio, 3) del discurso histérico podría salir algo verdadero; es el parloteo común, que no sabe lo que dice, pero al menos erosiona las pretensiones de La Verdad, hermana de la fábula, esa que todos los días nos inocula la propaganda. En diferente lugar en cada uno de estos tres matemas, la letra a (24) es el semblante que agujerea los discursos cursocorrientes, el “elemento de imposibilidad” que los hace girar sin fin. No cierran. Es imposible que alcancen un borde real. Lacan escribe 4), el discurso analítico; lee la falla que los otros tres recubren en su aventura mundana.
El siguiente, Seminario 18 (25), responde a una necesidad de discurso. La lógica de la sexuación cuenta con “el hombre y la mujer” para señalar lo real de una diferencia inalcanzable para el discurso científico. ¡Ahí se escribe un Uno que ya no es el S1 de la díada (S1-S2)! Como “El atolondradicho” (26), también De un discurso que no fuera del semblante es el laboratorio de Aún, donde “la función de lo escrito” hace función de la escritura que construye el discurso analítico.
EL ENIGMA DE LA LETRA
En este Seminario 18 sucede algo notable. Lacan se muestra “apremiado por la presencia de ustedes” (su audiencia) “en estado de plus de gozar apretado”. Es como decirles: aquí están los cuerpos en presencia, aquí hay hombres y mujeres, aquí también se goza, pero, ¿cómo se alcanzará en un análisis el hueso de ese real? (27) No será sin extraer de la díada S1-S2 el significante-letra. Aquel año la mirada de Lacan se acercaba al Oriente milenario con su maestro del pensamiento chino, François Cheng, quien “había anudado sus diálogos con Gastón Berger, Levinas, Barthes y Kristeva” (28). Cheng (29) habla del trazo, pleno y sutil, ejecutado sin retoques por el artista, impulso del cuerpo al brazo, tinta que desprende forma y volumen (espesor), rodea y crea el Vacío; ahí se reúnen lo uno y lo múltiple. La travesía iniciada en este Seminario se dirige hacia el capítulo llamado: Lituraterre; Lacan regresa del Japón, pero sobre todo “vuelve de cierta relación con la escritura” (30). ¿Por qué iría a buscarla a la China o al Japón? Por su estructura misma “en la lengua japonesa se incluye un efecto de escritura” (31).
Lacan recuerda, en su clase sobre Lituraterra (32), que un día relató las aventuras de medio pollo; sí, había hablado del sujeto “como un pollo partido al medio en dos mitades”; no es cualquier tachadura la que lo divide. “Litura (33): tachadura de ninguna huella previa, escritura que del litoral (34) hace tierra. “¿No es acaso la letra lo literal que hay que fundar en el litoral?” (35) La letra hace tierra en el litoral; el litoral no es frontera sino área inestable de constantes cambios entre sistemas terrestres y marinos; ofrece costas de erosión (acantilados) y de sedimentación (playas y arenales). ¿Qué discurso se puede emitir desde el litoral de lo que se siente que no sea desde el semblante? Por ejemplo, la literatura de Joyce “es en sí misma un hecho litoral”, pero eso no es nada salvo si muestra la ruptura que solo un discurso puede leer entre saber y goce. ¿De qué saber se trata? El saber no es del cuerpo, lugar del trauma, sino del inconsciente. ¿De qué entre se trata? Del entre que no enlaza saber y goce; esa ruptura no se salda.
Joyce había pasado de a letter a a litter, de letra a basura, para decir “que la civilización es la cloaca”; porque la letra, que no es primaria, que es efecto del significante, hace el trazo vivo que (entre saber y goce) erosiona los semblantes comunes, las costumbres, la familia, lo pactado y lo esperable. Para bien y para mal. Si Lacan es atraído por el matrimonio de la pintura japonesa con la letra, bajo la forma del arte caligráfico, es por ver ahí el poder de la letra haciendo tierra/trazo en el litoral entre saber y goce.
Shitao, pintor del siglo XVII, buscaba ceñir, en la apariencia formal, el impulso interior de ríos y montañas, de personajes y de objetos inanimados, de pájaros y bestias y árboles… Si uno se sirve del trazo único del pincel como medida, decía, en ese borde participará de las metamorfosis del universo, descifrará las sombras de las nubes y las brumas. ¿Qué encuentra Lacan en el arte “donde lo singular de la mano aplasta lo universal”? Intuye, en el vuelo de regreso del Japón, sobre la estepa siberiana (36), que la escritura es otra cosa que el significante, y que la letra lacaniana es otra cosa que el significante articulado del que ella es efecto. La letra, cargada de pragma (37) es rotura del semblante; la letra/goce traza bordes en el agujero del saber, y el psicoanálisis, en su práctica, se obliga a reconocer el sentido de lo que sin embargo la letra dice al pie de la letra. Sí, la letra, S1, es erosión de goce donde la fijeza del significado tiende a borrar la inestabilidad del litoral. “Entre el goce y el saber, la letra haría el litoral” (38). Tal vez la letra no sea otra cosa que eso de sí que le sale a uno al encuentro por todas partes, no lo deja tranquilo.
EL CERO, UN NÚMERO DE PURA LÓGICA
En Aún, Lacan le dice a los practicantes del psicoanálisis, ustedes suponen que el sujeto del inconsciente sabe leer, incluso que puede aprender a leer. “Pero sucede que lo que ustedes le enseñan a leer no tiene absolutamente nada que ver, y en ningún caso, con