El amor, Aún. Una lectura del Seminario 20 de Lacan y sus fuentes antiguas. Carmen González Táboas
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Lacan le llama al cero “el uno de la inexistencia”, ser de lenguaje, nacido de la lógica, idéntico a sí mismo, en el lugar de la nada, pues nada hay para la lógica que no sea idéntico a sí mismo. Ahí es donde el psicoanálisis encuentra su abertura. Antes Lacan había frecuentado a Frege (su Sinn y Bedeutung, o: sentido y referencia). Ahora se sirve de la operación que introdujo un número diferente, el cero, para derivar de él al uno de la serie. Lo dicho: si de todo lo que existe se puede decir uno, el concepto de cero para la lógica no subsumiría nada pues toda cosa es idéntica a sí misma. Ya no es así desde Freud, desde que descubrió, en sus términos, la Spaltung, la división del sujeto:
El síntoma proviene de lo reprimido, y es como un representante de lo reprimido cerca del yo; pero lo reprimido es para el yo dominio extranjero; un dominio extranjero interior así como la realidad –si se me permite una expresión nada habitual– es un dominio extranjero exterior (41).
Si el 1 puede subsumir al concepto cero, y el 2 al 1, el 3 al 2, el cero queda olvidado en la serie de los números naturales. Dicho de otro modo, el cero es el conjunto vacío, desapercibido entre los elementos de un conjunto. Ahora bien, por añadidura, la matemática descubrió que entre el cero y el uno y entre cada uno de la serie de los naturales se encuentra el infinito (imposible de cerrar) de los números reales. Motivo del desencuentro por el cual, como veremos más adelante, ni Aquiles alcanzará a la tortuga, ni ella a Aquiles. Con la lógica de la sexuación, cuyo esbozo tenemos en el Seminario 18, el espacio entre los sexos se manifiesta ya no como rígida frontera, sino como litoral, insabido espacio que cada uno vadea según su goce.
AUSENTIDO
La producción del S1 (que por el acto analítico reduce el significante a la letra) precede a Aún. Lacan ya sabe que entre S1 y S2 hay un agujero, que nada hay más contingente que el S2 que se engancha a un S1. Que entre S1 y S2 hay au sentido, falla real en la lógica del sentido, y que ese agujero es el lugar donde puede advenir un decir. “El puente tendido hacia lo real imposible nace, pues, de reducir el significante a la letra. Así puede tocar lo real, penetrar en él. Es lo que han hecho las matemáticas y, a partir de ellas, la ciencia” (42). La letra no es diferencial, no muta. La lalengua de cada uno es la letra por fuera de los efectos de sentido; es color, textura, caligrafía de uno solo, relieve singular de la letra en el plano; cada uno delira siempre la misma cosa.
La letra, efecto de discurso, no es sin la imagen, pero este imaginario no es el que comienza en el estadio del espejo, el de los espejismos del yo –ni el del fantasma inconsciente, teatro privado del que se goza– sino el nudo que Lacan prefigura en el Seminario 19, presenta en el 20, despliega en el 21, y de ahí en más. Se esboza un imaginario sin imaginería ni imagen, que, anudado, hizo consistir (43) un cuerpo en la imagen (44). Con el nudo borromeo Lacan se enfrenta “con lo que no se ve en ninguna parte” (45), la opacidad absoluta de lo que llamamos cuerpo. Antes (46) había dicho que el deseo se inscribe a partir de una contingencia corporal. Pero al fin, ¿qué es un cuerpo? El cuerpo-bolsa, el cuerpo-organismo es un agujero en la percepción, agujero cuyo borde Lacan escribe con la triple cuerda y sus nudos. No contiene nada, ni dice nada sin el borde creado por la ex sistencia del Uno que es tres.
Hay el cero y el uno, lo hay, y la sucesión de los naturales, pero entre uno y otro hay un espacio que no se puede recorrer con la lógica binaria del significante. Se verá en Aún con la paradoja de Aquiles y la tortuga. Escribe Miquel Bassols, “digamos entonces que lo femenino como alteridad irreductible a la lógica significante de los géneros y de las identidades sexuales reordena cada vez de nuevo todo su campo, marcando el paso, siempre a contrapié, en su baile de máscaras”. Se refiere a las nuevas identidades cuya serie tiende al infinito, como se prueba, dice, marcando la letra T en Facebook; 54 opciones apuntan al género “personalizado”: transfemenino, transmasculino, transgénero… Siempre puede haber uno más, pero la diferencia masculino/femenino subsiste como irreductible. “Parece que, por muchas variaciones que se intenten, la cosa no puede dejar de jugarse entre ‘ellos’ y ‘ellas’” (47).
HAIUNO
En Occidente existe al menos la literatura que empieza con Rabelais (48); la de Joyce y no sin esta, la de Beckett. Literatura de borde que sabe hacer con los restos; la ilegible, la que fait litiére –es decir, “hace caso omiso”– de la letra ordenada a la gramática, antes bien la deshace, la hace estallar. Literatura correlato de la contemporánea disolución de los lazos antiguos que goza y confiesa el goce. Al año siguiente, el título del Seminario 19 es “… o peor”, donde son convocados Parménides de Elea (49) y los neoplatónicos, y donde Lacan escribe Yad´lUn, traducible como hay de lo uno, o bien, Haiuno. Incluso si la primera traducción parece mal castellano, la elegí para mi libro de 2010, Mujeres; escribí entonces: “¿cómo decir que hay significantes, que de eso hay, que nos llueven, y que algo de eso se escribe (porque se goza) desde antes de que el sujeto acceda a la palabra? ¿No era ese Yad’l’Un, dicho así, sonido, chasquido, casi jaculatoria, pura resonancia/goce en la lengua de Lacan?”
Para la traducción del Seminario 19 se prefirió llamar Haiuno a este Uno “que es la cualidad mínima de cualquier ser” (50) y surge del fondo de lo indeterminado: hay. ¡Pero Lacan dice haber buscado sin éxito un lo hay (51)! Insistí: “hay de eso, de lo Uno” (52). Sin embargo, hoy decido escribir Haiuno (no tan sonoro como Yad’lUn, ni como el ¡Ahijuna! del traductor); es más simple, aunque pierde la cualidad fónica que Lacan le presta. Las diversas traducciones conmueven el campo del saber; “el litoral es impreciso, y cabe a cada uno pagar con su propia libra de carne lo que agujerea el saber” (53). Lacan nos sorprende cuando dice en Aún, del Uno aún no sabemos nada. Porque no ha deslindado todavía con claridad el Haiuno del S1. Los vamos a ver vacilar, confundirse y diferenciarse más de una vez en el Seminario 20.
En el Seminario 19, Lacan cita al matemático René Thom (54) quien se interesa en lo que pasa detrás del muro de la lógica común; hay un campo de la vida, dice, que solo se alcanza mediante el número, el álgebra, las funciones, la topología. Al psicoanálisis tampoco le alcanza este “detrás del muro de la ciencia”, porque “entre el hombre y la mujer hay el amor”. El amor es un decir en el que se juega, contingentemente, lo imposible de la carta de a-muro: para los a-murados a lalengua por la sexuación, no hay relación sexual; al menos hay lo que la suple, el objeto a como plus de goce, el poco gozar que causa el deseo, en el lazo del síntoma y en el decir de amor.
Lacan propone una frase que es un nudo, cuyo sentido engaña: “Te demando rechazar lo que te ofrezco porque no es eso” (c’est pas ça). ¡Ni siquiera hay eso que digo ofrecerte! “Con una pizca de ejercicio” verán que ese nudo (“te demando que me rechaces lo que te ofrezco”) oculta, en la trabazón de los verbos, su imposibilidad. Lo que te pido rechazar no es “lo que te ofrezco”, sino “que te ofrezco”, el hecho mismo del ofrecimiento. Nada en el campo de la palabra será otra cosa que demanda. Al desanudar cada uno de esos verbos anudados con los otros dos, “encontramos el efecto de sentido al que denomino objeto a” (55), a causa del cual no hay relación sexual: un sexo no tiene lo que le falta al otro, ni desea lo que desea el otro, ni goza de lo que el otro goza; el amor tempera esa nada. (En esos días Lacan descubre “algo que le venía justo, el escudo de armas de los Borromeos” (56). Ahí se leerá que el Uno es tres).
EN LA PROXIMIDAD DEL SEMINARIO 20
El psicoanalista Lacan no podrá obviar los lazos antiguos, el testimonio de los que no confiesan el goce pero lo sienten. Lo dicen hasta donde pueden decirlo. Así habla Lacan en Aún: la fe en el Logos encarnado ha producido los más extraordinarios discursos sobre el amor, cuando los discursos del amor confesaban ser los del ser