El amor, Aún. Una lectura del Seminario 20 de Lacan y sus fuentes antiguas. Carmen González Táboas
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Tal cosa como la doctrina paulina del Verbo de Dios hecho carne, según fue dicho, jamás había existido antes. Dice Lacan en Aún, “Dios es propiamente el lugar donde, si se me permite el juego, se produce el dios, el dior, el decir. Con nada el decir se hace Dios; basta que se diga algo, allí estará Dios. Por eso, al fin los únicos verdaderos ateos que puede haber son los teólogos: ellos hablan de Dios” (58). Enmudecido el odio por los cristianos, el judío Freud se atrevió a encontrarlo en Empédocles de Agrigento. ¿Qué leeremos en lo que nos vienen a contar los analizantes, –sus necedades, apuros, impedimentos, emociones–, sino los efectos de esos decires? Tal vez, dice Lacan, ustedes puedan vivificar un poco “ese sentimiento llamado amor”. Lacan introduce en Aún al “Otro sexo” que es el sexo femenino; hay un goce de ellas del que quizás no sepan, “no todas lo sienten”. Se dicen mujeres y están donde Lacan interroga los discursos sobre el amor; son Antígona, la Dama, Diótima, Sygne de Coûfontaine, Sichel, Lûdmir, Pensée, Madelaine, Medea, Cornelia (la madre de los Gracos), Hadewijch d’Anvers, Teresa de Ávila, y más, sin excluir a San Juan de la Cruz y a Jacques Lacan, estos que sin duda son hombres.
¿Hombres? ¿Mujeres? No necesitan hablar para estar atrapados en un discurso: son hechos de discurso. “Es en un discurso donde los entes hombres y mujeres naturales (si así puede decirse) tienen que hacerse valer en tanto tales” (59). La identificación sexual no consiste en creerse hombre o mujer, se trata de lo que le pasa a cada uno. ¿Qué le pasa a cada uno? Lo que los semblantes le ocasionan. Desde su adolescencia el medieval Bernardo de Claraval padecía deseos y erecciones; siendo Abad dijo “¡Vivir con mujeres y guardar continencia! El prodigio excedería a la resurrección de un muerto”. Se ve, “la escritura se refleja en la palabra” (no en el lenguaje) y por el discurso “da sostén a todos los goces cuya estofa confina en el sufrimiento” (60).
LO FEMENINO Y LAS MUJERES
¿Quiénes sino ellas pueden ser “sensibles al espacio del no es eso” que sólo se abre si resuena en los bordes de la palabra lo que no puede decirse con palabras? Son recomendables los poemas de Hadewijch d’Anvers (61). ¿Quiénes son “ellas” sino las que se dicen mujeres? Oscar Masotta citaba un proverbio chino: “la mujer es recóndita como el pez que traza su camino en el agua”. Es la femineidad que los poetas llamaron el eterno femenino, el continente negro, la tierra incógnita, y mucho más. Espejismos de Eros, falso Uno, donde Freud leía la aspiración a la fusión amorosa. ¿Quién está libre de aspirar a la Verdad, el Bien y la Belleza, o de buscar al Hombre o a La mujer? Parece cosa del pasado, se guarda en los pliegues de la subjetividad o en las afueras del fantasma inconsciente, se oculta debajo de los feminismos reducidos a demandas de reivindicación. No se percibe que los feminismos que así se reducen (los hay más lúcidos) alejan a las mujeres de una palabra verdadera y las dejan a expensas de sus fantasías –nunca ajenas al fantasma inconsciente– en los lazos de amor.
En el Seminario 19 Lacan inventaba el verbo: unegar (62). El lenguaje pasa de lo uniano (63) sostenido por el mito del Padre, a unegar. Con el universal de las mujeres se uniega que ellas son una por una; una analizante unegaba en su ideal del amor perfecto sus fracasos amorosos. Este es el falso Uno de Eros, dirá Lacan, el esférico, el de los desastres del amor, a menos que entremos en la zona mística a-sexual del eterno amor divino. Si del goce se trata, “las jaculaciones de los místicos son lo mejor que hay para leer”, dice Lacan. En latín, jaculatio es lanzamiento; el dardo (iaculum) atraviesa y hiere. Exclama Hadewijch d’Anvers: … he soñado morir/ desde que Amor muy dentro me ha herido/… el amor vive de muchas muertes que yo soporto/… Desgracia y felicidad, pena y dulzura (64). (Resonancias que alcanzarán otra dit mansión en la gran Mística española del Siglo de oro).
Pero lo femenino de Lacan finalmente nada tiene que ver con el género femenino, sino con el Otro goce (65). El recorrido de Lacan no se detiene en Aún, donde el goce femenino es el que callan las mujeres… las que lo sienten. Aclarado que la diferencia sexual no se explica con algún significante del Otro simbólico, M. Bassols halla en la enseñanza de Lacan la idea (difícil) de lo femenino neutro y a-sexuado. “Desde la perspectiva del inconsciente no hay diferencia sexual. La sexualidad es la diferencia entendida como alteridad del goce del cuerpo” (66). Y continúa: el psicoanálisis debe hacer escuchar esta dimensión de lo femenino como alteridad radical, sin Otro del Otro, “una concepción de lo femenino que no se define de ningún modo en relación a lo masculino”. Lo femenino como alteridad lleva a la alteridad absoluta del goce de uno solo, hombre o mujer, sin simetría ni reciprocidad pues es un goce siempre Otro, extraño para el propio sujeto. En Aún este goce Otro hace una ardua travesía en aguas inquietas. Es el atractivo de este Seminario, con sus artilugios lógicos, sus énfasis, torsiones, ironías o tropiezos, y el instante incomparable de los puntos de certeza donde Lacan anuda y nos deslumbra.
EL ATOLONDRADICHO (1972)
Se ven los tropiezos y las paradojas que el discurso común teje y desteje con los hilos del amor, el odio y la ignorancia. Dice Lacan, “los hechos de los que les hablo son hechos de un discurso cuya salida buscamos en el análisis, ¿en nombre de qué?, de dejar plantados a los demás discursos” (67). Aún no se deja apaciguar. De una a otra clase, en las vueltas dichas se pierde el hilo y se vuelve a encontrar, y entretanto van apareciendo las trazas firmes del decir de Lacan. En la clase del 10/4/73, Lacan invitaba a leer un hermético texto: El atolondradicho, o El aturdicho; este escrito palpita en Aún. A l’etourdi, el atolondrado, el aturdido, Lacan le agrega la “t” del dicho (dit). También casi se lee ahí le tour (68) dit; los discursos giran y giran, lo que de ahí cae es lo incifrable. “Para que un dicho sea verdadero todavía hace falta que se diga, que decir haya” (69). La formalización lacaniana abandona la visión cerrada del mundo aristotélico, tanto como agujerea la opacidad de la ciencia contemporánea.
UN EXTRAORDINARIO EPÍLOGO
En el epílogo que Lacan agregó en 1973 a su Seminario de 1964 (70) se muestra bien el vuelco de su enseñanza. Recomienda tomar en cuenta la función de lo escrito “donde se gana con el bricolaje” (el arte de servirse de los materiales más diversos para una creación impredecible). Lacan dice: “Joyce introdujo (o mejor dicho intradujo) lo escrito como no-para-leerlo”. Y más adelante: el analista “porfiado” que quiere escuchar hasta no tenerse en pie, se sobresalta cuando descubre que no se lee en lo que dicen las palabras. La función de lo escrito traza “la vía férrea” donde el objeto a es el riel; por él los goces pasan a nuestras vidas, las llevan, para bien o para mal.
Desde los años sesenta irrumpía en la Europa destruida y reconstruida la llamada posmodernidad; la legitimación del saber científico se planteaba en nuevos términos. La mecánica cuántica y la física atómica habían abierto el campo de lo impredecible y de lo imposible de medir. El antes citado René Thom, incluía en el lenguaje matemático las discontinuidades, la inestabilidad de un sistema, lo indecidible, ¡el bricolaje! “El carácter más o menos determinado de un proceso es determinado por el estado local de ese proceso”; solo hay islotes de determinismo y la invención del bricoleur. Lacan no fue ajeno a los tiempos; aprendió de las psicosis, que a su vez le exigieron aprender de la ciencia. La práctica analítica debió sortear el inconsciente palabrero, cernir su propio real (que no es el de la ciencia), alcanzar la singularidad del ser que habla cuya libertad se anuda a la ética de las consecuencias. Del primer estructuralismo a las topologías de superficie, más tarde al matema y por fin a la topología de los nudos, Lacan no cesaba de atraer al discurso analítico a la función de lo escrito.
1- Agradezco a Cristina Sardoy la siguiente precisión: Encore tiene en francés una diversidad de significaciones. Puede funcionar para señalar la persistencia de una acción o de un estado: “Todavía” o “Aún”. Pero también como adverbio de repetición o intensificación, y en español sería “más”, “una vez más”, “otra vez”, “de nuevo”, “otro”, “además”, “encima”,