Nakerland. Maite Ruiz Ocaña

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Nakerland - Maite Ruiz Ocaña

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decir que se la han llevado al Hospital Saint Louis.

      —Gracias, agente —le dijo Sack desconcertado.

      Sack volvió corriendo de nuevo a su casa para contárselo a su madre.

      De pronto se dio cuenta de que se había olvidado de coger un paraguas, aunque ya poco importaba, estaba totalmente empapado. El pelo le caía y se le pegaba a los lados de la cara y, mezclado con la suciedad, le daba un aspecto bastante poco atractivo, como si hubiese estado en un campo de entrenamiento del ejército. Los pantalones y la camiseta se habían convertido en su segunda piel, y los zapatos eran como balsas en medio de un océano picado.

      —¡Mamá! —gritó Sack nada más entrar por la puerta de casa—. ¡Mamá! —volvió a gritar con angustia.

      Entonces su madre apareció bajando las escaleras corriendo al mismo tiempo que se intentaba poner una chaqueta.

      —¿Dónde está tu hermana? —dijo casi gritando de desesperación.

      —Se la han llevado al Hospital Saint Louis. Me ha dicho el policía que no sabía por qué. Pero ella estaba bien cuando la dejé allí —dijo Sack de carrerilla.

      —Vamos a buscarla ya.

      Sack subió en una exhalación a cambiarse de ropa, mientras Mariah cogía las llaves del coche, el móvil y un paraguas.

      —¿Por qué la has dejado sola? —dijo Mariah a su hijo más preocupada que enfadada.

      —Mamá, no pensaba que le pudiese pasar algo. Solo iba a ser un momento, mientras iba a casa a llamar por teléfono. Estaba todo bien cuando me fui —dijo Sack entre sollozos.

      Los dos se quedaron en silencio el resto del camino hasta que llegaron al Hospital. Sack miraba por la ventana con lágrimas en los ojos pensando en que algo malo le hubiese podido pasar a su hermana. Mientras, Mariah conducía lo más rápido que podía entre el tráfico y la lluvia que no dejaba de caer.

      Aparcaron el coche en el parking que tenía el Hospital y cuando por fin entraron, los dos se dirigieron corriendo a la ventanilla de información. Una enfermera bastante mayor y entrada en carnes les miró por encima de sus gafas puntiagudas, que llevaba enganchadas a una cadena metálica que colgaba de su cuello y que debía de ser del siglo pasado.

      —Disculpe. Venimos buscando a mi hija. Se llama Sarah y tiene trece años. —Fue lo primero que pudo decir Mariah entrecortadamente.

      La enfermera, sin dejar de mirar por encima de sus gafas, puso cara de medio guasa antes de contestar de manera poco apropiada.

      —Señora, como no me dé más información poco puedo ayudarla. —Y se calló en seco, con esa cara de pocos amigos y de pocas ganas de trabajar y ayudar.

      —Mire, se ha producido un accidente entre un camión y un coche de policía. Mi hija se encontraba allí cuando sucedió. Ella simplemente esperaba a que llegase ayuda, pero cuando hemos vuelto a recogerla ¡ya no estaba!

      La enfermera se quedó callada por un momento, que a Sack y a su madre les pareció una eternidad. Pero habría sido mejor que hubiese mantenido el pico cerrado.

      —¿¡Y cómo es que dejó a su hija sola….!? —A la enfermera no le dio tiempo a terminar porque Mariah se había abalanzado sobre el mostrador, quedando a un palmo de la cara de aquella estúpida enfermera.

      —¡Dígame usted quién se cree que es para decirme lo que tengo o no tengo que hacer con mi hija y menos sin saber lo que ha pasado! Así que, por favor, dedíquese a lo que tiene que hacer que es buscar a mi hija, que para eso le pagan.

      A la enfermera ni le cambió el gesto de la cara después de la parrafada que le soltó la madre de Sack, pero sí sirvió para que se pusiese a buscarla en su ordenador entre la lista de ingresados por Urgencias.

      —Aparecen aquí tres hombres y una niña que han entrado por Urgencias hará cosa de media hora. Urgencias está… —La enfermera se quedó con la palabra en la boca porque Mariah y Sack salieron corriendo en dirección a Urgencias. Ya conocían bien ese hospital, habían tenido que llevar a Mariah esos últimos años en varias ocasiones.

      Se acercaron al primer celador que encontraron para preguntarle.

      —Perdone, veníamos buscando a una niña que acaba de entrar por Urgencias con otros tres hombres, dos de ellos policías, heridos en un accidente de tráfico, hace cosa de media hora. —Ahora las palabras le salían con facilidad a la madre de Sack. Parece que la discusión con la enfermera la había ayudado a despejarse.

      —Sí, les están atendiendo en este momento. Si pueden esperar un momento enseguida les informo —contestó el celador muy amablemente.

      Mariah no paraba de ir de arriba para abajo, nerviosa, tocándose las uñas y con esa cara de preocupación que solo las madres saben poner. No es que Sack no estuviese nervioso pero estaba convencido de que nada malo le había podido pasar a su hermana. Él la había dejado en perfecto estado cuando salió corriendo en busca de ayuda. Pero seguía sin entender qué había sucedido para que hubiesen tenido que llevar a su hermana al hospital y la hubiesen tenido que meter en Urgencias.

      La espera no fue larga, aunque a Mariah le pareció que había pasado toda una vida. El celador se acercó a ellos con una cara indescifrable.

      —Imagino que usted debe de ser la madre de Sarah Williams, ¿me equivoco? —preguntó el celador a Mariah.

      —Sí, soy yo. ¿Está bien mi hija? ¿Le ha ocurrido algo? —Mariah ya no podía soportar ni un segundo más de espera para saber qué le había sucedido a su hija. Estaba a punto de desmayarse con tanta tensión.

      —Su hija se encuentra estable. Podrán pasar a verla en poco tiempo —contestó el celador con cara inexpresiva pero amable.

      —Pero ¿qué es lo que le ha pasado? —Ni Sack ni Mariah podían imaginar qué le había ocurrido.

      —Su hija ha sufrido un fuerte ataque de asma. La encontraron inconsciente cuando llegaron los policías y la ambulancia al lugar de los hechos.

      Sack abrió tanto los ojos al escuchar esas palabras que casi se le salen de las cuencas. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?, su hermana estaba muerta de miedo cuando la dejó, incluso podría no haber puesto objeción a quedarse sola porque no tenía ni fuerzas para hablar. ¡Oh no!, la culpa había sido solo suya, ¿por qué la habría dejado sola?

      —Quiero ver ya a mi hija, por favor —dijo ya sin fuerzas Mariah, un poco más tranquila sabiendo que se encontraba bien.

      —Tendrá que esperar un poco, señora. Pero no se preocupe, que su hija está bien. En cuanto puedan entrar a verla, yo mismo se lo comunicaré.

      Mientras esperaban a que les avisasen para poder ver a Sarah, Sack no paraba de pensar en lo mal hermano que había sido dejando a su hermana sola, ¿cómo podía haber sido tan irresponsable?

      Después de aproximadamente media hora, el celador apareció en la sala donde se encontraban madre e hijo esperando, desesperados, el momento de poder ver a Sarah.

      —Acompáñenme, por favor. —Al celador no le hizo falta decir nada más porque Sack y Mariah ya estaban de pie a su lado siguiéndole de cerca a cada paso que daba.

      Sarah

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