Coaching para coaches. Leonardo Wolk
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Este vacío es reparado más tarde con el amor de aquellos que me leen o me escuchan, me escriben y comparten conmigo sus gratitudes, sus aprendizajes, sus sensaciones de que en la lectura caminamos juntos compartiendo un diálogo y un encuentro.
Fue a partir de esas conversaciones y de otras que suelo mantener con mis pacientes, alumnos y coacheados de donde surgió la idea de comenzar a concebir otro hijo en forma de texto.
Fueron tus interrogantes, tus dudas, tus temores, tus confesiones, las que actuaron en mí como origen del proceso creador de esta obra. Fueron esos los desafíos que invitándome a la reflexión soplaron mis brasas y me motivaron a iniciar otra travesía.
Con-versar es “dar vueltas juntos”, y en este nuevo trayecto volveremos a entablar un diálogo intentando dar alguna respuesta a esas, tus inquietudes.
Fue en mi adolescencia, mientras cursaba el bachillerato, cuando se despertó mi vocación, en buena medida gracias a una profesora de psicología, quien me sugirió la lectura de algunos textos. Años después, cuando me gradué como psicólogo (en 1973), me encontré con un título en la mano, un corazón entusiasmado y un temor desesperante.
Ahí estaba yo con un sueño realizado, con toda la pasión, pero también con una gran carencia: no tenía experiencia. Durante la carrera en la Facultad de Filosofía y Letras (allí se cursaba Psicología en aquellos tempranos tiempos) no había visto ni mucho menos atendido a un paciente; la “experiencia” había sido el role playing de entrevistas de admisión, lecturas de casos clínicos y mi propia terapia. No había pasantías ni residencias.
Mi interés –además de mi tozudez taurina– había hecho que aún antes de mi graduación, ya avanzado en mis estudios y con la ayuda de mi hermana médica, ingresara en el Hospital Rawson como auxiliar en el área de atención psicológica del Centro de Adolescencia. Fue allí, participando como observador de todo lo que podía, donde comencé a satisfacer mi voracidad de aprendizaje.
Luego vendrían la graduación, la práctica hospitalaria, los cursos de postgrado, las especializaciones, los talleres, jornadas y congresos.
La responsabilidad que sentía era enorme y aun con el miedo del joven profesional inexperto pude hacerlo.
Como te conté en mi segundo libro (Wolk, 2007), siendo un joven recién graduado y preocupado por mi futuro en relación con el ejercicio profesional, consulté el I Ching1 preguntando si tendría éxito. Fue enorme mi sorpresa cuando la respuesta me sugería que emprendiera la búsqueda de un maestro experto. Para ello previamente debería reconocer con modestia mi inexperiencia y ser perseverante en el aprendizaje hasta apropiarme del saber.
Ya entonces el texto me anticipaba el camino del aprendizaje. ¡Buscar al maestro!
¿Dónde?; ¿quién?... Cualquiera, en todo lugar; en las personas y en la naturaleza; también me han enseñado los perros y las plantas. El aprendizaje no dependía del otro sino de mis ganas de aprender, y para ello debía encontrar al aprendiz humilde en mi interior.
Busqué los maestros y entonces aprendí que, sin duda, más allá de todo valioso aprendizaje académico, los más maravillosos y espectaculares espacios de aprendizaje fueron para mí la supervisión, mi propio proceso de análisis y la experiencia.
La supervisión era el espacio de confianza adonde podía llevar mi vergüenza, mis temores y mis dudas, sin miedo y sin pudor. Tuve que enfrentar mi arrogancia para darle a un otro la autoridad de enseñarme para continuar aprendiendo.
Hoy, sigo estando con la mente del aprendiz, aunque otros me honren considerándome su maestro.
Hoy, son otros los “Leonardo” entusiasmados, pero asustados de que, a pesar de haber certificado como coaches, necesitan y desean continuar aprendiendo.
Son ellos los que hoy, con un certificado en las manos, el corazón apasionado y un temor desesperante me preguntan “¿Y ahora qué?”, “No me siento competente, ¿cómo continúo mi aprendizaje?”.
Alguna vez, hace tiempo yo estuve en tus zapatos de recién graduado. Sintiendo lo mismo y preguntándome las mismas cosas.
[...] Un hombre de conocimiento es alguien que ha seguido de verdad las penurias de aprender.
¿Puede cualquiera ser un hombre de conocimiento?
No, no cualquiera.
Entonces, ¿qué debe hacer un hombre para volverse hombre de conocimiento?
Debe desafiar y vencer a sus cuatro enemigos naturales
... Titubeó un rato, pero luego comenzó a hablar.
–Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es deficiente; su intención vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender.
“Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Y sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía. Y así se comienza a tener miedo. El conocimiento no es nunca lo que uno se espera. Cada paso del aprendizaje es un atolladero, y el miedo que el hombre experimenta empieza a crecer sin misericordia, sin ceder. Su propósito se convierte en un campo de batalla.
“Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo! Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto a cada recodo del camino, acechando, esperando. Y si el hombre, aterrado en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a la búsqueda.”
–¿Qué le pasa al hombre si corre por miedo?
–Nada le pasa, solo que jamás aprenderá. Nunca llegará a ser hombre de conocimiento. Llegará a ser un maleante, o un cobarde cualquiera, un hombre inofensivo, asustado; de cualquier modo, será un hombre vencido. Su primer enemigo habrá puesto fin a sus ansias.
–¿Y qué puede hacer para superar el miedo?
–La respuesta es muy sencilla. No debe correr. Debe desafiar su miedo, y pese a él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. ¡Esa es la regla! Y llega el momento en que su primer enemigo se retira. El hombre empieza a sentirse seguro de sí. Su propósito se fortalece. Aprender no es ya una tarea aterradora.
Carlos Castaneda
Las enseñanzas de Don Juan
Desafía tu miedo… ¡no te detengas! ¡Esa es la regla!
Busca tu maestro. Ejercita y supervisa. Es una travesía sin final.
Mi avidez por el conocimiento sigue en pie a pesar del tiempo y la experiencia transcurridos. Soy discípulo de otros maestros, aunque esencialmente, es la vida la que me enseña.
Siento fascinación por las palabras, tengo una maravillosa biblioteca y, entre otros, muchos libros que hablan acerca de la “muerte del padre” y de la elaboración de los duelos; atendí a muchas personas en procesos