Incidencias clínicas de la carencia paterna. Gustavo Stiglitz

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Incidencias clínicas de la carencia paterna - Gustavo Stiglitz

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a este seminario, en “RSI” (1974-75) había manifestado la idea de un inconsciente real (9) y, en “Televisión”, evocado cierta extrañeza del término freudiano.

      El inconsciente entonces, no puede ser supuesto sin la función paterna, sea ésta la operatoria de una metáfora y su efecto de significación (fálica), sea bajo los efectos de la forclusión del significante Nombre-del-Padre y sus manifestaciones clínicas (sujeto “mártir del inconsciente”).

      Ahora bien, luego de este rodeo y habiendo tapizado de advertencias nuestro escrito, veamos qué puede aportarnos la enseñanza de Lacan para la lectura de las “subjetividades marginales”.

      Para M. H. Brousse, este nombrar para es atribuido a la madre como la fórmula del superyó moderno. Un superyó, que está más en sintonía con un modo inflexible de gozar que con un deseo singular, homogéneo a su vez con ciertos imperativos de la época. El resultado de esto será un orden más rígido que el del Nombre-del-Padre, frente al cual la psicosis mostrará un comportamiento “súper-social”. De esta formulación nos interesa el hecho que venimos destacando desde publicaciones anteriores (Los descarriados… 2010) y es que no es reductible únicamente a la estructura psicótica. En ese conocido pasaje, Lacan va a articular el Nombre-del-Padre al amor, la madre a la voz en la que habla y que acuña el Nombre-del-Padre como “no del padre” (fundamento de la negación). Cuando ella se basta para designar su proyecto, su trazado, su camino se la ve despuntar en un nuevo orden que Lacan llama de hierro. Ese orden de hierro es lo que viene a sustituir el orden simbólico del Padre, bajo un nombrar para que significa el signo de una “degeneración catastrófica”. Un deseo congelado en un proyecto, dice Nieves Soria, un nuevo tipo de ser hablante, un no incauto.

      El deseo de la madre que está allí para dar su trazado, no da como resultado un sujeto deseante sino más bien alguien sujetado a un goce imperativo (un ″sujeto del goce”, según el sintagma utilizado fugazmente por Lacan en el año ‘66), al fin y al cabo, un “orden de hierro”. No es alguien que va en zigzag, bajo la forma de la ley del deseo, la del Nombre-del-Padre. (Es sabido que aquél que nombra –el padre del nombre–, el que da nombre a las cosas, está en la dimensión metonímica del deseo. A punto tal que es siempre un nombre desplazado, ágil, analizable y por ende, siempre puede ser otra cosa). Su antítesis es esa forma inflexible de nominación que Lacan caracteriza aquí como un ″nombrar para” [nommer á]. Esto marca un trazado implacable, un destino, un fatuum. No es muy extraño ver que hay sujetos que evitan la errancia encauzados hacia lo peor. Aquí el término “degeneración catastrófica” no parece ser caprichoso sino más bien ineluctable.

      …pero no del síntoma

      En un orden similar, pero no idéntico, hay individuos que acuden a las consultas sin una demanda, bajo formas infranqueables de la angustia y, en variadas circunstancias, sin siquiera expresar un aspecto del malestar que aspire hacia alguna búsqueda de sentido. Se abre aquí una extraordinaria paradoja: el inicio del tratamiento no es por el comienzo sino por el final, pues si no se trata de un destino ineluctable se trata del síntoma como solución, como incurable. Vaciado de sentido y distanciado del Otro, el sujeto puede tener una chance que no sea la verdad mentirosa sino el saber-hacer-con eso incurable.

      Veamos una secuencia dentro de un caso. Un hombre me llama para solicitarme un horario para empezar un análisis. Viene recomendado por una mujer que veo hace un tiempo. Acordamos una cita y, sin poder decir en la realidad efectiva quién de los dos equivocó el horario (da lo mismo al fin y al cabo se trata de los efectos de eso), me envía un mensaje diciendo que estuvo esperando un rato y se fue. Lo llamo para darle un nuevo turno y me contesta que “mejor lo dejamos así, no vale la pena empezar de esta forma”. Le contesto que hay un turno para él si es que quiere saber algo de eso y le corto el teléfono. Al cabo de una semana llama para un nuevo horario y decide analizarse.

      Podemos decir que es alguien que empieza por el final y, tan es así, que no es muy diferente ese acto de la forma que fue adquiriendo su síntoma a lo largo de la experiencia del análisis. “Dejar-plantado o aplastado” al otro, tal es la fórmula de un síntoma sin inconsciente, que asume un saber-hacer en un plantarse en la vida.

      Trocamos entonces el sentido por el sinsentido, la terapéutica por lo incurable y nos queda la política del síntoma. Nuestra hipótesis es que la revocatoria del sujeto del inconsciente no implica la desaparición del psicoanálisis, muy por el contrario es la orientación que imprime Jacques Lacan en el Seminario El sinthome, con Joyce en tanto “desabonado del inconsciente”.

      Entstellung, cambiemos las cosas de lugar, según del decir de Freud, pero sin el síntoma no habría práctica posible.

      1- Lacan, J., “Del sujeto por fin cuestionado”, Escritos 2, Paidós, Buenos Aires, 2008.

      2- Vaschetto, E. (comp.), Psicosis actuales. Hacia un programa de investigación acerca de las psicosis ordinarias, Grama, Buenos Aires, 2008.

      3- Laplantine, F., Antropología de la enfermedad, Del Sol, Buenos Aires, 1999, p. 319.

      

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