Incidencias clínicas de la carencia paterna. Gustavo Stiglitz
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Hay un punto en que el binarismo, como el destino, nos encuentra. Y desbarata la ilusión narcisista de construir la torre de la lengua perfecta, libre de diferencias, de las servidumbres del sexo y la muerte a las que nos somete la castración. La fatalidad del binarismo se hace presente incluso al final de la enseñanza de Lacan en un punto central: cuando afirma que hay que ser hereje de la buena manera. Y eso significa que hay una mala manera de serlo. ¿Qué quiere decir eso? Exactamente eso. Contra la máxima del “nuevo orden simbólico” que dice que todo es igual, nada es mejor, hay una ética del psicoanálisis que establece la posibilidad de que alguien, cualquiera, sea culpable respecto del deseo que lo habita. No da todo lo mismo. No hay ningún aplanamiento, porque el aplanamiento es un espejismo narcisista que la enfermedad de lo simbólico genera. Por el contrario, es lo real lo que nos confronta con el relieve. Y como en el amor, lo relevante empieza con un nombre.
La época está dominada por los ideales de la evolución y el progreso. Que estemos a su altura no nos obliga a conformarnos a ella. Martin Buber opone a esos dos imperativos la noción de renovación. Ella supone un acontecimiento radical, no paulatino, pero impensable sin una tradición. Porque la renovación es la renovación de algo. Y es nuestro deber dejarnos encontrar por ella. Tal vez la psicosis da testimonio, como ninguna otra posición, de la posibilidad de renovación. Por eso Freud dijo que una conducta “sana” debía compartir con la psicosis –justamente con ella– algo de ese esfuerzo. Seguramente no de la misma manera. Si no, Lacan no hubiese dicho que “la psicosis es una lástima para el psicótico”. Por cierto, de la neurosis podemos decir lo mismo.
Bibliografía
Borges, J. L., El aprendizaje del escritor, Sudamericana, Buenos Aires, 2014.
Buber, M., Ocho discursos sobre el judaísmo, Trotta, Madrid, 2018.
Freud, S., Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1973.
Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthoma, Paidós, Buenos Aires, 2006.
Miller, J.-A., El ultimísimo Lacan, Paidós, Buenos Aires, 2013.
Rabinovich, D., Una clínica de la pulsión: las impulsiones, Manantial, Buenos Aires, 1989.
Winnicott, D.W., El gesto espontáneo, Paidós, Buenos Aires, 1990.
¿Cómo incide la decadencia del padre en las nuevas presentaciones clínicas?
Entstellung Emilio Vaschetto
Desde hace un tiempo nos hemos dedicado a investigar aquellos casos –cada vez más frecuentes– que acuden a nuestros consultorios y cuya impresión es que no quieren nada. Sujetos que van de aquí para allá y su posición es una nada. Su destino parece ser el extravío y, del mismo modo, erran de tratamiento en tratamiento, de psiquiatra en psicólogo, de psicólogo en psiquiatra, de lo público a lo privado. Son los que salen con su balsa, sencillamente… a naufragar.
Si el psicoanálisis ha demostrado ser un discurso efectivo en la cultura es porque ha sabido captar en las “venas de la subjetividad marginal, un deseo”. (1) Un deseo que hoy no está particularmente atravesado por la tragedia sino por el hallazgo, el encuentro, el cruce con ciertas invenciones sintomáticas. Nuestro interés estará depositado, entonces, en aquellos sujetos que no ingresan en el discurso-de-uso-corriente, en el piloto automático de la profesión, sino en los que tienen la virtud de interrogar fuertemente nuestra práctica.
No está garantizado el porvenir del inconsciente porque tampoco es seguro la persistencia del sujeto que se efectúa en su decir. Asistimos hoy en día a una revocatoria cada vez más acentuada del sujeto del inconsciente. Lo que hace que debamos replantearnos la pertinencia de nuestro discurso, si es que logramos estar a la altura de leer el malestar en la cultura actual.
Norma mala
Nos preguntamos una y otra vez de qué se tratan las patologías actuales. En algún momento las psicosis actuales (2), pero también las neurosis o las formas transicionales o difusas. ¿Qué estatuto poseen las formas actuales de sufrimiento? Aún en la medicina no se desconoce el tiempo en el que las manifestaciones del enfermar, la forma a la que arriba el hombre enfermo, está teñida de formas difusas de la sintomatología. “El terapeuta se enfrenta entonces con una demanda a la que ya no corresponde una unidad semántica clara y distinta, un requerimiento que sobrepasa el estricto marco universitario de reparación y para la cual el tratamiento se revela a menudo impotente”. (3)
La brújula, el gnomon, el eje organizador de las categorías y los tipos clínicos está evidentemente puesto en cuestión. Es una de las maneras de hablar de la ″evaporación del padre” (si tomamos el decir de Lacan en Milán). Pero también podríamos enunciar que si la norma (nor-male, dice Lacan jugando, en “L’etourdit”, homofónicamente entre norma macho y norma mala) está subvertida, si el patrón está esmerilado, resulta una tarea infértil pensar en términos de enfermedad, de trastornos o de psicopatología. Con mayor razón hablemos, según la frase acuñada en el escrito “Variantes de la cura tipo”, de “subjetividades marginales”.
Vivimos un tiempo de transformaciones antropológicas en donde, evidentemente, las coordenadas del Otro y sus condiciones de humanidad han ido variando. Verbigracia, la dimensión de sujeto del inconsciente se ha transformado. Si es que consideramos que el inconsciente no posee un estatuto óntico sino ético, la noción de sujeto que es correlativa de este también ha mutado. Podemos incluso ir más allá y decir que, en muchos casos, lo que observamos (escuchamos) son manifestaciones palmarias del rechazo del inconsciente con una consecuente revocatoria del sujeto del significante. ¿Esto hace inviable el psicoanálisis? ¿Esto anula la posibilidad de la experiencia analítica?
Decir revocatoria del sujeto del inconsciente, rechazo del inconsciente no es decir rechazo del psicoanálisis.
La respuesta podemos encontrarla en Lacan mismo, cuando define que “el psicoanalista forma parte del concepto de inconsciente”, instaurando las condiciones de operatividad del psicoanálisis. ¿Y si hay rechazo? Pues también incluimos al analista formando parte del rechazo del concepto. (4)
En este sentido, el sujeto moderno no es el de la tragedia, no es el del Edipo ni tampoco el sujeto enfermo; es más bien el portador de una pregunta –según dice Regnault (5)–, o más aún, es aquél que se encuentra en estado de sufrimiento respecto a las normas. (6)
No es algo absolutamente novedoso. Ya Lacan en el Seminario 3, al hablar de las identificaciones conformistas en la psicosis, hace extensivo este mecanismo aludiendo a la forma precaria y limitada en la que se sostiene “el mundillo de los hombrecitos solitarios de la multitud moderna”. (7) Pues bien, se trata de eso, de un interrogante no clínico sino más bien “posclínico”, en el sentido de entender qué sostiene a alguien en el mundo. Es una interpelación, dado la altura de la enseñanza de Lacan (años 55-56), que proviene del futuro. ¿Qué sostiene a un sujeto sin Otro?
Prescindir del inconsciente…
En el Seminario 23, El sinthome, Jacques Lacan acentúa la posición enunciada más arriba, evocando que si la hipótesis del inconsciente se sostiene es porque en algún lado se supone el