Harmonía. Ariadna Queen
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--Llevó prisa Lila. ¡Adiós! --Así sin más apresuró la marcha y le pasó por el costado casi sin mirar a su hija.
-- ¿Madre quieres que te muestre los avances de esta semana? --habló como si no hubiera sucedido nada.
--Lila lo lamento tanto, voy atrasada a mi cita en Gloséis --se levantó y salió casi al trote --solo te pido que cambies el color de tu pelo, no comprendo porque usas ese platinado espantoso que te has hecho, mucho menos ese color de ojos. ¿Realmente quieres quedar así en todas las fotos?
La joven ni se inmutó, para ella era normal que su madre la criticara o la dejara con la palabra en la boca solo para salir corriendo a sus citas en numerosos centros de belleza. Inclusive a su manera era todo un logro. Sabía que su color de pelo no era rubio y que sus ojos no eran marrones, de hecho, Lila era una muchacha preciosa con unos hermosos ojos verdes, pelo oscuro que resaltaban su tez blanca.
Últimamente buscaba insertarse en el mundo del arte a través de la pintura artística. Tenía talento natural y desde pequeña asistía a los mejores maestros, seguramente si Da Vinci estuviera vivo el Sr. Prescott habría intentado contratarlo de tutor, pero así y todo era un poco sosa a los ojos de su entorno. Sus padres pensaban que le faltaba ese algo que no se explica y no se enseña, pero que cuando no está, se nota.
De ninguna manera la joven era antipática o desagradable, por el contrario, era la típica princesa de cuento, hermosa, delicada, culta, refinada, pero, aun así, para Los Sres. Prescott a ella le faltaba esa chispa interior que da la vida. En algún momento Lila estuvo preocupada hasta intentó pertenecer al mundo que le había tocado por nacimiento, pero era completamente opuesta a su sociedad, a su círculo, a toda su familia. Desentonaba de tal manera que hacía sentir incómodos a todos, pero desde luego que la primera incómoda era sin duda ella. La joven además de hermosa era de lo más inteligente y sagaz, así que para evitarse discusiones sin sentido pretendió hacer el papel de «sosa», al menos hasta lograr su independencia económica.
Su terapeuta había intentado convencerla de que eran ideas de la muchacha «solo tu manera de percibir el mundo», cosa que este sostuvo por años; lógico desde su perspectiva. Nadie en su sano juicio se incluiría en la lista negra de la familia Prescott. Un error de esos puede que te cueste la vida, no se le escapaba que su predecesor había tenido un curioso accidente automovilístico justo cuando le había aconsejado a Lila montar su propio emprendimiento para independizarse y pedirle a su padre un significativo porcentaje a cuenta de sus futuras empresas. La pobre Lila se lo había contado como si fuera una coincidencia cuando alguien con una mirada un poco más crítica podía notar que todo alrededor de esa familia era curiosas y mortales «coincidencias», desde luego Lila con el tiempo lo entendió mejor que nadie.
Lila no estaba equivocada, sus padres la ignoraban como se ignora a una planta, de hecho, su madre prestaba más atención a sus orquídeas que a ella. Eso sí, en esto se habían puesto de acuerdo, ninguno de los dos estaba interesado en mostrarle el más mínimo afecto. La rodeaban de lujos y regalos solo para no darle un abrazo o destinarle más de un minuto en una conversación. Así había sido desde pequeña. Patrick Prescott la utilizaba como pantalla, solo hablaba de que le había comprado esto, que le había regalado lo otro. Lo que fuera para darle envidia a los que lo rodeaban y especialmente «blanquear» algunos de los fabulosos fondos ilícitos que se le antojaba mostrar con insólitos lujos.
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