Harmonía. Ariadna Queen

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Harmonía - Ariadna Queen

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tan rápido jovencita, hemos hecho un acuerdo es correcto, pero jamás hemos puesto una fecha y yo decidiré cuándo y cómo ¿está claro?

      --Cinco años le parece poco Lupus, porque a mí me parece toda una vida y usted sabe mejor que nadie que ya es hora. Necesito que me deje libre, ya ni sé quién soy.

      --Me preocupa su seguridad y sobre todo hasta donde llegan los hilos de este entramado caso. Ahora lo importante es saber cuánta información se ha fugado, ¿qué tiene que ver Prescott con esto? Pienso lo mismo que usted, el jefe no está implicado en esta maniobra, pero hasta no tener más precisiones lo mejor es apartarlo y que el capitán Harsh haga su trabajo. Ambos lo conocemos muy bien y tenía que ser de una manera espectacular, es más usted y yo sabemos que a esta altura ya debe estar intentando ingresar de nuevo al edificio.

      --Lo sé, lo conocemos muy bien y por eso hice todo esto. Ahora, ¿si el jefe está suspendido durante toda una semana y solo usted y él tienen acceso a abrir esta puerta? --la joven hizo una pausa y aprovecho para recomponerse, no hacía falta escuchar a Lupus porque ya sabía de sobra lo que le iba a decir.

      --No voy a mentirle. Creo que lo mejor será que usted no aparezca en toda la semana tampoco, diré que la he suspendido y nadie sospechará nada, lo lamento.

      El hombre se incorporó lentamente y le hizo una mínima reverencia, ni bien traspasó la puerta, esta se cerró rápidamente. Se escucharon trabar los cerrojos y una serie de engranajes hasta que sonó el último clic que marcaba el cierre definitivo hasta que un oficial de rango máximo no volviera a abrir ese cuarto.

      Lupus acomodó prolijamente los documentos que le entregó Ámbar y se dirigió hacia la oficina vidriada, una vez allí se aseguró que estaba solo y que nadie pudiera escucharlo y comenzó a grabar un mensaje.

      --No me preguntes cómo, pero te descubrió. Pasamos a plan Ghost, te doy una semana de ventaja. No intentes contactarme.

      En el cuarto Ámbar volvió a sentirse más sola que nunca, estaba agotada, se dirigió a su cama y se acostó así vestida como estaba. Intentó llorar, pero no pudo, ya había llorado demasiado y no tenía más lágrimas.

      Si bien no estaba en una cárcel ordinaria, ella seguía siendo una prisionera. Es cierto, podía salir de su celda y fingir ser una persona normal con sus compañeros, pero ella y el jefe sabían muy bien que era igual que cualquier otro condenado cumpliendo su sentencia. Además, él se lo recordaba cada día con su mirada de odio, nunca podría perdonarla, aun cumpliendo un extraordinario servicio para la organización, aun resolviendo todos los expedientes y atrapando a todos los criminales del planeta, para él siempre sería una deshonra y nunca la aceptaría como parte de su grupo. La muchacha decidió que ya era suficiente por hoy, cerró los ojos y se durmió esperando al menos tener lindos sueños en toda esta semana de soledad.

      Chapter Seis

      4. Sueños de amor

      La brisa otoñal irrumpió suavemente sin pedir permiso en la habitación. Una mezcla de hierbas frescas típica de los Alpes, acompañando el canturreo de los pájaros, habían hecho más ligero el sueño de Lila Prescott.

      Nada como un buen descanso en sábanas de satén con perfume a nuevo. Nada como un cuarto enorme abarrotado de lujos y objetos sin sentido. Nada como un inmenso guardarropa del tamaño de una casa pequeña, lleno de vestidos y zapatos para usar uno distinto cada día del año. Nada como la falta de amor como para ser desdichado aun teniéndolo todo.

      La mansión de los Prescott en Balzers tenía cientos de años, pero siempre lucia de estreno. Se podría decir que el castillo de Vaduz quedaba pequeño y opaco si lo comparabas con ella. Sus pisos y escaleras de mármol brillaban más que la nieve y sus paredes, con apliques de oro, hacían que uno se sintiera transportado a las puertas del Edén. Debía ser ese el efecto que buscaba Patrick Prescott. Esto sin duda era lo más cerca del cielo que iba a poder estar.

      Hacía siglos que su familia se ubicaba entre la de más dinero de todo el mundo según las revistas especializadas en ese tipo de información. Se rumoreaba que tenían abundante dinero desde que se inventó la misma humanidad.

      La dinastía Prescott era reconocida por su astucia en los negocios y sus influencias con las más altas esferas, especialmente en casi toda Europa, pero desde hace unas décadas habían decidido expandirse y pegar el salto hacia la globalidad traspasando todas las fronteras. Con ese fin, habían dejado la tradición familiar y desde hace algunas generaciones habían comenzado a dejar los nombres de sus ancestros para empezar a utilizar algunos otros. Todo era válido para ellos. Era común verlos en eventos internacionales y en fotos junto a reyes y estadistas de primer nivel de todo el planeta. A simple vista eran refinados y encantadores, pero sus métodos eran de manual de mafioso: aprietes, extorsión, asesinatos disfrazados de accidentes. Todo lo que fuese necesario para ir quedándose con los negocios que prosperaban si sus dueños no querían vendérselos. Habían practicado en persona todas las típicas formas de mercado sucio que se conocían, es más, sus asesores no se cansaban de encontrar nuevas formas de dominación y ahogo a sus competidores. Cualquier área le interesaba, bastaba con que generara dinero para querer adueñarse del mercado por completo y se hacían extremadamente fuertes en aquellos países que los dejaban operar libremente.

      En esta familia los negocios solo los manejaban los hombres, por eso Lila nunca fue bien recibida; suena curioso, pero ella era la primera hija mujer en los últimos ciento cincuenta años. Este hecho, entre otros, generó el brutal distanciamiento del matrimonio de los Prescott, Patrick y Anne solo se mantenían juntos por apariencia, solo para darle forma a las fotos y eventos. Puertas adentro, apenas se dirigían la palabra y no solo dormían en cuartos separados, sino que estaban ubicados en alas opuestas de la mansión, eso sí, desayunaban juntos en la sala Jaunes.

      El amplio salón se caracterizaba por tener una mesa para veinte personas, decorada con cortinas en tonalidades amarillo bien claro y siempre con delicadas flores del mismo color, si bien eran sutiles, se podía apreciar la fineza de los tonos dorados. Por costumbre, los Prescott se ubicaban enfrentados en las cabeceras. Al ser tan amplia la mesa, quedaban a suficiente distancia para fingir que no se escuchaban clara y simplemente no se dirigían la palabra.

      --Sr. Prescott ya está su limusina. Cuando usted me lo indique partimos --dijo el chofer privado de Patrick que, a la vez, también le hacía de guardaespaldas y de encubridor de todas sus aventuras amorosas.

      --Nos vamos ahora James. Pasa por mi oficina privada y trae mi abrigo.

      El hombre era uno de los pocos empleados de máxima confianza y el único que tenía acceso a su oficina en la mansión. El Sr. Prescott terminó la frase y se levantó de inmediato depositando su taza de porcelana sobre la pesada mesa de roble.

      Ni esperó a que su esposa terminara su té y se incorporó listo para irse; odiaba el desayuno desde que a su mujer se le había ocurrido empezar a jugar a la pareja que compartía momentos y espacios comunes. Pensó que se le iba a pasar en unos días, como todo lo que emprendía la Sra. Prescott, solo que esta vez lo estaba llevando demasiado lejos, cinco tortuosos y largos meses. No tenía dudas que ella seguramente lo hacía para molestarlo, pero no le iba a dar el brazo a torcer, así que él también podía jugar a ver quién de los dos podía herir más al otro, juego que él ganaba desde hace años.

      -- ¿Por qué no esperas un momento que ya está por bajar Lila? Creo que quería consultarte algo de unos invitados de último momento --la Sra. Prescott encontraba fascinante retener a su marido cuando veía que estaba apurado. No tenía más que hablarle para hacerlo enfadar y esto se había convertido en su pasatiempo favorito.

      --Para

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