Harmonía. Ariadna Queen

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Harmonía - Ariadna Queen

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aquello muy bien, hasta lo soñaba una y otra vez. Justo a la semana de la muerte de su propio jefe en un operativo que salió mal, recibió el ofrecimiento. Un simple llamado, de esos que te cortan la respiración y te hacen pensar en todas las cosas que tienes en la oficina y como ponerlas en una caja para llevártelas a tu casa cuando te despidan. Fue todo un alivio cuando escuchó sobre todo las dos primeras frases de felicitaciones y la propuesta de estar a cargo de la división URA. Una vez que le explicaron qué era y dónde estaba, vino la peor parte, como casi siempre sucede con este tipo de nombramientos, tendría que ceder algo para ser nombrado jefe, solo una exigente condición, aceptar la incorporación de «Ámbar Stone».

      Cómo olvidar aquel día. Cómo olvidar cuando en pocos minutos puedes pasar por casi todas las mezclas de emociones que puede experimentar un ser humano. Primero, sensación de vacío y miedo a quedarse sin trabajo, todo por su maldito carácter; después orgullo por ser reconocido, y siendo más joven, bastante más joven que el promedio de sus colegas; minutos más tarde, sentirse en la gloria por ser «incorruptible, frío y distante». Pero ahora se preguntaba si aquello era un cumplido o una ofensa. Y la cereza del postre, lo que le había generado una ira incontenible, y eso fue la extorsión para aceptar a Stone y el círculo vicioso, el miedo a quedarse sin trabajo por su maldito mal carácter. Sin duda, uno de esos momentos que lo recuerdas de memoria para siempre, pero ahora estaba aquí y a cargo de la vida de su equipo y con las presiones habituales de los burócratas que no saben nada del compromiso de sus hombres, no podía fracasar habiendo llegado tan lejos.

      Chapter Cinco

      3. La agencia

      La jornada continuó normalmente. Un par de bromas ligeras para distenderse de la mañana y del entrenamiento físico. Ya había terminado la exigente jornada de actualización en seguridad informática y quedaba derecho internacional e idiomas continentales por la tarde.

      La unidad especial conocida como «URA» se encontraba en el ala norte de un simple y aburrido edificio de oficinas, moderno pero austero. Completamente aislado del edificio principal, la fachada justa para que nadie pudiera sospechar. Como decían en las clases de metodología en la investigación para novatos:

      «si quieres esconder algo, déjalo bien a la vista de todo el mundo».

      El salón central contaba con la última tecnología, cada uno tenía su lugar, pero nada de teléfonos, ni fijos ni móviles, todos muy bien separados cada uno en su compartimento, lo suficiente distante para que nadie pudiese ver lo que hacía el resto, pero manteniendo contacto visual sobre los hombros. En cambio, el jefe tenía una oficina cómoda con espacio para tres personas, pero él prefería trabajar en soledad.

      Para ingresar al núcleo central primero se tenía que atravesar a los «sabuesos», así era como lo llamaban los miembros de la división. Eran nada menos que dos enormes y entrenados agentes que tenían prohibido hablar con ninguno de ellos. Antes de eso, había que pasar por el local del club de lectura en latín, esa era la pantalla. Una oficina común y corriente, con poca afluencia de personas y con un costo en los talleres descomunal, lo suficiente para que nadie quisiera inscribirse. Desde el exterior solo se veía una puerta, mitad madera, mitad cristal grueso, y en tinte amarronado con para nada delicadas letras «idioma latín» escrito en negro.

      Por donde se lo quisiera mirar era anticuado y con poca iluminación. Si eres aficionado a las emociones desagradables y superabas esa primera prueba, una vez dentro se ponía mucho peor. Allí se encontraban dos malhumorados y pocos sociables agentes en vía de retiro, cursando su último año de trabajo y retirados del servicio activo, generalmente por problemas de salud o de bajos resultados. Su única diversión era maltratar a los pocos valientes que entraban a curiosear. Les encantaba hacer esperar a los clientes unos cuantos minutos antes de comenzar la orientación sobre los costos de los cursos. Como nada se despreciaba en la agencia, todo lo que sucedía allí se grababa y se utilizaba como material. Esto servía para los cursos de entrenamiento, estaba enfocado en el comportamiento y reacción de las diferentes personalidades ante conflictos. Un buen agente tenía que darse cuenta por la apariencia, por la postura corporal y por las miradas, cuál iba a ser la reacción del que se tenía enfrente; esta técnica era fundamental para el trabajo peligroso de infiltrado y para adentrarse dentro de las más complicadas organizaciones que les pudiera asignar para camuflarse.

      Pasada la recepción, y solo por las dudas, se habían montado unas aulas. Dos recintos diminutos, no más de diez sillas y una pizarra antigua en cada una de ellas. Todo el lugar apestaba a tabaco rancio, cuidadosamente preparado para lograr un efecto repulsivo ni bien se traspasaba la puerta principal; aquí se probaba un delicado sistema de dos vías. Un perfumero se accionaba cuando se pulsaba el interruptor «rojo» de visitas, dos segundos antes de abrir la puerta se rociaba en forma vertical un desagradable aroma para que ante la primera bocanada se percibiese; en cambio el pulsador de ingreso de color «verde» no activaba ningún mecanismo. El problema es que era tan concentrado el aroma que con solo una rociada se adhería al cerebro, de modo que tardaba más de veinte minutos volver a percibir normalmente los olores.

      --Felicitaciones Bob, último mes en el infierno --Steve no evitó que su boca se moviera hacia la derecha en una mueca mitad alegría, mitad decepción ante la incertidumbre de quien podría ser su futuro compañero.

      --No tan rápido --movió su mano derecha con un gesto veloz hacía arriba-- Me han otorgado la extensión por un año.

      -- ¿Acaso te has vuelto loco o te has intoxicado con los ácidos de la entrada? --no quiso demostrar alegría ni ningún tipo de afecto.

      --El director me ha solicitado un pequeño favorcito, y como estoy necesitando dinero extra, ya sabes: tiempo extra paga doble, después de todo no eres tan mala compañía.

      Ambos rieron y chocaron su taza de café como un festejo de aniversario, no fue necesario preguntar ni aclarar nada más. Regla número uno de cualquier agente en servicio o a punto de retirarse: no hacer más preguntas de las necesarias y mucho menos cuando se había mencionado la palabra «director» de por medio.

      Atrás de la recepción se encontraba el vestíbulo que distribuía hacia los dos salones de clase, el primero de ellos tenía grabado en la misma tipografía que la de la puerta principal, «In magnis et voluisse sat est», eso quiere decir: «en los grandes intentos, basta haber querido», y recién luego se encontraba la entrada al pasillo que llevaba a los sabuesos. Solo un detalle más: para entrar, había que correr el fondillo del closet, únicamente de esa manera se accedía a la puerta principal. Para lograrlo había que colocar el dedo índice derecho sobre el lomo del libro «Quo Vadis», que significa: «dónde vas». Si la persona que tocaba el libro tenía el acceso permitido, se liberaba el identificador de retina. Si la identificación era positiva, quedaba solo una prueba más, la última. La validación de la vibración del sonido de voz a través de la frase «Veni, vidi, vici», nada menos que: «vine, vi y vencí»; solo si la prueba era exitosa, recién allí se desplazaba suavemente el fondo del closet y permitía el acceso.

      En esta zona de máxima seguridad se encontraba el núcleo central, una amplia sala de reuniones y una entrada completamente vedada a la que solo tenían acceso el jefe y Ámbar, solo estaban autorizados el número uno y la señorita Stone.

      Mary y Agnes no le perdonaban ni a la agencia, ni a la muchacha que ya hubiera ingresado con ese rango desde el primer día y además que tuviera acceso a lugares que ellas no. Las dos pertenecían a esta unidad mucho antes que ella ingresara, pero nada se comparaba con el odio visceral que sentían por la asignación del caso más importante a la novata y para peor, en exclusiva. Ámbar solo se dedicaba a investigar a los Prescott y a los Glambers, no como el resto de sus compañeros que tenían al mismo tiempo varias carpetas y debían demostrar avances en cada una de ellas, sin duda algo se traía entre manos la Señorita Stone. Agnes

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