Harmonía. Ariadna Queen
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La rutina de seguridad era abrumadora, no podían dejar ningún papel fuera de los cajones que estaban bloqueados con un delicado dispositivo de seguridad que solo podía destrabar cada usuario con su huella dactilar. Lo mismo que cada una de las Laptops o cualquier elemento que pudiera tener información. No les estaba permitido compartir todos los datos entre ellos.
--Dinos que has logrado algo más esta semana, solo tú puedes salvarnos de esta --Peter colocó sus dos palmas enfrentadas bajo su barbilla, suplicándole a la muchacha un as bajo la manga y exagerando la modulación de su boca para que pudiera captar el lenguaje desde la distancia.
No estaba equivocado, si alguien podía hacerlo, esa era Ámbar. Tal como venía sucediendo en los últimos días, parecía que era la de más años de experiencia. Definitivamente no era un golpe de suerte, o mejor dicho varios; a su talento natural se le sumaban muchas horas de completa dedicación.
Un capítulo aparte merecía la máxima autoridad del lugar: «el jefe»; él era diferente al resto y por eso estaba a cargo. Su nivel de exigencia era infinito, pero primero lo era consigo mismo, de ahí que se creía con todo el derecho para exigirles a los demás la misma entrega. Sabía los recursos con los que contaba y se sentía a gusto con ellos, solo le parecía que eran un poco lentos para estos tiempos tan difíciles que les tocaba vivir, además era de la idea que un poco de motivación extra le vendría muy bien a sus muchachos, especialmente a Peter.
Desde ya que le quedaba muy claro quién era su mejor hombre o, mejor dicho, su mejor mujer. El sí podía ver más allá de la figura delicada y bella de Ámbar. Era uno de los pocos que notaba lo brillante que era la muchacha. La mayoría se quedaban estancados en lo superficial, en lo obvio, y no le daban el crédito que realmente se merecía, pero nunca lo reconocería delante de alguien más y mucho menos se lo diría a ella.
Para la agencia también había sido un gran acierto su incorporación, desde su llegada, habían resuelto la entramada madeja entre corporaciones Prescott y Glambers, nada especial para una división independiente y aislada con jurisdicción internacional. A base de un trabajo de equipo que se dividía principalmente en los que estaban apostados en la oficina y aquellos que comprometían su vida en trabajo de campo, solo necesitaban mostrar algo de tanto en tanto o simplemente dar un gran golpe para que nadie más dudase de ellos.
Antes de la llegada del jefe, se habían tomado demasiado en serio el tema del ultrasecreto, tal así que había más expedientes archivados que hormigas en un hormiguero. La mayoría de los casos eran un secreto hasta para ellos mismos, ni siquiera estaban bien clasificados, solamente amontonados en un archivero gigantesco con numeración por orden de llegada, con una descripción más que pobre y elemental, solo nombres, fechas y lugar donde había sido cometido el «supuesto fraude o delito», muy bien guardados y con acceso solo a los autorizados. Él modificó todo y le asignó a cada agente sus investigaciones. Cada uno era responsable por el seguimiento y resolución de estos y debían conocerlo a perfección, salvo para Stone, ella solo tenía un solo expediente.
La falta de resolución de casos espectaculares y la extrema reserva del gobierno sobre esta unidad, complicaba la concesión de un presupuesto mayor y todos los recursos para el trabajo de campo se habían asignado al caso «Plesbers». Los cambios de administración hacían que los fondos fueran cada vez más difíciles de obtener, la mayoría no sabían que existían ni qué servicio prestaban y muchos temían la idea de tener a un cuerpo de expertos investigando delitos en todas las esferas. A este ritmo no sobrevivirían mucho más tiempo. Con tan solo diez años de existencia, la agencia estaba en peligro de extinción.
«El jefe» no solía quejarse, a excepción del día que asignaron a la unidad a la señorita Stone, eso fue como la gota que colmó el vaso. Si no hubiera sido el joven brillante que todos estaban esperando para el puesto, muy probablemente lo hubieran despedido. De nada le valió la explicación sobre la financiación y el aporte de fondos extraordinarios tan necesarios para la continuidad de la agencia, ni todos los contactos y redes que podía aportar Ámbar.
Tampoco le pareció buena idea trabajar con la joven. No había forma de hacerlo entrar en razón, para él era caer demasiado bajo. La incorporación de Ámbar, en definitiva, fue una extorsión vulgar, «una falta de ética inadmisible para la URA» (Unofficial Research Agency).
La misión era muy precisa, investigar a los poderosos, así se habían cargado a un par de políticos de baja monta, empresarios inescrupulosos y hasta supuestos hombres de fe. Por algo los miembros eran cuidadosamente elegidos y tenían que ser aprobados por el encargado de la división, jamás hasta ese momento se había puesto a nadie digitado o recomendado como lo habían hecho con Ámbar Stone, eso lo había sacado de sus casillas en más de una oportunidad.
--Encontré una posible conexión de corporaciones Glambers en incendios forestales en varios parques nacionales. Al menos tres casos en Latinoamérica, el objetivo es desforestación para construir lujosos barrios cerrados--Ámbar lo dijo en un tono suave, su sonrisa y las chispas en sus ojos eran indisimulables. Una vez más, la joven aportaba luz sobre una red que se extendía a nivel mundial tan profunda que no terminaba nunca de desarmarse.
--Tienes que explicarle al resto cómo lo haces --dijo el jefe con ironía y fue hacia ella saltando por sobre el escritorio de Peter, con Peter incluido en su silla.
Los aplausos por la acrobacia y por el resultado de la investigación no se hicieron esperar, eso incluía a Mary y Agnes. En minutos no se hablaba más de otro tema, una vez más Ámbar había opacado cualquier cosa que pudiera hacer el jefe y había dado con la punta del ovillo, trasformando una flaca carpeta en pilas de evidencia, nombres, fotos, cuentas bancarias, traspaso de fondos, la secuencia con la que habían operado, los más altos personajes involucrados, incluyendo algún que otro gobernante. Todo listo y resuelto para ser traspasado a la justicia para que continúen con el proceso.
Ámbar se levantó en silencio, fue hacia la sala desayunador y se sirvió un té de menta. Según ella era eso lo que la ayudaba a pensar y encontrar la inspiración necesaria para resolver todas las conexiones de la investigación que llevaba a cabo.
Sus compañeros tenían otra versión, para ellos era porque le dedicaba unas veinticuatro por trescientos sesenta y cinco. Es decir, las veinticuatro horas del día durante todo el año. Cuando todos regresaban a sus hogares, ella aún se quedaba trabajando en la agencia, junto con el jefe. Los únicos dos con permiso extendido para después de las cinco PM.
Desde el primer día, Ámbar estaba alojada en el piso dieciocho, ala norte, sección rouge. De alguna forma era su única preocupación, sin familia y sin otra cosa que hacer, era su única manera de hacer pasar el tiempo. Le dedicaba todo su día y sus noches a la agencia, hasta en sus sueños resolvía las cosas. Se había transformado en poco tiempo en una experta, sagaz y astuta agente. Si se le hubiera podido asignar trabajo de campo, hubiera sido una perfecta pieza para infiltrarse dentro de cualquier grupo: culta, refinada, varios idiomas, solvente en sus conocimientos de negocios, de derecho, de finanzas. Todos los requisitos para encajar dentro de las corporaciones que investigaba la URA. Visto a la distancia, el director sí había dado en la tecla. Fue una muy buena idea permitirle a la joven colaborar, solo que a «el jefe» nunca le gustaron las imposiciones de este estilo, puede que hasta no le hubiesen mentido con eso de que Ámbar tenía que trabajar junto