Escribir sobre una línea imaginaria. Anne-Claudine Morel
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En ese universo de Vásconez, los personajes son recurrentes, sobre todo, el inquisitivo doctor Kronz, quien actúa como el guía perfecto para presentarnos ese asfixiante y remoto país andino donde ha ido a parar. Vásconez se siente a gusto con esos personajes que conoce: no son extranjeros ni extraños; son, si se quiere, los compatriotas de ese mundo que ha creado. El joven Jorge Villamar de La piel del miedo es el mismo que se enamora de Loreta en Hoteles del silencio. Roldán, el asesino, va apareciendo intermitente. También Sofía, los fotógrafos, los caballos, los jockeys, el cantar de los gallos y la luna reflejada en la ciudad.
Lo que hace Anne-Claudine Morel en su análisis es partir de esa obra extensa y singular, y entenderla en su dimensión geográfica. Esto es algo que realmente no se había hecho de una manera tan sistemática y abarcadora. Aquí, por ejemplo, hay claves que permiten entender por qué un autor como él no ha alcanzado el reconocimiento global. ¿Está la respuesta en las redes del mundo editorial? ¿En la literatura ecuatoriana que siempre se asoma tímidamente a la orilla? ¿En la dificultad de escribir desde una línea imaginaria? Los lectores habituales y los nuevos apreciarán la propuesta de Morel que supone un viaje a la obra, al contexto y a las reflexiones de este autor, que ella misma define como “raro, en el sentido de poco común”.
Ana Estrella-Santos
1. En “Corrupción o la fama de un poeta”. Vásconez, J. (2018). Cuentos reunidos. Quito: Universidad San Francisco de Quito.
Estas páginas constituyen una reflexión sobre la obra del escritor ecuatoriano Javier Vásconez (Quito, 1946) llevada a cabo desde el otro lado del Atlántico. Forman parte de un trabajo inédito realizado en Francia y en Ecuador entre 2011 y 2016. Mi estancia en Quito y mi encuentro con Vásconez, en 2012, me permitieron acceder a casi la totalidad de su obra y a una importante suma de documentos. Me valí también de las entrevistas que él concedió y de los textos críticos acerca de su obra. En esa ocasión pude conocer algo más al escritor, al hombre y al ciudadano. Recorrí con él las calles de Quito en busca del doctor Kronz, el famoso protagonista de varias de sus novelas. Todos los días nos reunimos en el estudio de su casa para hablar de literatura; particularmente de sus textos, de sus lecturas y de los personajes que creó.
Aclararé más tarde el sentido del título y la perspectiva escogida para el desarrollo de este ensayo. Al leer a Vásconez participé de un deslumbrante descubrimiento. Intuí, ya desde las primeras páginas de El viajero de Praga (1996), que es un novelista raro, en el sentido de poco común, y que renovó la literatura producida en su país. Otros críticos comparten este juicio; por ejemplo, la profesora ecuatoriana Mercedes Mafla, con quien también me encontré en Quito y tuvo la generosidad de compartir conmigo su fino y profundo conocimiento de la obra de Javier Vásconez. La mirada con la que llevé a cabo mi investigación es europea y, para ser más específica, francesa. Este particular punto de vista permitirá arrojar una nueva luz sobre la ficción de Vásconez.
Aprovecho la ocasión para agradecer a todos los que me permitieron entender mejor la literatura ecuatoriana y, en concreto la de Vásconez, de manera especial a Emmanuelle Sinardet y a Sandra Araya, la persona encargada en Quito de clasificar los archivos, los artículos de prensa, las notas e intervenciones de Javier Vásconez, junto con todo el material bibliográfico relacionado con él. Sandra no dudó en mandarme información cuando la solicité, para tener las referencias exactas de una edición o el número exacto de páginas de un texto inédito del autor.
Finalmente, agradezco al propio Javier Vásconez por su colaboración, paciencia, estímulos y sobre todo por el tiempo que me dedicó en Quito. Nuestras animadas charlas me guiaron a menudo, aunque no todas en el sentido anhelado por el escritor, pues mi oficio de profesora y mi sentido crítico –impregnado de lecturas y herramientas de análisis particulares, francesas la mayoría de ellas– orientaron mi perspectiva de análisis de la obra.
Esta investigación acerca de la obra de Javier Vásconez tiene que ver tanto con la literatura como con la geografía del país donde inscribió sus novelas y cuentos. Prueba de ello es su título: Escribir sobre una línea imaginaria. Cuando me encontré con el escritor en Quito, en el año 2012, insistió en que él no era un autor ecuatoriano sino un autor “a secas”, un novelista, sin precisión de nacionalidad, y así lo declara en numerosas entrevistas. No le interesan las llamadas novelas “nacionales”, sino la literatura, dondequiera que se produzca y se elabore. Sin embargo, el espacio en que nació la ficción influye, con toda seguridad, en ella. El contexto de creación de la obra presenta un interés indiscutible, más todavía cuando el modo de referirse a él revela una preocupación que he querido aclarar.
La obra de Vásconez me inquietó después de leer por primera vez El viajero de Praga y realizar un análisis comparado1 entre este libro y la famosa novela de Albert Camus, La peste. Los temas de la enfermedad –sea peste o cólera–, del médico –despistado o firme en su deseo de salvar a los demás–, y del país inventado –símbolo de la barbarie humana para Camus o de la mezquindad cotidiana para Vásconez– se entrecruzan en ambas obras y se hacen eco a través del tiempo y del espacio. Puntualizo que, en Europa y, sobre todo, en Francia, los universitarios y críticos siguen interesándose con fervor en las relaciones entre la literatura y la nación, la identidad nacional y los textos que contribuyen a fortalecerla o moldearla. Aquellas fueron las primeras hipótesis e interrogaciones que se me presentaron sobre las creaciones literarias de Vásconez, principalmente porque mis anteriores trabajos se enraizaban en cuestiones de civilización2: ¿cómo se percibe el Ecuador en las novelas y en los cuentos del escritor? ¿Por qué el nombre del país o de su capital no aparecen expresamente citados hasta antes de su última novela publicada en el 2016, Hoteles del silencio? Al final de esta obra3, el narrador opone Quito a París, en un inciso que interpreté como un grito liberador después de tantos rodeos que callaban el nombre de la patria. Nombrando por fin la capital del país, el narrador equipara las dos ciudades, París y Quito, y las confunde en un diálogo entre dos espacios muy alejados el uno del otro, fenómeno únicamente posible en la literatura. El escritor ecuatoriano ya había utilizado este recurso en el cuento “La carta inconclusa”, al reunir Barcelona y Quito en la memoria del narrador4. Pero lo que más llama la atención en este nombramiento inesperado de la capital del Ecuador es su equiparación con espacios que son símbolos de libertad, de creación, y de fuertes huellas de una literatura universal.
La metamorfosis geográfica del Ecuador que iremos estudiando en estas páginas me parece significativa