Escribir sobre una línea imaginaria. Anne-Claudine Morel

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Escribir sobre una línea imaginaria - Anne-Claudine Morel

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de su obra, pero que no existe en la realidad o es muy incipiente.

      Para concluir este primer acercamiento a la literatura de Vásconez y estas primeras aclaraciones terminológicas, quiero poner de relieve un concepto elaborado por el profesor Dominique Maingueneau, imprescindible para entender la relación entre el espacio de la escritura y la escritura del espacio a lo largo de mis investigaciones. Se trata del concepto de paratopía, que me ayudó a desentrañar las complejas relaciones entre el autor, los narradores y los personajes de los textos del novelista ecuatoriano. En efecto, todas las entidades que obran para la creación del texto (autores, narradores, escritor) se expresan en un ámbito incómodo y difícil de definir. El espacio literario –propio del autor y del escritor– y el espacio textual –propio del narrador– son nociones complejas, pero tienen un punto común con los espacios geográficos que Vásconez dibuja en sus textos, gracias a metáforas que relacionan el país con lo invisible. El autor refuerza a menudo la invisibilidad con la cortina de la lluvia incesante que lo deja todo en la penumbra. Una primera definición de la paratopía se impone:

      Esta primera definición me parece esencial porque aclara la problemática que relaciona “el espacio de la escritura” con el “espacio en el cual se elabora la escritura”. Explica no solo el acto de enunciación del escritor, sino también la imagen que él va elaborando del Ecuador. En los textos de Vásconez, el país aparece como un lugar y un no-lugar, una paratopía que armoniza con la inestabilidad del autor, miembro de un “espacio” o “campo” literario indefinido e incómodo. Un análisis del estatuto de los narradores, que tampoco tienen verdadero espacio definido, permite prolongar la paratopía de Javier Vásconez, cuya identidad vacila permanentemente entre su condición de ciudadano común y su papel de creador. El narrador busca para sí mismo un espacio, indefinido por naturaleza, en el cual manifestarse e imponerse como el que maneja la ficción. Dicho de otro modo, quiero poner de relieve la gran coherencia entre las situaciones paratópicas del autor, del narrador y del propio Javier Vásconez. Son tres entidades que se confunden en una sola: el hombre es a la vez ciudadano y escritor, autor, y doble del narrador de sus textos. Todos actúan en espacios que a veces son conflictivos o por lo menos diferentes: el espacio social, el espacio territorial y el espacio literario. Por estas razones me interesaron tanto los discursos del novelista, su palabra privada entregada en entrevistas, en textos literarios y también en aproximaciones críticas a la escritura. Estudié atentamente sus múltiples discursos, a la par que sus novelas y cuentos, y de este constante vaivén entre el hombre y el escritor, entre el ciudadano y el profesional, entre el escritor, el autor y el narrador, pero también entre la persona real y los personajes ficticios de las novelas y cuentos, surgen las condiciones de creación de los textos y el sentido que los informa.

      Esta óptica permite descubrir de una vez y con una mirada global a Javier Vásconez escritor y a Javier Vásconez autor. Así, esta perspectiva evita la consabida escisión entre la persona que produce los textos y vive de su prosa mientras expresa su deseo de contribuir a una literatura universal y el “narrador” que no sería más que una abstracción o un puro concepto-herramienta del análisis literario, independiente del escritor. El propio Vásconez habla de esta “escisión”, tanto léxica como ontológica, entre el escritor y el narrador, en una entrevista con la crítica chilena Paz Balmaceda. Evoca el momento de la creación literaria de esta manera:

      Todos queremos contar una historia, lo que cambia, en realidad, es la manera de hacerlo. Aquí entramos en un terreno espinoso y muy poco tratado por la crítica: el papel que desempeña el narrador a la hora de abordar una historia, el narrador entendido como una herramienta utilizada por el escritor para contar una historia. Esto quizá sea lo que más ha cambiado en el arte de la novela en los últimos años. Hoy día nos encontramos con una proliferación de narradores, los hay “mestizos” en el sentido que combinan varios puntos de vista, conjeturales, ambiguos, etcétera, y creo que es aquí donde se encuentra el enigma, el secreto del arte de narrar. (Vásconez, 2010, p. 133)

      Este primer ejemplo de las relaciones entre narración y percepción del espacio geográfico nos convence de la importancia del concepto de paratopía en nuestro análisis del discurso literario. Quito viene a ser un lugar ambiguo, “una localidad paradójica”, según la imagen de Dominique Maingueneau. Esta figuración de la ciudad es percibida por un narrador, el cual transmite la percepción que tiene el escritor sobre la geografía del “país de la línea imaginaria”.

      Otra definición más precisa de la geografía permitirá diferenciar mi propuesta de un análisis estrictamente literario que procura distinguir el “espacio del narrador” del “espacio textual”:

      Si hablamos de “espacio geográfico” al referirnos al Ecuador, añadimos una dimensión que lo vuelve todo más confuso. Prefiero referirme a esta última definición que habla de la “imagen de un paisaje”. Dicha expresión remite, por cierto, a una geografía física. Y conviene a maravillas para mi análisis, ya que el Ecuador se diferencia de los países europeos por evidentes características físicas: la cordillera, los volcanes, el páramo, las ciudades de altitud, la oposición entre la Costa y la Sierra, la selva amazónica, las islas Galápagos. Me interesa, por consiguiente, saber cómo utiliza Vásconez todos estos elementos característicos del país, mientras rechaza toda filiación con los novelistas que explotaron la geografía nacional para defender otras causas; por ejemplo, la del indio, las condiciones de vida de los mestizos de la Costa o las del obrero.

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