Escribir sobre una línea imaginaria. Anne-Claudine Morel
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Escribir sobre una línea imaginaria - Anne-Claudine Morel страница 7
Hoy, nuevas voces se escuchan, como las de Edgar Allan García, de Gilda Holst, de Marcia Ceballos […]; o la del muy cosmopolita Javier Vásconez, unos de los escritores más talentosos de su generación. En los relatos de Ciudad lejana (1982) o de El hombre de la mirada oblicua (1989), o en su novela El viajero de Praga (1996), el escritor explora lo más entrañable y misterioso del hombre actual, entregado a la soledad, el miedo y la violencia. (Cymerman y Fell, 1997, p. 234)19
Con la distancia nos damos cuenta de cuán pertinente es tal apreciación. Las características de la obra de Vásconez puestas en evidencia por el crítico francés coinciden con el propósito del propio ecuatoriano. El autor de El viajero de Praga las expuso en un texto de reflexión sobre la escritura que redactó unos años más tarde y que se titula significativamente Interrogatorio:
Eso hacemos los escritores: contar ficciones y vidas inventadas. A menudo pretendemos aclarar el misterio de una vida escribiendo acerca de ella. […] Los escritores incursionamos como topos en la conciencia. Escribir es una forma de conocimiento y de espionaje. (Vásconez, 2004)
Aunque aquel primer libro crítico sobre la literatura hispanoamericana menciona a Vásconez, advertí que los ensayos, libros o manuales universitarios de los especialistas franceses más recientes carecen por completo de referencias suyas y de la literatura ecuatoriana en general. Es el caso, para ejemplificar, de otro texto de referencia en el mundo universitario francés. Claude Fell y Florence Olivier son distinguidos conocedores de la literatura latinoamericana. Escribieron juntos un artículo20 que pretende analizar la “Creatividad y especificidad de la literatura hispanoamericana contemporánea”, según dice el título de su estudio. Los dos críticos intentan mostrar el interés permanente, por parte de la Vieja Europa y de Francia, en particular, por la producción literaria latinoamericana. Prueba de esto es la organización de un simposio internacional21 que se realizó en París en marzo de 2012 sobre México y Ecuador. Sin embargo, Benjamín Carrión y José Vasconcelos eran de nuevo los “invitados de honor”, como si las letras ecuatorianas no consiguieran sobrepasar el viejo proyecto cultural dibujado por el intelectual ecuatoriano en los años cuarenta. Dicho proyecto, lo sabemos, se nutre de una utopía expuesta en la “teoría de la pequeña nación”22 elaborada por el intelectual ecuatoriano.
Otro ejemplo de la renovada curiosidad –desde hace unos diez años– por la literatura ecuatoriana en Francia sería la actividad desarrollada por el Centro de Estudios Ecuatorianos, cuya sede se encuentra en la Universidad de París Ouest Nanterre La Défense. Creado en 1975 por decreto oficial, este centro tiene como objetivo declarado “facilitar y desarrollar los estudios sobre la República del Ecuador”. Su actividad se debilitó en los años noventa. Recién en 2009, la profesora Emmanuelle Sinardet volvió a encargarse del centro que propone importantes encuentros internacionales cada dos años. Dichos simposios permiten hablar sobre varios aspectos de la cultura y la literatura ecuatorianas, con intervenciones de docentes universitarios, estudiantes, autores y artistas invitados, como Javier Vásconez, quien participó en 2012. La contribución de esta institución permite compensar en algo la ausencia inexplicable de escritores ecuatorianos contemporáneos en los manuales universitarios dedicados a la literatura latinoamericana y en las revistas especializadas.
Pero volvamos al artículo de Claude Fell y Florence Olivier, el más reciente que pudimos encontrar en Francia acerca del tema. Los dos autores subrayan una vez más la dificultad de ser escritor a tiempo completo en América Latina e insisten en el penoso y pesado circuito del libro a nivel continental, así como en la escasez de una crítica profesional y especializada. Sin embargo, lo interesante, aunque no mencionan a Vásconez expresamente, es que ponen de relieve características de los escritores latinoamericanos que empezaron a escribir a partir de los años ochenta. Dichas características se aplican perfectamente al escritor ecuatoriano, como si hicieran su retrato:
[Dichos autores] han leído mucho (en particular a Faulkner y Dos Passos, pero también a Joyce y Kafka), han visto muchas películas, han reflexionado mucho acerca de lo azaroso de la creación literaria. Conocen perfectamente la actualidad de los movimientos interesados en la lingüística y los estudios literarios, y se abren a los acontecimientos del mundo. Conciben su vocación como una verdadera actividad profesional y se dedican por completo a su obra. (Fell y Olivier, 2012, p. 118)23
Vásconez se inscribe en la fila de los admiradores de Faulkner, Joyce y Kafka, entre muchos otros, como lo evidencia su obra. Es también un cinéfilo apasionado y un escritor de oficio a tiempo completo. De forma adicional, se aleja de un “nacionalismo cultural” rechazando cualquier inscripción en una literatura que fuera exclusivamente ecuatoriana, como lo declaró en la entrevista que me concedió:
En relación a la idea (para mí errónea) de las “literaturas nacionales”, tengo una hipótesis que he venido desarrollando. No creo en las literaturas nacionales, sino en los autores. No creo en la literatura francesa, sino en Malraux, Proust o Baudelaire. O, mejor, dicho, las literaturas existen a posteriori del autor. Es en la lengua, en el estilo, en la sintaxis de un escritor donde está su nacionalidad. El resto, lo siento, es un decorado o una invención.
Esta opinión rotunda explica tal vez la ausencia de su nombre en los libros o artículos dedicados a la supuesta literatura ecuatoriana, en Francia. Para concluir, citemos otro comentario perspicaz de los universitarios franceses, Claude Fell y Florence Olivier, que reanuda nuestra temática de las fronteras y explica, mal que bien, el estatuto marginal de varios escritores ecuatorianos y de otras nacionalidades del continente americano:
La cultura de aquellos escritores les permite escapar de las fronteras nacionales y escribir sobre las relaciones de América Latina con Europa o con los Estados Unidos. Intentan huir de lo que Carlos Fuentes llama el “nacionalismo cultural”, que tanto daño provocó en la cultura mexicana en particular y en la cultura latinoamericana en general, aunque, al principio (en el siglo XIX), el intento de crear una literatura nacional pareciera conveniente. […] Entonces, aquellos escritores intentan escapar de cualquier definición identitaria reductora en el plano literario y cultural. […] Un amplio proceso de “desterritorialización” de la literatura hispanoamericana se está organizando, y este proceso puede entenderse como un “más allá” de aquella identidad continental latinoamericana que los miembros del Boom reivindicaban, mientras rechazaban los estrechos nacionalismos literarios. (Fell y Olivier, 2012, p. 120)24
El término “desterritorialización” me parece pertinente en la medida en que Vásconez intenta también abolir las fronteras nacionales, especialmente gracias a su metáfora del “país invisible” de la que se vale para designar al Ecuador. Plantea de esta manera la cuestión de una controvertida especificidad andina:
Hay escritores que supieron transmitir “la densidad cultural y sicológica” de regiones como el Caribe, el Río de la Plata y también de México, pero siempre me he preguntado –es una inquietud muy personal– ¿qué ha pasado en los Andes? ¿Por qué este aislamiento? ¿Por qué se nos continúa asociando con el indigenismo? En el mundo andino hay escritores definitivamente urbanos, pero nadie parece darse cuenta de ello. (Querejeta, 2002, p. 22)
Con preocupación se da cuenta de que la literatura ecuatoriana sigue marcada por el sello de la corriente indigenista. Esta reducción de la literatura producida en la región a una corriente literaria que se manifestó en la primera mitad del siglo XX se debe a la asimilación de los Andes con la cordillera que lleva el mismo nombre, lo que silencia las ciudades de la zona, o por lo menos les da menos importancia. El escritor de El viajero de Praga lamenta este tópico que aísla a las ciudades del interior, entre las cuales se encuentra Quito. En otros casos intenta diluir cualquier noción de territorio nacional o continental para reivindicar una universalidad y silenciar una nacionalidad que le parece restrictiva. Una vez más, esta opinión acerca de una literatura moderna coincide con la de los dos universitarios franceses citados: