Spaghetti Paradiso. Nicky Persico

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Spaghetti Paradiso - Nicky Persico

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¿verdad? Y sabes incluso que el Código Penal da la exacta definición…»

      No. No me dijo quién era el asesino.

      Desde la montaña de mierda salió mi voz, débil.

      «Sí, creo que debería mirar mejor el Código, abogado.»

      Estaba deshecho. Me había dado una buena paliza y me lo había merecido. Estaba a punto de marcharme, pero él me paró.

      «Espera. Tengo que decirte algo.»

      «Sí, abogado…»

      «Quiero encomendarte un caso. Escúchame con atención.»

      ¿Encomendarme un caso? ¿Después de semejante rapapolvo? No entendía nada.

      De todas formas, si había dicho escúchame con atención debía hacer dos cosas: permanecer en silencio y memorizar todo con claridad. Creo que, en el caso de que fallase, podría, como castigo, ser decapitado en la sala de reuniones: mi cuerpo sin vida, imaginaba, sería expuesto durante unos días, pendiendo de la lámpara, con un cartel en el pecho: No había memorizado bien lo que debía hacer.

      Volví a sentarme.

      «Hay una muchacha, es la compañera de un amigo mío. Uno de confianza, nos conocemos desde hace tiempo.»

      «Sí, abogado.»

      «Es una persona, como lo diría… importante. Una figura pública, de carácter firme, estimado e influyente. Por otra parte muy reservada.»

      «Sí, abogado.»

      «Deja de decir sí, abogado» continuó tranquilo «Esta muchacha, su compañera, tiene un problema con mi amigo, y ha acudido a mí. Yo quería rechazar el encargo. He pensado, de todos modos, hablar con él, sin revelar nada, obviamente. Le he hablado solo de la petición que me han hecho y me ha explicado: se trata de una pobre mujer, solitaria. Él la ha cuidado como ha podido, pero ahora ella está atravesando un período difícil y lo acusa de una serie de cosas… podríamos decir, muy concretas. Cosas que podrían dañar su imagen. En definitiva, ella no está muy bien de la cabeza. Tiene una historia familiar complicada. Ahora, él me ha pedido que no rechace el encargo, al contrario. Si la asistimos, podrá ayudarla a que no se haga daño a sí misma, sin obligarle a actuar y tener que neutralizarla. Por otra parte, él teme que pueda acabar en manos de algún colega sin escrúpulos que además de hacer dinero podría hacerle caso y manipular la historia. No anda descaminado. De todas formas, la estima y desea evitar verse obligado, para defenderse, a causarle daño. En fin, para acabar, quiero que tú la asistas.»

      Habría querido decir sí, abogado, pero permanecí en silencio.

      «Tienes unas cualidades innatas, entre las que se encuentra la empatía. Sabes que pienso esto seriamente. Le dirás que yo estoy ocupado y que te he encargado gestionar la instrucción del caso, y luego yo haré la valoración y lo llevaré. En síntesis, deberás hacer lo posible para hacerla entrar en razón, evitando que la cosa degenere en su contra. ¿Te ves capaz?»

      «Ningún problema, abogado.»

      «Perfecto. Estará aquí en una hora. Tú la recibirás.»

      «De acuerdo.»

      Me levanté y me dirigí a la puerta. Otra vez su voz.

      «Dentro de unos días me hablas mejor de la mafia, obviamente….»

      Obviamente, abogado.

      Que te den. Que te den, que te den y que te den.

      Salí rápidamente de la habitación y recorrí el pasillo: Fanny, la secretaria para todo, estaba, como de costumbre, sentada en su escritorio ocupada en escribir algo en el ordenador, pero tenía en la cara los rasgos inequívocos de una mal disimulada e íntima sonrisita burlona que no conseguía esconder, y que iluminaba siniestramente los ojos.

      « ¿Todo bien, Alessandro?» ahí estaba la confirmación de la sonrisita burlona. En otros contextos, esto se llama ensañarse. En Bari se dice bagnare il pane. Disfrutar con las desgracias ajenas. Por otra parte, se veía en mi cara las collejas que había recibido del abogado Spanna.

      «Todo fantástico, Fanny. Ah, estate atenta, dentro de una hora viene una cliente, algo del abogado. Por razones reservadas deberé…»

      «Déjame adivinar» mi interrumpió ella «debes recibirla tú…»

      Bruja. Bruja, bruja y bruja.

      «Exacto. Ahora tengo que irme. He quedado con Cerrati. Si llegase cuando todavía estoy fuera, hazla entrar en mi despacho y avísame al teléfono móvil, por favor.»

      «Claro, Alessandro. Ah, espera, ha telefoneado Mutolo. Tú estabas… ocupado con el abogado y le he dicho que llamase más tarde.»

      «Gracias, Fanny. Has hecho bien.»

      Me dirigí hacia la puerta imaginando a Fanny en una relación sexual antinatural con un rinoceronte.

      Pero la sonrisita burlona también la tenía en este momento.

      Después de salir del portal, ya en pleno centro de la ciudad, caminé lentamente durante dos manzanas. Quería evitar pensar, y cuanto más lo intentaba menos lo conseguía. Decidí que un buen café podría recargarme y fui en dirección hacia el paseo marítimo.

      UN PLAN PERFECTO

      En ese mismo instante, a unas manzanas de distancia, en una habitación de un cuarto piso de un edificio de lujo, un abogado estaba sentado en su escritorio. Su respiración era jadeante debido a su mole: estaba realmente gordo. Dos dedos, gruesos como salchichas y cubiertos por una antiestética y acentuada pelusa, tecleaban veloces sobre el teclado de un ordenador el texto de unos honorarios. Unos honorarios muy altos, de los cuales luego substraería la suma necesaria para pagar una consulta que no había existido. Era un sistema comprobado: un asesor regional confiaba a menudo encargos a un mismo abogado. Encargos muy particulares, seleccionados: muy bien remunerados. El abogado, luego, en el proceso pedía, con falsas excusas, consultas a una sociedad ligada al asesor, compensándolas con creces.

      Un dictamen sobre algo poco significativo, o una valoración sobre los fundamentos jurídicos de una resolución y así sucesivamente.

      El método, además, reducía al mínimo la exposición: nada de dinero al contado y nada de riesgos. Todo a la luz del sol.

      Y, por medio de estas consultas, el abogado cogía una buena rodaja de pastel a quien le había confiado el encargo. Ante los ojos de todo el mundo. Ningún encuentro secreto, ninguna conversación comprometedora por teléfono. Sencillo, limpio y a prueba de investigaciones.

      Perfecto: a veces el mejor método para esconder algo es ponerlo a plena vista.

      Es cierto, para gestionar el mecanismo se necesitaban personas de confianza. Pero, por otra parte, todo era legal: el bufete se ocupaba de contenciosos importantes, en los que entraba en juego la Administración Pública, por lo tanto era normal, en estos casos, recurrir a los consultores. Aún más. Hacía el papel de la persona concienzuda, dispuesta a sacrificar parte de sus ingresos para desenvolver el encargo de la mejor manera, y además entraba en contacto con profesionales de categoría: sabían que

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