La Voz. Carlos E. Baz Garfias

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La Voz - Carlos E. Baz Garfias

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La cocina es grande, tiene un patio, donde se encuentra la lavadora y hay una reja como pared donde podemos ver a la gente que camina por la parte de atrás del edificio. Siempre que vamos a comer o a cenar cerramos la puerta de la cocina, normalmente entra mucho aire por las rejas del patio y se hace mucha corriente. Las ventanas de la sala y comedor se abren por dentro, tienen un seguro automático para cuando las cerramos.

      Fue un día caluroso en el panteón pero la noche refresco pero no hacia viento. Las ventanas como todas las noche se mantenían cerradas ya que los mosquitos abundaban a esa hora. A diferencia de las mañanas y tardes que si las manteníamos abiertas. La cena transcurrían con mucha tranquilidad, nadie hablaba, comíamos en silencio sin levantar la cara, no había platica sobre la mesa como siempre sucedía. Nadie supo como sucedió después de muchos años nadie sabe exactamente que paso esa noche, nos seguimos preguntando.

      Nos agarro de sorpresa a todos, no salió ni un grito de nadie, ni una palabra. La puerta de la cocina se abrió violentamente entrando una ráfaga de viento que nos envolvió a todos en la mesa, siguiendo su camino por el comedor y sala, abriendo las dos ventanas que se encuentran ahí. Fue tan rápido que todos estábamos inmovilizados, fueron segundos, cuantos no se. La ráfaga de viento salió por una de las ventanas y todo se calmo en el apartamento. Nos levantamos de nuestros asientos buscando una explicación. Todos estábamos asustados, no entendíamos que había pasado. Cuando mi padre se recupero de lo acontecido, comento que había sido nuestro abuelo que había venido a despedirse. Mis hermanos mayores se levantaron a cerrar las ventanas, mi madre la puerta de la cocina, todos ayudamos a levantar algunas cosas que se había caído con la ráfaga de viento que nos había invadido por unos segundos en nuestro hogar. Papa ordeno que nos volviéramos a sentar y terminar de cenar. Nadie protesto, nadie comento nada, terminamos de cenar, nos dirigimos a nuestros cuartos a descansar. Aunque todos nos fuimos con la misma pregunta en nuestras cabeza; como fue que entro ese viento y abrió ventanas y puertas....

      El Hombre

      No recuerdo exactamente que día fue pero fue al terminar las clases. Estudiaba en el turno de la tarde. El segundo año de preparatoria, en la escuela "Mixcoac del Valle". Siempre salía a las diez de la noche y me tomaba unos minutos en despedirme de los amigos y amigas. No podía perder mucho tiempo ya que tenia que tomar a tiempo tres transportes públicos para llegar alrededor de las 11:10 pm a casa. Eso si no me toca trafico estaría llegando a media noche. Empece a caminar rumbo a la parada del autobús, sobre avenida Rio Mixcoac para llegar a la avenida Insurgentes, una avenida muy larga que cruza de sur a norte. La avenida insurgentes es muy elegante en la mayoría del trayecto. Podemos encontrar tiendas elegantes, parques, teatros, restaurantes, arboles, oficinas, monumentos así como museos. En esta ciudad el trafico no para y menos en avenidas importantes. Masas de personas y todo tipo de transporte publico como privado llenan las avenidas y calles de la ciudad de Mexico. Mi autobús llego a tiempo, subí, como siempre venia lleno de personas que salía de trabajar, de estudiar. Todos con la intención de llegar a sus casas para descansar. Como pude me moví hacia la parte de a tras del autobús, muy cerca de la puerta de salida. A estas horas de la noche es muy difícil encontrar un asiento vacío, todos están ocupados. Los autobuses tienen dos asientos a cada lado y un pasillo en medio, muy cerca del motor tienen un asiento largo para 4 personas. En pocos segundos sentí una mirada sobre mis espaldas, voltee discretamente y vi a mi alrededor.

      Regrese a la posición que estaba, observaba el panorama sobre la avenida insurgentes. Sentí otra vez la mirada, mi cuerpo se sentía incomodo, no quería voltear pero lo hice. En el asiento para 4 personas se encontraba sentado un hombre a la orilla casi junto a la puerta de salida. Un hombre entre los 30 y 35 años de edad, de tez blanca, cara limpia, no había marca alguna que fuera un hombre con bigote u barba, con poco cabello diría yo, casi calvo, ojos grandes, y labios finos. Me estaba viendo, de el venia la mirada que sentía. Sonrío y me saluda levantando su mano derecha. No lo tome en cuenta y voltee a mi posición que tenia desde que me subí al autobús. Al pasar los minutos seguía sintiendo su mirada, la sentía muy pesada, como una loza de una tonelada. Mire de reojo, me volvió a sonreír y a saludar. No me quitaba la mirada. Estaba sintiéndome incomodo, no sabia que hacer, deseaba llegar a mi destino. Una persona que estaba sentado a un lado de este hombre extraño se paro para bajar del autobús. Los pasajeros que estábamos cerca de la salida nos movimos un poco hacia adentro del autobús para dejar espacio a esta persona y que pudiera bajar. El hombre casi calvo, de tez blanca, y cara limpia, entre 30 y 35 años de edad me volvió a mirar con curiosidad, me volvió a sonreír, con su mirada me ofreció sentarme en el asiento que se había desocupado unos segundos antes. Moví mi cabeza diciéndole que no, le indique a la señora que tenia a mi lado izquierdo que había un lugar desocupado. Aproveche para moverme un poco mas hacia el centro del autobús, estaba realmente incomodo con la mirada de este hombre. Faltando unas calles para llegar a mi destino el hombre de tez blanca, de ojos grandes, cara limpia, entre 30 y 35 años y casi calvo según mi perspectiva. Decidió bajar del autobús haciendo jalar la palanca para que el chofer de la unidad supiera que bajaría en la siguiente parada.

      Desde que se paro de su asiento no dejaba de verme y de sonreír; la sonrisa de el no era maléfica o burlona, si no de alegría, este hombre se veía feliz, estaba contento. Bajo y las puertas del autobús cerraron; el empezó a caminar hacia adelante. El camión empezó andar lento por el trafico que estaba en ese momento. Por las ventanas seguía observando a este hombre, que seguía viéndome, seguía sonriendo, me saludaba en vez en cuando con su mano derecha. No sabia que pensar, era un adolescente, estaba confundido, no tenia la menor idea porque tenia esta actitud conmigo.

      Al fin llegué a mi segundo destino, San Angel, baje de prisa, empece a caminar por la calle Monasterio rumbo a la avenida Revolución, ahí tomaba otro transporte popular, las llamadas “van”. La calle monasterio a estas horas de la noche se encuentra sola y oscura, con un poste de luz en medio de la calle, que casi no alumbra. Es corta, muy corta la calle. Me imagino que por lo oscuro de la calle nadie camina a estas horas ya que por la mañana y tardes es una calle muy concurrida. Al llegar a la mitad sentí que alguien venia bajando del otro lado de la acera, seguí mi camino, en eso oí una voz que gritaba algo, voltee por instinto a mi derecha, vi a una persona que bajaba por la calle monasterio, no entendí que dijo pero fue suficiente para que volteara para verlo. Al momento se me hizo conocido pero había poco luz, pero lo extraño fue que levanto su mano derecha para saludarme. No correspondí al saludo y seguí mi camino. Llegue a la van, solamente había un pasajero en el asiento de adelante junto al chofer así que me introduje en los asientos de en medio. Son dos asientos para 4 personas. Tardo unos minutos en salir ya que el chofer tiene que esperar que la unidad se llene de pasajeros. llevaba buen tiempo para alcanzar el ultimo transporte que me llevara a casa. En esos minutos pensé en el hombre de la calle monasterio.

      Me preguntaba:

      ¿Quien era?,

      ¿Que grito?

      ....mmmmm se parecía al hombre del autobús, que raro, pero no podía ser, el se bajo cuatro calles antes de llegar a San Angel, no, no, estoy exagerando - me decía - imposible.

      La van salió tomando la avenida revolución después de unos minutos bajo por una calle muy pequeña y volvió a tomar la avenida insurgentes. Al pasar los minutos y estar viendo el paisaje de la avenida había olvidado por completo al hombre de tez blanca, de cara limpia, casi calvo según yo; entre 30 y 35 años de edad, de ojos grandes. Llegamos al cruce con la avenida San Fernando, la van bajo por esta. Una avenida con muchas casas de la colonia. Pasamos por el Colegio Libertadores de America, por la tienda Oxxo, pasamos la calle 11 Mártires, después el Centro Artístico Ignacio Lopez Tarso así como la Facultad Mexicana de Medicina, cada vez estaba mas cerca de la calzada de Tlalpan, pasamos la Casa Hogar Para Ancianos, el Multiforo Tlalpan, al llegar al Centro Cultural y Social la van doblo a la izquierda para tomar la calzada de Tlalpan, estaba cerca de mi segundo destino. Pasamos el monumento a Pancho Villa, héroe nacional, no para los americanos, estábamos a punto de pasar el monumento a Francisco I. Madero, otro héroe nacional,

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