E-Pack Bianca 2 septiembre 2020. Varias Autoras

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El servicio se había ido a casa o estaba acostado. Entraron en una habitación que servía de estudio y Apollo se dirigió al mueble bar. Se aflojó la pajarita y la miró:

      –¿Te apetece una copa?

      –¿La voy a necesitar? –bromeó ella.

      Él arqueó una ceja.

      –Una copa pequeña de brandy, por favor.

      No estaba segura de si había probado el brandy antes, pero pensó que quizá fuera necesario.

      Apollo sirvió las copas y le entregó la suya a ella. Sasha la olió y arrugó la nariz. Bebió un sorbo y percibió un fuerte calor en la garganta. No era desagradable.

      Apollo se quitó la chaqueta y la miró. Sasha se fijó en cómo la camisa resaltaba su torso musculado.

      –¿Qué quieres saber?

      Sasha tragó saliva.

      –¿Nos acostamos?

      –Sí. Pasamos una noche juntos.

      Sasha notó que un fuerte calor la invadía por dentro y supo que nada tenía que ver con el alcohol que estaba bebiendo. Su instinto no se había equivocado. Se había acostado con ese hombre.

      Por eso su cuerpo lo recordaba.

      Aunque ella no.

      –¿La noche que cenamos en El Shard?

      Él asintió.

      –Sí, después viniste a mi apartamento.

      Sasha sentía ganas de disculparse por no recordarlo. Sin embargo, su instinto le decía que había sido algo para recordar, y que un hombre como Apollo no era fácil de olvidar.

      –¿Fue mi primera vez?

      Él apretó los dientes.

      –Yo creí que sí, pero después… Digamos que no estoy seguro si me lo hiciste creer.

      –¿Por qué iba a mentir sobre ser virgen?

      Él la miró fijamente.

      –Para parecer más inocente de lo que eras, ¿porque pensabas que me resultaría atractivo? ¿Quién sabe?

      –¿No te lo dije de antemano?

      Él negó con la cabeza.

      –Dijiste que tenías miedo de que, si me enteraba de lo inexperta que eras, no quisiera estar contigo.

      Sasha se sentó en una silla al sentir que le flaqueaban las piernas.

      –¿Qué pasó entonces?

      Apollo se bebió la copa y la dejó sobre una mesa. La miró y se cruzó de brazos.

      –Después de esa noche, cada uno tomó su camino.

      Sasha no preguntó si había sido una decisión mutua. Ya tenía bastante con asimilar que él había sido su primer amante.

      ¿O no?

      Bebió otro trago y preguntó…

      –Si nos separamos… ¿Cómo hemos acabado casados?

      Durante un instante, se le aceleró el corazón. Quizá él había ido a buscarla. ¿Quizá una noche no le había parecido suficiente?

      –Porque un mes después de esa noche, viniste a mi despacho en Londres y me dijiste que llevabas a mi hijo en tu vientre.

      Sasha se puso en pie.

      –Perdona… ¿Qué hice?

      –Me dijiste que esa noche te habías quedado embarazada.

      LA PALABRA resonaba en la cabeza de Sasha, pero no tenía sentido. Embarazada. Se llevó la mano al vientre, pero lo tenía plano. De pronto, se le cayó la copa de la mano. Estaba temblando. Apollo se acercó a recogerla.

      Ella lo miró.

      –¿Perdí al bebé?

      ¿Cómo era posible que no supiera si había perdido al bebé? ¿Era por eso por lo que Apollo la odiaba? ¿Por haber perdido a su hijo?

      Se cubrió el vientre con ambas manos, como para tratar de recordar.

      Apollo negó con la cabeza.

      –No. No lo perdiste porque nunca estuviste embarazada. Mentiste para que me casara contigo, Sasha.

      No se había quedado embarazada.

      Aliviada por no haber olvidado algo tan importante, reparó en las palabras de Apollo.

      «Mentiste para que me casara contigo, Sasha».

      –No… Nunca habría hecho tal cosa…

      –Lo hiciste –contestó Apollo.

      Ella se alegraba de estar sentada porque sentía que podía desmayarse.

      –Yo… Te dije que estaba embarazada, pero ¿no lo estaba?

      Él asintió.

      –¿Y por qué habría hecho tal cosa?

      –¿De veras tienes que preguntarlo? Nos habíamos acostado y viste en ello una oportunidad –gesticuló con la mano–. Mira a tu alrededor. Buscabas una vida mejor y decidiste utilizarme para conseguirla.

      Sasha se puso en pie. Estaba demasiado nerviosa como para permanecer sentada. Caminando de un lado a otro, dijo:

      –Eso es… Hacer algo así es terrible.

      –Lo es –convino él.

      Ella trató de recordar por qué podría haber hecho algo así, pero no lo consiguió.

      –¿Quizá yo pensaba que estaba embarazada? ¿Utilizamos protección?

      –Por supuesto. Yo nunca me relajaría tanto, pero he de admitir que no comprobé que todo hubiera ido bien. Siempre hay una posibilidad de error, y fue ese argumento el que utilizaste para sembrarme la duda.

      –¿Y cómo estás tan seguro de que yo había mentido?

      –Empecé a sospechar cuando no vi ningún síntoma… Además, después de un incidente, admitiste que era mentira.

      –¿Un incidente?

      Él asintió y se alejó de ella una pizca.

      –Yo estaba en Londres y regresé rápidamente después de que Rhea me llamara preocupada. Tú estabas celebrando una fiesta con unos amigos nuevos que habías conocido. Te

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